martes, 21 de junio de 2016

UN DOMINGO ESPECIAL




UN BONITO VIAJE  Y UN DOMINGO DISTINTO

En mi monótona vida, que a veces no sé ni en que día vivo, el domingo 19 de junio fue un día distinto: desde la mañanita y pendiente de mis dos despertadores dormí bastante mal. A las siete cuando más a gusto me encontraba en la cama, los dos a un tiempo se pusieron a sonar como locos; mi teléfono móvil con una musiquita agradable, el despertador de hace años como no trabaja mucho, suena que se las pela, hasta que no tuve más remedio que apagarlo. Pues así, con los ojos medio cerrados porque me acuesto tarde, empecé mi mañana. Después de una reconfortante ducha calentita, el desayuno y con mi bolsa preparada desde la noche anterior, a las 8,45 salí de casa. Casi toda la semana había estado lloviendo y ese día no iba a ser menos. Con el paraguas abierto y mojado, porque caían algunas gotas llegué a la estación del metro. A los 15 minutos ya me encontraba en la estación del tren; llegué con tiempo, iba con mis billetes de ida y vuelta y salimos a su hora hacia mi tierra.
Iba contenta, había sido invitada por el alcalde de Bañuelos de Bureba, un pueblecito cercano al mío. El motivo de la invitación era que entregaban los premios de un pequeño concurso en el que yo había participado. Este concurso fue convocado en homenaje a un maestro que estaba en este pueblo el año 1936. 
El hombre fue asesinado por la maldita guerra y acabó como otras muchas personas enterrado en La Pedraja, un paraje burgalés.
No fui yo la premiada, pero me hizo ilusión que me llamaran, ya que estas cosas no se suelen hacer por allí. Son pueblos muy pequeños, cercanos entre sí y cuando vivíamos allí, compartíamos a nuestro cura, cartero y hasta al médico. 
Todos los relatos están bien, pero los primeros premios lo han ganado por sus méritos. Nos recibieron muy bien, muy atentos y muy buena gente.
Nos regalaron un librito con todos los relatos del concurso y nos invitaron a un lunch y a comer. 
GRACIAS POR TODO
ESTE ES EL FALLO DE LOS PREMIOS, QUE YO HE RECOGIDO DE LA PÁGINA DE  BAÑUELOS DE BUREBA

La Junta directiva ha publicado el acta oficial con los resultados y los nombres de los ganadores. 

En Bañuelos de Bureba a 31 de mayo de 2016.

Recibidos los fallos de los cuatro miembros del jurado constituido para la selección del ganador del I Concurso de Cuentos de la Asociación Escuela Benaiges, quedan seleccionados como ganadores los siguientes cuentos: En el apartado infantil, menores de 15 años, ha sido seleccionado por unanimidad el cuento titulado “BUSCANDO EL TESORO” cuyos autores son: Jimena Pérez Ortega y Martín Hernani Ortega, a los que se hará entrega del premio correspondiente a su categoría consistente en cheque de 50€, canjeable en una Libreria.
En el apartado resto de autores, la ganadora seleccionada por mayoría del jurado ha sido el cuento titulado “GENERACIONES” cuya autora es Mª Jesús Riaño Irazabal, a la que haremos entrega del premio establecido para esta categoría de 150€.
La selección del mejor trabajo ha sido una labor muy difícil debido a la gran calidad de los cuentos presentados y el jurado ha tenido que meditar largamente su veredicto, por ello queremos dar las gracias al jurado compuesto por: Celia Heras (Bunker cultura de Covarrubias) Lidia González (socia) Montserrat Benito (socia) Bibiana Rojas (socia) por su inestimable y desinteresada colaboración.
Y sobre todo el agradecimiento especial de parte de la asociación, a todos los participantes por la aportación de sus estupendos trabajos a este primer concurso de cuentos.
LA JUNTA DIRECTIVA DE LA ASOCIACIÓN.

  

Y AQUÍ QUIERO DEJAR MI CUENTO, LO QUE YO HICE Y CON LO QUE PARTICIPÉ


UN PROFESOR EXCEPCIONAL
   Érase que se era, un pequeño pueblecito situado en un valle rodeado de lomas, con olor a flores, tomillo y romero. Su caserío de piedra protegía a sus habitantes, que vivían de la agricultura y la ganadería.
   La aldea contaba con poco más de 50 casas, una escuela y una iglesia en un pequeño altozano, que destacaba y se elevaba sobre las casas. Vista desde lo alto de la colina, bajando por el camino de las lomas y con el sol en su fachada principal, lucia como una hermosa parroquia. Haciendo círculo en torno a ella, las casitas simulaban un ejército de defensa, preparado para protegerla en caso de cualquier ataque imprevisto.
   Érase unos niños afortunados, en una escuela con su maestro al frente: un profesor de Cataluña que en el año 1934, había llegado para tomar posesión de su plaza, en aquella aldea, casi perdida, de la provincia de Burgos.
   Además de enseñarles el catón, la cartilla y las lecciones de la vieja enciclopedia, también aprendían a escribir ortografía y caligrafía con unas bonitas y originales letras; en la pizarra con sus pizarrines, y en el cuadernito de clase con su tinta del tintero y sus plumillas.
   Pero este maestro, tenía además, otro método novedoso de escritura: una imprentita, con la que los escolares aprendieron a escribir más rápido y consiguieron con su ayuda, hacer un pequeño libro.
   El libro lo titularon “El Mar” y el profesor les explicaba, que el mar era más grande y tenía muchas más hectáreas, fanegas y celemines que Burgos, La Bureba y todas Las Lomas juntas. También les contaba cómo era esa gran masa de agua salada, con sus olas, sus mareas altas y bajas y cómo la luna tenía tanto que ver con ellas.  
   Aquellos jóvenes escritores, desconocían el mar; lo habían visto en los libros, pero sabían poco de él. Solo conocían, que tenía una enorme abundancia de peces; que navegaban en sus aguas inmensos barcos, transportando multitud de personas y cuantiosas mercancías. También habían visto en su clase de historia, las carabelas de Colón en el descubrimiento de América. ¡Pero el mar, les quedaba tan lejano!
   Los pequeños estudiantes, faltaban muchas veces a sus clases, por ayudar a su familia en los trabajos domésticos, agrícolas o ganaderos. Sus padres eran unos honrados labradores que trabajaban de sol a sol. Agricultores, que solo sabían del campo y sus duras tareas: labrar, sembrar y recoger los cereales en aquellos largos y calurosos días de verano. Además de cualquier otro fruto, que llegaba en su correspondiente temporada.
   Salían poco de aquel lugar, acostumbraban a viajar con sus familiares hasta la vecina ciudad, a comprar ropa, calzado o cualquier otra cosa cuando la necesitaban.
   Esos días que los niños faltaban a clase y se perdían la lección, Don Antonio les decía que estudiaran en casa. Cuando tuvieran tiempo, corregirían en la escuela aquellas lecciones perdidas, y así, iban repasando toda la enciclopedia poco a poco.
   ¡Que diferencia tan grande había entre este maestro y los anteriores! Aquellos, eran casi todos mayores y decían que “la letra con sangre entra” por eso cuando los chicos no sabían las lecciones los castigaban, dejándolos encerrados en la escuela sin ir a comer a casa, o los golpeaban con la regla en las manos.
   Este señor era mucho más joven, trataba a los chiquillos con cariño y no les castigaba; por eso toda la gente le apreciaba y los vecinos del pueblo le regalaban pan recién salido del horno, un platito con carne en las matanzas y muy a menudo, patatas y otros frutos del campo o de la huerta.
   Además había prometido a sus alumnos que algún día los llevaría a ver el mar. Ese mar con el cual se emocionaba al enseñar a los niños su clase de geografía. Señalaba el Mediterráneo en el mapa con una varita de chopo y en aquellos momentos, sentía el placer de ver reaparecer su mar, como si aquella varita de madera, fuera la varita mágica de un hada.
   Y los chiquillos soñaban con ver el mar y la playa y las olas. Y en sus sueños confundían el océano, con el azul y la inmensidad de su cielo castellano. Se imaginaban el faro del mar, como la luz de la luna; y las lejanas lucecitas de los barcos, como su cielo tachonado de maravillosas estrellas.
   Igualmente se figuraban las olas y su espuma blanca, como si fueran nubecitas y figuras que el viento traía y llevaba a su antojo.  
   Pero las cosas de la política se estaban poniendo feas, y un día el profesor no fue a dar sus lecciones. Los niños no lo entendían, pero su esperado maestro no volvió. La maldita guerra y sus consecuencias se lo llevaron para siempre.  
   ¡Y esos niños en hilera,
llevando el sol de la tarde en sus velitas de cera!...
   Y aquellos chiquillos del año 1936, cuando fueron mayores, viajaron todos juntos a ver aquel mar mediterráneo, que tanto añoraba su estimado maestro.
   Y recordándole, rezaron una oración y arrojaron al mar una enorme corona de flores, atada con un gran lazo y una hermosa cinta azul, en la cual se veían de lejos unas grandes y preciosas letras que decían: Descansa en paz, admirado profesor Antonio Benaiges.
   El dios del mar aliado con el dios del viento, mostraba su poder dominando los oleajes. Y meciendo la corona sobre las olas espumosas con un ligerísimo vaivén, la cinta ondeaba en el aire como si un ángel tratara de decirles adiós. Y los antiguos alumnos antes de perderla de vista contestaban a coro: <<te recordaremos querido profesor, adiós y hasta siempre>>.                                    

Hoy buscarás en vano, a tu dolor consuelo.
 Lleváronse tus hadas el lino de tus sueños.
Está la fuente muda 
y está marchito el huerto.
Hoy solo quedan lágrimas para llorar.
No hay que llorar, ¡silencio!
Antonio Machado

viernes, 10 de junio de 2016

UN RELATO LLENO DE PEQUEÑAS HISTORIAS



La niña de los Femia colgaba los pantalones mojados, en una cuerda en el patio de la casa. Su madre Carlota la miraba desde la ventana con satisfacción. Habían pasado unos años separadas mientras la niña estudiaba y ahora que ya tenía su carrera y su trabajo, debía pasar muchas horas en una oficina y volvía a casa solo para cenar y dormir. Los sábados (que trabajaba hasta las dos) y los días de fiesta, comía en casa y hoy sábado su hija volvía del trabajo para comer con su familia. Ya no era la niña de hacía unos años, seguía tan bonita, educada y cariñosa como siempre, pero tenía su propia vida, y aunque la madre no quisiera que pasaran los años, la chiquilla debía seguir su camino. Una vez acabada la labor, la chica preguntaba:
–¿Ha vuelto Carlos, mamá?
Su madre abrió la ventana de la casa y contestó:
–Ha dicho esta mañana que vendrá más tarde, espero que no se retrase mucho.
La chica subía la escalera de la casa, al tiempo que su padre entraba con su bicicleta por la puerta del patio, llevaba los bajos de los pantalones sucios de barro, arremangados y cogidos con dos pinzas de colgar la ropa.
–Hola hija, ¿qué tal te ha ido la mañana? –dijo el padre al encontrarse con ella–. ¿Ha llegado Carlos? Acabo de oír en la radio que ha habido un accidente en esta dichosa carretera, ¿tú has visto algo?
 –¡Vaya pinta que traes papá! Cuando yo venía, he visto allí a la policía, no se lo digas a mamá y no te preocupes. Mi hermano hoy pensaba venir más tarde. Con lo que ha llovido, entre una cosa y otra, es fácil que le haya cogido el atasco en la carretera, seguro que vendrá enseguida –contestó su hija.
–¡Vaya que si ha llovido!, he tenido que refugiarme en un bar en el pueblo de abajo.
–¡Esa bicicleta mejor la guardabas, cualquier día nos puede dar un disgusto! –decía la madre a su marido desde la cocina–. Cuando queráis, podéis venir a comer.
–No te preocupes mamá, papá está acostumbrado y es muy responsable, pero ya vamos a comer que hoy tengo que volver a la oficina, he dejado un pequeño trabajito sin hacer, ¡ah, mamá! mañana no me esperes he quedado con Luis para cenar, igual llego un poco tarde.
Los tres se disponían a comer cuando una llamada de teléfono les sobresaltó: –Sí, sí, ahora mismo vamos –decía la chica colgando el teléfono–. Papá, mamá, Carlos está en el hospital, han dicho que no nos asustemos, tiene una pierna rota, tendrán que operarlo, pero no es grave.
–¡Madre mía, espero que así sea! –decía el padre.
 –¡Dios mío que desgracia! –decía la madre.
 –Vamos, vamos, tranquilos, no os preocupéis, ya le vamos a ver dentro de un rato –decía la chica.
Entraron en el garaje, montaron en el coche y salieron carretera adelante, camino del hospital. No habían andado mucho, cuando encontraron a la orilla de la carretera, los coches accidentados y bastante deteriorados, algunas piezas de ellos y cantidad de cristales rotos; uno de los coches era el de Carlos. La chica paró el coche, pero la policía se encontraba regulando el tráfico y les hacía señales para que siguieran, ella se acercó a uno de los guardias, le dijo que uno de los coches era el de su hermano y querían saber lo que había pasado.
–Señorita, será mejor que vayan al hospital, su hermano les contará lo que ha pasado y se alegrará de verlos, del coche ya se encargarán luego –dijo el guardia.
Llegaron al hospital, Carlos estaba en el quirófano, los médicos les contaron que tenía una pierna rota, pero había tenido mucha suerte, no tenía ningún otro golpe y parecía un milagro, en unas horas podrían verlo y quizá fuera pronto a casa.
La familia dio las gracias a los médicos, y esperaron hasta que el accidentado saliera de la operación. Pasado un tiempo (que se les hizo eterno), sacaron al chico en la camilla camino de la habitación y allí fueron los tres rápidamente.
A los pocos días Carlos ya estaba en casa con sus muletas, pero tendría que hacer reposo unos días y tener paciencia, después poco a poco con rehabilitación quedaría bien. La madre cuidaba y mimaba a su hijo como si fuera un niño; y con el cuidado de todos, Carlos estaba trabajando a los pocos meses, como si nada hubiera pasado (después de comprar un nuevo coche y un piso en la ciudad). El coche accidentado que quedó para la chatarra, se encargó de recogerlo una grúa y de llevarlo al desguace.
La chica iba y volvía de su trabajo como de costumbre y un buen día le dijo a su madre que ya estaba cansada de tanto viaje y quería ir a vivir con su novio a la ciudad, donde los dos tenían sus trabajos.
Carlota no le puso objeciones, sabía que un día u otro pasaría y aunque se puso un poco triste, se alegró por la muchacha. Ahora el matrimonio se iba a quedar muy solo, su hija era muy alegre y el tiempo que estaba en casa era como la luz en una noche oscura.
Y Carlota recordaba cuando ella, con su ya marido, salieron de su pueblo buscando una vida mejor. Llegaron a este pueblo y a esta casa: al principio vivían de renta, luego pensaron que con lo que pagaban de renta por ella, poco a poco podría ser suya, sacaron un dinerillo del banco y la compraron. Con los niños y todos los pagos, tuvieron que hacer muchos sacrificios, ellos no tuvieron viajes de vacaciones, ni comidas, ni cenas en restaurantes, no ganaban mucho y se conformaban con poco. Su marido trabajaba en la ciudad y con su bicicleta hacía todos los días el camino de ida y vuelta hasta que se jubiló.
El matrimonio Blasfemia (como les llamaban en el pueblo), iban y venían ahora como alma en pena, en poco tiempo se habían quedado solos. Lo que tenían que hacer no era mucho y estaban un poco aburridos. Aquel pueblo tenía dos bares, pero a Blas no le gustaban y no tenía ningún otro sitio donde distraerse; de vez en cuando iba con la bicicleta a la ciudad y compraba algunas cosas, otras veces iban a pasear por el campo y algunos días venían sus hijos, esa era su mayor y mejor distracción.
Hoy llueve y el matrimonio ha vuelto pronto a casa: después de comer se quedan un rato de sobremesa en la cocina y repasan su vida. Añoran a sus hijos y recuerdan su juventud, el día de su boda y el nacimiento de los niños. Lo mal que lo pasaron cuando éstos eran pequeños y se les detectó una enfermedad que podía haber sido peligrosa, pero a Dios gracias estaban curados; también el día que la niña se cayó y se rompió un brazo, <<esas cosas entre los niños son muy normales>> –dijeron los médicos.
Y se acuerdan de aquel día de la inundación: cayó una gran tormenta con granizo, el río subió como nunca lo había hecho, se metió en alguna casa y tuvieron algún destrozo, pero sobre todo, se llevó a un anciano que vivía en una casa cerca del río, el hombre apareció ahogado cerca de la casa, y ya no hubo remedio. O cuando un niño de la escuela tuvo meningitis, les dijeron que podía ser contagioso y todos en el pueblo pasaron unos días de preocupación, al final fue el único que lo pasó, todo salió bien y al chiquillo no le quedaron secuelas.
Pero cuando peor lo pasaron fue el día que una de las amigas, murió bajo las ruedas de un coche, cuando disfrutaba de un paseo con su marido y su niño: ellos iban por el paso de peatones, el conductor del coche tuvo un despiste y se metió encima de ellos, la madre al verlo venir empujo como pudo a su hijo para que el coche no lo tocara, pero a ella no le dio tiempo a escapar y fue arrollada.
Para todos, pero sobre todo para el padre y los niños fue una gran conmoción: vinieron los padres de la fallecida a ayudarles y estuvieron mucho tiempo sin salir de casa, todos los amigos acompañaban a la familia el mayor tiempo posible, pero al padre desde entonces le dio por ir a los bares y “no levantó cabeza”.
Luego se fueron todos a vivir al pueblo que les vio nacer, donde seguían viviendo los otros abuelos de los niños y sembrando las pocas tierras que todavía conservaban.
Unos años después supieron que los abuelos habían fallecido, el padre se había casado con una señora soltera y vivían todos en casa, pero los niños no la querían, el padre seguía con la bebida y tenían muchas discusiones. Al final el padre agobiado por todo, acabó suicidándose colgándose de una cuerda en el balcón de su casa. Para los chiquillos que ya eran más mayores fue otro gran golpe, la mujer se marchó y ellos se quedaron solos. Vendieron lo que les quedaba en el pueblo y volvieron otra vez al pueblo en el que habían vivido de pequeños, a buscar casa y trabajo. Los chavales eran un encanto y todos se alegraron mucho de verlos, les ofrecieron su ayuda y les arroparon en todo lo que necesitaron. 
Pero también hubo muchos días estupendos, como las primeras comuniones, las fiestas del pueblo y los cumpleaños, sobre todo los de los niños, que se juntaban todos los amigos para tomar chocolate y disfrutar de los dulces que siempre hacía alguna de las amigas. Y los domingos y días de fiesta pasaban las tardes con sus chiquillos, hablando, paseando o jugando a las cartas. Cuando hacía buen tiempo marchaban al campo, y con una radio se montaban un guateque, bailaban y merendaban todos juntos.
Una de las vecinas era muy simpática y graciosa, aún recuerdan el día que se conocieron; cuando esta vecina supo sus nombres, se partía de risa, bromeaba con ellos y decía: <<Ja, ja, ja, vuestros padres hubieran merecido un premio, seguro que se quedaron calvos pensando los nombres que os iban a poner; con esos apellidos, ¿cómo os pudieron llamar así? Menos mal que vuestros hijos tienen unos nombres bastante normalitos>>, y seguía riendo a carcajadas. Cantaba y bailaba ella sola a cualquier hora, y solía contar anécdotas o chistes tan malos como este: <<Mira chica, cuando yo llegué aquí, apenas tenía dos alpargatas rotas… ¡Y ahora tengo millones!, ¿y para qué quieres tantas alpargatas rotas?>>. O este otro: <<Desde que mi marido se fue, la casa está vacía ¿Tanto lo echas de menos? ¡No!, se llevó todos los muebles>>. Y ella sola se reía a grandes carcajadas, al final, todos acababan riendo como ella. También contaba una anécdota como ella la llamaba de “la alfombra voladora”: <<Yo conocía a una señora que vivía con su marido en el primer piso de una casa, no tenían hijos, su marido era mayor y estaba enfermo. Tenían dinero, una casa muy arregladita y en el salón con unos buenos muebles, destacaba una hermosa alfombra. Entonces no había aspiradoras y un día la señora, sacó su bonita alfombra, para ventilarla y sacudirla a una de las ventanas que daba a la carretera.
En aquel momento su marido la reclamó y ella fue en su ayuda: cuando hubo ayudado a su marido volvió para terminar de hacer el trabajo, pero la alfombra ya no estaba; no se veía por la calle ni se sabía lo que había pasado con ella. Una vecina de la casa de enfrente, había visto como la alfombra caía sobre un camión que pasaba por la carretera, llamó por teléfono a una amiga suya, que vivía en la misma casa que la dueña de la alfombra y todo se aclaró. Imaginaros la sorpresa del camionero cuando descubrió aquel estupendo hallazgo. Aunque la alegría no le duró mucho; la dueña de la alfombra indagó y enseguida apareció el camión, el camionero y el objeto de tanta algarabía. Al día siguiente venía en el periódico este titular con la noticia: ALFOMBRA VOLADORA. Y la verdad que fue una risa, me hubiera gustado tener ahora aquel trozo de papel>>.
Otras veces, con mucha guasa le solía decir a Blas: <<Oye, ¿no os han contado vuestros padres por qué os bautizaron con esos nombres? Tú te llamas Blas y tu hermana Eufemia, con el apellido Femia, ¿de verdad, no os parece gracioso y un poco de mala baba?>>. Y Blas con mucha paciencia le decía: <<Mira en mi casa había tres Blas Femia, yo me llamo como mi padre y mi abuelo y mi hermana se llama como la abuela, la madre de mi madre. Cuando yo tenía cinco años, un domingo en la misa el cura entre otras cosas, decía en su sermón: <<¡La blasfemia es un pecado y los que dicen blasfemias irán al infierno!>>. Yo que siempre había oído las palabras ‘Blas Femia’, fue con lo único que me quedé; pensativo y preocupado fui a casa y le pregunté a mi madre, ¿madre, por qué dice el cura que ‘blasfemia’ es un pecado?, ¿nosotros iremos al infierno?, mi madre se echó a reír y me dijo: <<Al infierno solo van los malos, nosotros somos buenos>>.
Y verás, ya estamos acostumbrados desde siempre a nuestros nombres y un poco a la guasa de la gente, Y la vecina seguía diciendo: <<Ya digo yo, que no se devanaron mucho los sesos, ¡anda que vaya pareja se juntaron!>>, al final con aquella mujer todos terminaban riendo.
Pero el tiempo va pasando y los Blasfemia ahora pueden disfrutar de su merecido descanso, después que sus hijos se fueron, las cosas están cambiando y este pueblo ha mejorado mucho. Han hecho nuevas carreteras y llegan autobuses para ir a la ciudad. Hay varias fábricas grandes, empresas pequeñas y ha venido mucha gente en busca de trabajo. Muchas parejas son jóvenes con niños y trabajan, cada uno anda a sus cosas y no tienen tiempo para nada. Hay un estupendo parque con árboles y jardines, nuevas escuelas, una guardería, muchas casas, incluso algunos rascacielos. También hay un supermercado, cine, muchos bares, un hotel-restaurante, tiendas, y pronto abrirán varios establecimientos más.
Parte de los antiguos vecinos ya no están, la nueva gente es mucho más aburrida, y muchas tardes el matrimonio toma el autobús para visitar a sus hijos y las pasan con ellos y sus cuatro nietos. 
EN ESTE ESCRITO HAY PEQUEÑAS HISTORIAS,  MEZCLADAS UNAS CON OTRAS .

jueves, 9 de junio de 2016

UN PEQUEÑO CAMBIO

  Hola a todos: los amigos que leen de vez en cuando mi blog ya conocian más o menos mis escritos y poesias. He pensado que ya es hora de renovarlo un poquito y poner algunas fotos que tengo guardadas, tanto de mi casa, de mi pueblo y algunas recogidas de internet. A veces las cosas no se hacen a su debido tiempo por desconocimiento o por falta de los objetos apropiados y necesarios. Ahora ha llegado el momento y aunque mi blog no tenga importancia, será un poco más ameno para el que queriendo, o por casualidad entre en él. Gracias a mis amigos y mi gente por su gran apoyo. 
AQUÍ DEJO UNA FOTO Y UNA POESÍA DE LAS MIAS
 LA VELETA TAMBIÉN DESAPARECIÓ
 

A LA VELETA
 Al gallo de la veleta 
el viento azota con ganas,
dice el gallo: -compañero, 
¡déjalo ya, que me matas!
El viento le dice al gallo: 
-será porque estás en alto,
yo azoto como me mandan, 
y no puedo remediarlo.

Al gallo de la veleta 
un loco quiso cazar,
comenzó a tirarle piedras 
y no lo pudo alcanzar.
Se puso furioso el loco 
y gritando repetía:
-¡no te rías, si hoy no atino, 
ya atinaré otro día!

La veleta de la torre 
se mueve con mucho tiento, 
marca el norte, marca el sur, 
según como sople el viento.

La veleta de la torre 
dicen que se ha vuelto loca,
se mueve con mucho garbo 
al son que el viento le toca.

El cierzo a la veletilla 
le hace bailar con salero
y la veleta le dice: 
-¡baila conmigo, torero!

Al gallo de la veleta 
el viento vuelve a azotar,
y altanero el gallo dice: 
-esta vez no ganarás.

La veleta de la torre  
baila, baila sin cesar.
Si eres como la cigarra 
un día lo pagarás.

Veletilla, que nos marcas,
con talento, norte y sur.
El ritmo con el que bailas
no lo has elegido tú.