domingo, 25 de septiembre de 2016

¿BOTES, O VOTOS?


Vamos a botar?, o a votar
Que majos son los políticos
que bien nos lo hacen pasar,
parecemos pelotaris
tanto botar y votar.
Que si generales unas,
que municipales otras,
‘pa’ tantos botes y votos
ya no nos quedan pelotas.
El “señor no” está en sus trece,
los demás en “trece y medio”
cada cual echa sus cuentas
y hay que triunfar sin remedio.
Mientras, los españolitos,
vamos a empezar a ahorrar,
que con tanto tonto gasto
alguien tiene que pagar.
Si estamos con este plan
negras las vamos a pasar,
ni uvas para Noche Vieja
vamos a poder comprar.
ISS

sábado, 17 de septiembre de 2016

EL CURA Y LA MAESTRA

PANCORBO, CAMINO A MI TIERRA

Foto desde el tren


LA MAESTRA 
Cuando la señorita Rita “aterrizó” en aquel pueblo de aldeanos… ¡Ella que se había esforzado tanto! ¡Que se había hecho tantas ilusiones! Había terminado su carrera de Magisterio y estaba muy orgullosa esperando que le dieran un destino. Tanto ella como sus familiares sabían que de momento no podían hacerse ilusiones, seguramente le darían una escuela en cualquier pueblo remoto, ¡vete a saber en que provincia! Pero ella soñaba despierta y pensaba: <<Seguro que tengo suerte y voy a algún pueblo cerca del mío y de mis padres>>. Tuvo que esperar unos meses y al fin llegó la tan esperada carta; debía ir a un pueblo en una provincia cercana a la suya.
   Nunca habían oído hablar de aquel pueblo y lo primero que hicieron fue mirar el mapa. En el mapa, el pueblo casi no se veía pero más o menos se hicieron a la idea de cómo podía ser y dónde se encontraba.
   Un poco asustada pero ilusionada, decidió ir a conocerlo antes de que tuviera que acudir por obligación. Rita lo comentó con sus padres y animados por su hija decidieron acompañarla. A la semana siguiente los tres montaban en el tren un poco preocupados por lo que pudieran encontrarse.
   Al bajar del tren se encontraron en la estación con algunos taxistas que esperaban a los viajeros. Preguntaron por el pueblo al que querían ir, y les dijeron que si no tenían quién los llevase, tendrían que tomar un taxi, porque aquel pueblo estaba lejos y no había autobuses ni nada de nada.
   Decidieron ir con el primer taxista y carretera adelante el buen señor les fue explicando algunos pormenores de aquel aislado pueblo. Al cabo de una hora llegaron por la sinuosa carretera y viendo la desolación del paraje se les cayó el alma a los pies. Era la hora de la comida, no había un alma en la calle y decidieron dar un paseo por aquellas calles y caminos de tierra llenos de polvo.
   Vieron la taberna y les hizo gracia el nombre ‘Cantina-Tina’, pero pasaron de largo; un poco más lejos estaba la iglesia y se encaminaron hacia ella, en el camino encontraron a un chiquillo que les enseñó donde estaba la escuela. Tanto la escuela como la iglesia estaban cerradas y el niño no supo decirles quien tenía las llaves. Le preguntaron dónde vivía el alcalde, el niño les contestó que era su padre y con él fueron hacia su casa. El alcalde salía de ella en el momento que ellos llegaban.
   <<¡Ay señorita, usted debe ser la maestra!>> –dijo el hombre al verlos. Se saludaron, los visitantes preguntaron dónde vivía el cura y si podían visitar la iglesia y la escuela; el buen hombre comentó que el cura no vivía en el pueblo. Atendía a tres pueblecillos y venía a decir la misa un “domingo sí y otro no” a no ser que fuera Semana Santa o Navidad. Él podía acompañarlos a visitar tanto la una como la otra, ya que las llaves de la escuela las tenía él y las de la iglesia las guardaba un vecino que vivía cerca de ella.
   También preguntaron por una fuente ya que no habían visto agua por ningún sitio, el alcalde decía que la fuente en aquel pueblo estaba muy lejos y el agua no era buena. Les invitó a entrar en su casa para hablar más tranquilamente, participar con su familia de la comida y tomar algún refresco.
   En la casa estaba la mujer con un par de chiquillos pequeños, que miraban asombrados a aquella gente desconocida, el hombre les invitó a sentarse y dijo que todavía no tenían la casa preparada para la señorita.
   <<No se preocupe, tenemos que irnos enseguida, el taxi nos esta esperando>> –dijo el padre de la maestra. Agradecieron la invitación y después de beber un vasito de agua salieron, esta vez con el alcalde, que les llevó a la casa donde estaban las llaves de la iglesia, juntos fueron a ver los edificios y todos se llevaron una grata sorpresa.
   Se despidieron y la maestra y sus padres entraron en la cantina. La cantinera era una joven muy simpática y habladora, los nuevos clientes pidieron algo para comer y mientras la chica los servía, les contó que su nombre era Agustina pero le llamaban Tina, (de ahí el nombre de su establecimiento). También les contó que su abuelo, su padre y su hermano mayor se llamaban Bartolo, y en el pueblo su familia eran los Tolos.
   Después de dejarla hablar un rato, la maestra se presentó y la chica supo quien era aquella gente forastera. Tina seguía diciendo: <<Años atrás mi padre tuvo aquí la taberna; ahora tiene con mis hermanos pequeños un bar en la ciudad, que se llama Bar-Tolo y mi hermano mayor tiene otro en la misma ciudad, que lo llaman Bar-Tolín.
   A lo mejor pongo yo allí mi cantina algún día y –añadía–, también tengo unos tíos que se apellidan Barbero y han montado un estupendo bar en la capital, que se llama Bar-Bero y es que en este pueblo somos así de originales>>. Todos se echaron a reír y después de comer, Tina les invitó a tomar un refresco.
   Los forasteros se despidieron de la cantinera y se fueron comentando su gracia, simpatía y desparpajo. Volvieron al taxi que los llevaría de vuelta para coger el tren y llegar de nuevo a su casa.           
   Así fue como la maestra conoció aquel pueblo. Estaba lejos de su zona, el sitio no era lo que ella esperaba y tendría que estar por lo menos un año (que no le apetecía nada), pero como decía su madre “un año, en la cárcel se pasa”. La gente parecía amable y tendría que hacer lo posible por adaptarse; dentro de un mes tenía que volver y debería ir haciéndose a la idea. La más preocupada era la madre, pero no quiso decirle nada a su hija para no inquietarle más.
   Llegó el día en que la maestra debía ir al pueblo al que era enviada por la Administración para enseñar a aquellos niños. No tenía la menor idea de dónde se alojaría, ni como era aquella gente en el trato diario, ni lo que sabrían, pero a ella le habían enseñado para enseñar y tenía que cumplir con su obligación.
   Y aquella mañana después de despedirse de sus padres se fue a la estación, con la sonrisa en los labios y la preocupación en el alma.
   Había avisado por carta y ahora cuando llegó ya le estaban esperando. El alcalde ya tenía preparada la casa para ella y hasta allí la acompañó para presentarle a sus dueños, era la casa de unos vecinos y debería compartirla con sus moradores. Vivían en ella el matrimonio con cuatro chiquillas de diferentes edades, las mayores ya no iban a la escuela, las pequeñas iban todos los días encantadas con su ‘señorita’.
   A la maestra le gustó la casa, y el primer día ya se dio cuenta de que en aquel pueblo eran un poco “especiales”. Desde muy de mañanita que tocaban a maitines, sonaban las campanas para casi todo: a las diez para ir a la escuela, a las doce el Ángelus y a la tarde-noche el llamado toque de oración. También sonaban para ir a misa, al rosario, si alguien fallecía, o si había fuego.
   Solo tenían relojes unos pocos vecinos en sus casas, y los que no disponían de ellos, para saber la hora solían mirar el sol y no se equivocaban mucho.
   Rita echaba de menos las comodidades de su casa, sobre todo la falta del agua y del baño, y le costó un poco adaptarse a las circunstancias. También echaba en falta la radio y sus noticias, eran muy poquitos los que la tenían. Los periódicos solo los leía si alguien iba a la ciudad y mandaba que le trajeran alguno. Sin embargo, a los del pueblo les gustaba la maestra: era una chica joven, guapa y muy simpática.
   A los pocos días de empezar las clases de los niños, su patrona le comentó que podía dar clases a la gente mayor cobrando un poquito. No se lo pensó dos veces y sobre todo en invierno que la gente tenía menos trabajo, les daba clase de seis a ocho de la tarde. Los lunes, miércoles y viernes, clase de matemáticas y de cultura general a todos los que quisieran acudir; los martes enseñaba a las mujeres y chicas a coser y a hacer su propia ropa; los jueves por la tarde tenía libre pero si hacía buen tiempo iba con los niños a hacer excursiones por el campo; los sábados daba clase todo el día solo a los niños y por la tarde a última hora rezaban el rosario en la misma clase. Los domingos y días de fiesta por la mañana, la señorita iba a misa en aquel pueblo o en el pueblo vecino, y por la tarde rezaba el rosario con la mayoría de la gente del pueblo, en la iglesia.
   En estos pueblos pequeños, las únicas distracciones que tiene la gente los días de fiesta, son los juegos de cartas y con el buen tiempo también los bolos y la pelota. Los chicos y chicas jóvenes incluida la maestra (que está en el pueblo ese año), a veces salen a pasear por la carretera y si hace frío o llueve se van a jugar a las cartas a cualquier casa.
   La señorita sabía que en aquel pueblo todos tenían sus motes, pero no sabía que le iban a hacer tanta gracia. Sus patronos se llamaban Fernando Mingo y Engracia de Dios. Las niñas de la casa le habían dicho que su familia eran los mingo, como les decían a ellos, o los domingos como llamaban a algunos de sus tíos. Otros vecinos eran los patillas, o los ricos, los coleros, los boyas, los bandoleros, los degorra, los sardina, pero había otros motes mucho más graciosos y también más feos. El primer día que la señorita leyó la lista de clase para ir conociendo a todos sus alumnos, tuvo que aguantarse la risa en más de una ocasión. ¿Qué pasaba, aquellos que a ella le parecían motes eran los nombres con sus apellidos?, y llevó la lista a casa para preguntar si aquellos nombres que allí estaban escritos eran los verdaderos.
   El señor mingo solía contar lo que una vez le pasó con alguien forastero y ahora por enésima vez se lo contaba a la maestra.
   <<Ese día era domingo, un señor venía a comprar grano para su ganado y se acercó por nuestra casa, yo estaba con anginas y tenía frío. Después de salir de misa, mi mujer y yo sacamos unas sillas al sol para pasar un ratito; el hombre me conocía y me dijo con mucha guasa: <<¿Qué haces ahí mingo?>>. Yo sin pensarlo le contesté guiñándole un ojo en plan de broma: pues mira chico, aquí con la minga al sol. En ese momento una sonora carcajada estalló a mi espalda, era un chaval que pasaba por nuestro lado, mi mujer hasta se puso colorada y al final todos nos echamos a reír. Así que los nombres que están en esa lista son enteros y verdaderos. Pero ahí solo hay unos pocos porque se ha marchado mucha gente, yo tengo una lista con muchos más, que antes también vivían aquí. Nuestros padres nos quisieron hacer famosos porque entre el nombre y apellido juntos, la mayoría son bien raros, curiosos, graciosos y a veces hasta feos. Y no les importaba que los nombres fuesen iguales a los de otras personas de la familia, mientras quedaran graciosos, ¡cosas de antes!>>. El dueño de la casa le entregó un papel que guardaba en un cajón.
    Allí había más de 100 nombres con sus apellidos. El señor Mingo los tenía escritos por orden alfabético y la maestra se dispuso a leerlo con la sonrisa en los labios.
NOMBRES Y APELLIDOS -  SE LLAMABAN
Balta…sar-Dina  / Benil…de-Gorra  / Clara-Boya  / Engracia de Dios / Esperan…za-Patillas / Ester-Colero  / Fernan…do-Mingo / Ser…vando-Lero / etcétera.
   Acabada de leer la lista, la señorita con una sonrisa la dejó encima de la mesa y la dueña de la casa dijo: <<Ya ve usted señorita si en este pueblo eran raros poniendo nombres a sus hijos. Y además, en la escuela, algunos maestros con mucha guasa, la leían tal cual está escrita>>. 
   Lo que no le gustaba a la maestra, era cuando le contaban la rivalidad que habían tenido en otros tiempos entre los niños y los mozos de aquel lugar con el pueblo vecino. Si los niños iban a coger cangrejos al río y se acercaban al otro pueblo, casi siempre eran recibidos a pedradas, o bien era al revés y algunas veces alguien daba en la diana, si no, los de cada pueblo cantaban una canción que se habían inventado, insultando al otro, y la mayoría de las veces alguno tenía que salir por patas.
   Si los mozos de uno u otro lugar pretendían a alguna moza no eran muy bien recibidos por los otros, aunque al final todos terminaban en la taberna bebiendo juntos. Ahora esas cosas no pasan, la gente de los dos pueblos siempre ha estado muy mezclada, ya son cosas del pasado.
   La maestra ya se estaba acostumbrando tanto a los habitantes como a las carencias, había muchas cosas que le hacían gracia y cuando escribía a sus familiares y amigos siempre decía que aunque les echaba de menos, estaba muy bien. Su madre quiso verlo con sus propios ojos y decidió darle una sorpresa.
   El sábado anterior a las vacaciones de verano, llegó en el tren a la ciudad más cercana de aquel pueblecillo, dejó la maleta en un hotel y buscó un taxi. Cuando llegó al pueblo donde estaba su hija, Rita se asustó pensando que había pasado algo malo, su madre le tranquilizó y le contó lo que pensaba hacer: preguntaría si podía quedarse con ella una semana, si no, la esperaría en el hotel hasta que la semana siguiente tuvieran que marchar, <<de momento –dijo la madre–, he quedado antes con el taxista, para que nos venga a buscar y esta noche iremos a cenar y dormir al hotel, después ya veremos>>.
   La maestra preguntó a su patrona, si podía quedarse su madre allí durante aquellos días, la respuesta fue afirmativa y después de la clase de la tarde, todos se despidieron hasta el lunes.
   Aquel fin de semana fue diferente y el lunes de mañanita cogieron sus cosas y se fueron hasta el pueblo. La madre de Rita no sabía muy bien lo que tenía que hacer y fue con ella a la escuela, ayudaba a los niños y se le pasó la mañana rápidamente. Así fue pasando la semana y cuando llegó el día de marchar, el señor mingo se ofreció a llevarles con su carrito y su caballo campo a través, hasta un pueblo por el que pasaba el autobús y que estaba más cercano que el tren. Ellas aceptaron y se fueron por un camino rural a unos cuatro o cinco kilómetros de distancia. Llegaron sin novedad y al llegar el autobús se despidieron de su patrón hasta el próximo curso, ya que Rita en ningún momento había recibido noticias del Ministerio.
   Lo cierto es, que Rita y toda su familia esperaban el milagro de aquella carta que les comunicara otro cambio y otro destino, pero no se produjo y decían: bueno, más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer y así, el curso siguiente tuvo que regresar. Pocos días antes escribió una carta al alcalde confirmando su llegada.
   Fueron pasando unos meses absolutamente tranquilos y la señorita ya muy bien adaptada parecía una más de las vecinas, nacidas en aquel pueblo.
   Un domingo después de jugar una partida de cartas en la que ganaron las chicas, los chicos heridos en su amor propio, un poco enfadados decían: <<Si seguimos jugando seguro que perdéis>>.
   Una chica contestaba: <<Al final sois como los niños, si perdéis os enfadáis. Otro día ya veremos, porque hoy es tarde>>. Y decía bromeando uno de los chicos: <<Pues otro día en vez de jugar a las cartas (que casi siempre perdéis) yo apuesto por hacer cantares de ronda y cantar, seguro que ganaremos como a todo lo demás.
   Las chicas se echaron a reír y una de ellas dijo: <<A las cartas si que soléis ganar, ¡seguro que hacéis trampas!, pero a hacer cantares no podéis hacer ninguna>>. <<Quita, quita –dijo otra–, igual copian de algún libro, menudo listos son>>. <<No vale copiar de libros, pero vosotras tenéis a la maestra que sabe más que nosotros>> –decía uno de los chicos.
   La maestra sonrió y dijo en broma: <<Podéis pedir ayuda al cura, así estaremos más igualados>>. <<Pues tiene razón la señorita; pediremos ayuda al cura. Vamos a apostar la merienda del día de carnaval y no vale echarse para atrás, ya lo sabéis>> –decía el más joven de los chavales. Todos los chicos le aplaudieron, las chicas se miraban unas a otras sin decir nada. Al final la maestra dijo: <<Si quieren las chicas yo también pienso entrar en la apuesta, pero la merienda será mejor hacerla otro día, porque el martes de carnaval yo estoy de vacaciones>>.
   <<Eso está muy bien dicho, no habíamos caído en ello, y por nosotros no hay ninguna pega>> –decía el más veterano de los chicos.
   <<Pues por la nuestra tampoco –dijo al final una de las chicas, después de recoger la opinión de las demás–. Y podemos hacer una cosa: quedaremos para cantar de ronda dentro de dos meses y que vengan todos los del pueblo a oírnos, ellos serán los jueces, ¿qué os parece?>>.
   Quedaron en ello, pero los chicos se preguntaban: <<¿Y si el cura no quiere ayudarnos, qué vamos a hacer?, vaya tontería que hemos hecho. A las cartas hubiera sido más fácil>>.
   Todos los días de fiesta por la mañana después de la misa, el cura se reunía con los chicos un rato en la iglesia y les enseñaba los cantarcillos que se le habían ocurrido. Al principio eran todos sin ninguna picardía y los chicos pensaron que si hacían alguno un poco verde, tampoco iba a pasar nada.
   También las chicas quedaban por la tarde los días de fiesta en una casa. La maestra les mostraba también sus cantarcillos y entre todas hacían alguno más, incluso los ensayaban. Luego llegaban los chicos y jugaban todos juntos a las cartas. Pero de momento, todos guardaban su pequeño secreto.
   Chicas y chicos decidieron hacer juntos algunas cancioncillas de picadillo, y la víspera del desafío, en vez de jugar a las cartas se dedicaron a ensayar. Los chicos cantaban una cosa y las chicas contestaban con otras parecidas. También hicieron aparte unos versos para cantar al cura y a la maestra, incluso les dejaron a ellos un par de cancioncillas como broche final.
   Cuando llegó la hora, un domingo todo el pueblo se fue de ronda, y así lo hicieron durante varios días de fiesta. No hubo ganadores ni perdedores, todos hicieron la merienda, pagaron a escote (que así no hay nada caro) y pasaron unos días de lo más entretenido.
   La idea les gustó y se fueron animando: se apuntaban jóvenes, viejos, casados, solteros. Algunos días de invierno se reunían en alguna casa y pasaban el tiempo libre cantando más cancioncillas inventadas por ellos. Lo mismo les cantaban a los suegros, suegras, novios, novias, o al cura y la maestra, pero como todos sabían que era broma, al final todos acababan riendo.
   Ya no les hacían falta el cura ni la maestra, además, así tenían más libertad para hacer alguna de las cancioncillas un poco picantes y verdes, sobre todo, algunas parejas casadas y jóvenes.
   Tanto las chicas como los chicos tenían cuerda y cancioncillas para rato, decidieron juntarlas en un cuaderno y tener cada uno un pequeño libro. Quizá el próximo año se podía volver a repetir, pero seguro que la maestra ya se habría marchado y otra ocuparía su lugar.
   Un día la maestra se puso enferma, tenía fiebre y todos se preocuparon, su patrona llamó al médico que llegó enseguida. La enfermedad de la señorita no era grave, pero tenía que guardar cama unos días. Rita no conocía al médico, éste era un chico joven que vivía hacía tres meses en un pueblecito cercano. Ella solía ir allí algunos domingos a oír misa cuando al cura no le tocaba decirla en el pueblo que ella vivía. El médico sí se había fijado en ella, incluso la chica le gustaba, tenía la intención de darse a conocer cualquier día, y “como la ocasión la pintan calva” que mejor ocasión que ésta.
   Así, a los dos días volvió a visitarla, ya no tenía fiebre pero era conveniente que no saliera de casa, era invierno y hacia un frío intenso, él volvería y además se ofrecía para dar clase a los niños mientras ella se recuperaba. No hizo falta, Rita se repuso y en una semana ya estaba ‘al pie del cañón’.
   El médico aprovechaba cualquier ocasión para verla, si no había misa el domingo en un pueblo, le veía en el otro y si Rita no podía ir a misa, él iba a verla por la tarde.
   Fue pasando algún tiempo, el médico fue a vivir a la cercana ciudad, compró un coche y seguía yendo a los pueblos a ver a sus pacientes y a su chica.
   La maestra comentó al cabo de unos meses a su familia (por carta), su pasada enfermedad, su madre preocupada, decidió otra vez volver a verla y pasar una semana con ella. Como no llevaba mucho peso, pensó que podría ir por el pueblo al que fueron el año anterior, con el caballo del señor mingo y su carrito, para tomar el autobús; el tiempo era bueno y el camino estaría bien. Su hija pensó que era una temeridad pero nadie la pudo acompañar y tuvo que ir sola a buscar a su madre. A la ida no tuvo problemas, la madre llegó en el autobús y otra vez se pusieron en camino hacia el pueblo donde vivía Rita. Después de un trecho encontraron el camino bifurcado en dos caminos más estrechos y no sabiendo muy bien cual coger, eligieron entre los dos, sin saber cual de ellos sería el correcto.
   Ya llevaban un buen rato andando, no veían ningún pueblo y no sabían donde estaban, decidieron desandar el camino y volver donde le había dejado a la madre el autobús, pero ya estaban perdidas y no encontraban la salida. Fue pasando el tiempo y estaba anocheciendo, ya pensaban pasar por allí la noche y se dispusieron a buscar un refugio.
   Mientras, en el pueblo los vecinos estaban preocupados porque no llegaban y decidieron salir a buscarlas. Cada vecino llevaba faroles con luz, y montados sobre caballerías aderezadas con cencerros y cascabeles.
   Las encontraron ya de noche, abrazadas y heladas al abrigo de una peña, la alegría fue inmensa y la madre dijo que jamás volvería a hacer semejante proeza.
   Ese año los padres de la maestra alquilaron un piso en la cercana ciudad, un mes antes de las vacaciones y los fines de semana su hija los pasaba con ellos. Acabado el curso la maestra se fue, al médico le dieron otro destino y los vecinos de aquel pueblo no supieron nada más de ellos.
  Con el nuevo curso otra maestra llegó y un nuevo médico ocupaba ya un lugar en el cual todos los vecinos deseaban que pasara al menos una buena temporada.
   A los cuatro años, la antigua maestra, su novio el médico y los padres de la pareja, volvieron a pasar un día de las fiestas. El médico y la señorita se habían casado y esperaban un niño. Pasaron el día con los vecinos, recordando sus “hazañas” y cantando con alegría algunos de los cantarcillos de aquel cuaderno especial hecho por una apuesta entre chicos y chicas.

CHICOS 
Cuando vengas a mi casa    
pasa por el cuarto oscuro,    
que tengo yo allí un tesoro    
que ahora vale muchos duros.

Debajo de la camisa
tienes un par de melones,
yo tengo un zanahoria
debajo los pantalones.

Debajo de la noria  
nos echamos la siesta,
y no nos vio la gente   
porque estábamos de fiesta.  

Debajo las escaleras,
en la fanega de trigo;
me lo “enseñastes” a mí 
y se lo “distes” a mi amigo.

Dice tu madre que tiene
una reina de verdad;
serás la reina en tu casa,
pero en la mía jamás

Dicen que el hombre tropieza
en la misma piedra, dos veces;
si eso dicen de los hombres,
¡qué dirán de las mujeres!

CHICAS
Le vas diciendo a la gente 
que me has dado calabazas, 
no te acerques a mi hoguera 
que probarás las tenazas.

Pensaba que era mentira
lo que me dijo tu amigo,
que estás cuidando una polla
y la mantienes con trigo.

Pobrecitos pescadores 
que van a pescar al mar,
tú pescas buenas merluzas
solo con bajar al bar.

Quiero comprarte un collar   
igual que al perro el pastor,   
p’a que me hagas compañía  
un día sí y otro no

Se que no vas a rezar
cuando vas a oír la misa,
cuando me miras a mí
no cabes en la camisa.

Si la luna sale tarde
yo saldré al amanecer
que la noche es traicionera    
y no me quiero perder.







 

lunes, 12 de septiembre de 2016

LOS PATOS DEL PARQUE

CUENTO


En el parque hay un pequeño estanque y en el estanque ocho patos, los papás y sus seis patitos. Muchas veces salen a pasear fuera del agua, tienen unos andares muy torpes, pero son muy graciosos y a los niños les encanta verlos.
Pero sobre todo, les gustan a los gatos callejeros, que los miran con sus golosos ojos. Su mamá Pata siempre está vigilante, corren a meterse en el agua y como a los gatos no les gusta mojarse quedan burlados y los papás patos se ríen y les dicen: <<A ver si aprendéis a nadar>>.
Pero los gatos que son muy listos parecen contestarles <<No tengáis miedo, solo queremos jugar>>. Los patos que no son tontos no se fían y esperan a que alguien llegue y mande a los gatos a freír espárragos. Porque los gatos también son un poco cobardes, si ven a un perro, corren a esconderse y entonces los patos salen del estanque y se van al río todo lo deprisa que pueden. ¡Y que gozosos nadan en el río!, es mucho más grande y mucho más largo que el estanque y tiene mucha más agua.
Hay muchos peces, muchos patos con los que pueden jugar y desde allí se ven muchas más cosas. Ayer sus papás los llevaron al molino, allí había mucho grano pero aquel lugar era un poco peligroso. Había dos perros enormes atados con una cadena; que ladraban muchísimo, y los patos después de atiborrarse de grano se marcharon felices de nuevo, nadando y recorriendo el río. A los papás patos les gusta nadar y ahora que sus pequeños van creciendo quieren enseñarlos como son las cosas, y les llevan poco a poco hasta un sitio con muchísima agua y les dicen que es el mar. Aquí hay muchos más peces y mucho más grandes que en el río y unas aves blancas muy grandes que vuelan alto, se llaman gaviotas y se comen a los peces. En el río a veces había barquitas pequeñas que las conducían chicos con remos, pero aquí hay unos enormes barcos que solo verlos dan miedo a los patitos y se alejan cuanto pueden.
Ahora los patitos ya conocen muchas cosas, poco a poco van creciendo y pronto será la hora de que vayan solos, por eso sus padres les llevan de regreso hasta su río. Y cuando les apetece vuelven al estanque a desafiar y a burlarse de sus enemigos los gatos. 

martes, 6 de septiembre de 2016

CANÍCULA

 NO SE MUEVE NI UNA HOJA, IGUAL QUE EN LA POLÍTICA

Ya en septiembre y después de pasadas las vacaciones, nos encontramos con una ola de calor comparable a muchos días de agosto en plena canícula. Si en el norte tan verde por lo lluvioso, este verano ha sido absolutamente seco y caluroso,  no me imagino como pueden estar por Andalucía. Este sur de nuestra España que tanto aprecian los turistas.
Ya en Burgos, este verano algún día el termómetro subió (al sol) a 42º  y la
mayoría de las noches 28º. Ha llovido muy poco y no ha refrescado más que un par de dias, algo raro por nuestra zona, que solemos decir que hay que dormir con una manta por lo menos.
Pues parece que con estas rarezas, estamos todos tan raros o más que el tiempo. ¡Si pudíeramos acumular el calor de estos días para el invierno! Sería como decir que los políticos también están cambiando. ¡A ver si se arreglan las cosas, que falta hace!

sábado, 3 de septiembre de 2016

INDIGNANTE







FOTO DEL TERREMOTO DE AMATRICE, RECOGIDA DE INTERNET
¿Además de los muertos y heridos, esto no es una desgracia?

Terremoto en Amatrice: las fotos de sus calles antes y después del ... 
Aunque no soy quien para criticar a nadie, no puedo menos que indignarme por la irresponsabilidad de estos señores que escriben y se meten con la pobre gente, que no ha hecho mal a nadie y que ha tenido la desgracia de sufrir un terremoto con muchos muertos y heridos,

NO SÉ COMO PUEDE HABER PERSONAS TAN INSENSIBLES
¿Cómo puede haber tanta maldad e insensibilidad en el mundo? La gente puede ser más o menos inteligente, lista, listilla, tonta de capirote y tonta de remate, pero hay gente que se ríe de las desgracias ajenas. Lo ponen en estas redes sociales como si fueran buenos chistes, o en revistas y periódicos en los cuales se ganan la vida y además se vanaglorian con ello. Estos señores de Francia, de la revista Charlie Hebdo empezaron haciendo caricaturas y criticando a Mahoma, a Dios, y a “maría santísima”, pero con lo del terremoto de Italia se han pasado de tontos. ¿Es que tienen tan poca imaginación, que no son capaces de hacer viñetas normales sin insultar a nadie? ¿De verdad se puede llamar libertad de expresión? No soy italiana y me indigna semejante falta de respeto. Siempre he admirado al señor Olmo que hace a diario unas viñetas de “Don Celes” en “El Correo” de Vizcaya. El pobre Don Celes a veces se lleva el gato al agua, pero la mayoría de las veces es al revés, y sin meterse con nadie, nos hace pasar buenos ratos. También estaba Gila, que le recordaremos con el teléfono en la mano hablando de sus guerras de pacotilla, y a la gente riendo y pasándolo bien. Gente como esta es la que nos da ejemplo. La otra termina repugnando. O, ¿acaso no lo pagaron bien caro, a cuenta de las caricaturas de Mahoma? Parece que no aprendemos, y por favor, ya sé que nadie de esa revista me va a leer, pero yo tampoco pienso leerlos a ellos. Un abrazo al pueblo de Amatrice y a todos los italianos.