lunes, 13 de abril de 2015

EL CURA Y LA MAESTRA

 CHICAS DE CASTRILLO Y LA MAESTRA DE AQUEL AÑO
   


En estos pueblos pequeños las únicas distracciones que tiene la gente los días de fiesta, son los juegos de cartas y con el buen tiempo también los bolos y la pelota. Los chicos y chicas jóvenes incluida la maestra (que está en el pueblo ese año), a veces salen a pasear por la carretera y si hace frío o llueve se van a jugar a las cartas a cualquier casa. Un domingo después de jugar una partida de cartas en la que ganaron las chicas, los chicos heridos en su amor propio, un poco enfadados decían: <<Si seguimos jugando seguro que perdéis>>.
   Una chica contestaba: <<Al final sois como los niños, si perdéis os enfadáis. Otro día ya veremos, porque hoy es tarde>>.
   Y decía bromeando uno de los chicos: <<Pues otro día en vez de jugar a las cartas (que casi siempre perdéis) yo apuesto por hacer cantares de ronda y cantar, seguro que ganaremos como a todo lo demás.
   Las chicas se echaron a reír y una de ellas dijo: <<A las cartas si que soléis ganar, ¡seguro que hacéis trampas!, pero a hacer cantares no podéis hacer ninguna>>.
   <<Quita, quita –dijo otra–, igual copian de algún libro, menudo listos son>>. <<No vale copiar de libros, pero vosotras tenéis a la maestra que sabe más que nosotros>> –decía uno de los chicos.
   La maestra sonrió y dijo en broma: <<Podéis pedir ayuda al cura, así estaremos más igualados>>. <<Pues tiene razón la señorita; pediremos ayuda al cura.    Vamos a apostar la merienda del día de carnaval y no vale echarse para atrás, ya lo sabéis>> –decía el más joven de los chavales. Todos los chicos le aplaudieron, las chicas se miraban unas a otras sin decir nada. Al final la maestra dijo: <<Si quieren las chicas yo también pienso entrar en la apuesta, pero la merienda será mejor hacerla otro día, porque el martes de carnaval yo estoy de vacaciones>>.
   <<Eso está muy bien dicho, no habíamos caído en ello, y por nosotros no hay ninguna pega>> –decía el más veterano de los chicos.
   <<Pues por la nuestra tampoco –dijo al final una de las chicas, después de recoger la opinión de las demás–. Y podemos hacer una cosa: quedaremos para cantar de ronda dentro de dos meses y que vengan todos los del pueblo a oírnos, ellos serán los jueces, ¿qué os parece?>>.
   Quedaron en ello, pero los chicos se preguntaban: <<¿Y si el cura no quiere ayudarnos qué vamos a hacer?, vaya tontería que hemos hecho. A las cartas hubiera sido más fácil>>.
   Todos los días de fiesta por la mañana después de la misa, el cura se reunía con los chicos un rato en la iglesia y les enseñaba los cantarcillos que se le habían ocurrido. Al principio eran todos sin ninguna picardía y los chicos pensaron que si hacían alguno un poco verde, tampoco iba a pasar nada.
   También las chicas quedaban por la tarde los días de fiesta en una casa. La maestra les mostraba también sus cantarcillos y entre todas hacían alguno más, incluso los ensayaban. Luego llegaban los chicos y jugaban todos juntos a las cartas. Pero de momento, todos guardaban su pequeño secreto.
   Chicas y chicos decidieron hacer juntos algunas cancioncillas de picadillo, y la víspera del desafío, en vez de jugar a las cartas se dedicaron a ensayar. Los chicos cantaban una cosa y las chicas contestaban con otras parecidas. También hicieron aparte unos versos para cantar al cura y a la maestra, incluso les dejaron a ellos un par de cancioncillas como broche final.
   Cuando llegó la hora, un domingo todo el pueblo se fue de ronda, y así lo hicieron durante varios días de fiesta. No hubo ganadores ni perdedores. Todos los del pueblo hicieron la merienda, pagaron a escote (que así no hay nada caro) y pasaron unos días de lo más entretenido.
   Como les gustó la idea se fueron animando y muchos se apuntaban: jóvenes, viejos, casados, solteros. En invierno se reunían en alguna casa, y pasaban el tiempo libre cantando más cancioncillas inventadas por ellos.  
   Ya no les hacían falta el cura ni la maestra, además, así tenían más libertad para hacer alguna de las cancioncillas un poco picantes y verdes, sobre todo, algunas parejas casadas y jóvenes.

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