jueves, 26 de diciembre de 2013

FELICIDAD?

En estas fechas todos nos ponemos estupendos y deseamos felicidad por doquier. ¿Pero qué es la felicidad?, todo el mundo diría que pasarlo bien y estar contentos. En estos días en que el sorteo de la lotería está reciente, a quienes les haya tocado les habrá hecho ricos (de lo cual me alegro), ¿pero eso les dará la felicidad? Alguien dijo, que para ser felices, teníamos que hacernos los tontos o serlo de verdad. Yo pienso que la felicidad son ratitos, retacitos de calcomanias que se nos van pegando a la piel. Pero también se nos van pegando las otras cosas que no nos hacen felices y lo uno con lo otro se va complementando y contrarrestando. Iremos pasando la vida según viene y esperemos que los retacitos no sean de los malos. Que los Reyes nos traigan salud y un buen año 2014
UN ABRAZO Y RETACITOS DE FELICIDAD PARA TODOS.
               IRENE SÁEZ SAIZ

viernes, 27 de septiembre de 2013

DESCUBRIENDO EL MUNDO. Para Nahia y para Oier y para Arene.


SON AMIGOS
Mira la luna
que nos observa con sus ojitos verde aceituna.
Mira el sol
que se esconde tras las nubes de algodón.
Mira las nubes
como columpios bajan y suben.
Mira la lluvia
moja la tierra y brota la semilla.
Mira la nieve
blancos copitos del cielo vienen.
Mira el mar
saltan las olas de espuma y sal.
Mira las montañas
nacen los ríos en las más altas.
Mira los árboles
en otoño caen sus hojas y en primavera renacen.
Mira las flores de la pradera
crecen solitas en primavera.
Mira los peces en el mar
nadan y nadan sin cesar.
Mira los pájaros
rozando el aire vuelan muy alto.
Mira el perro con el niño
son amigos y se tratan con cariño.
Mira el gallo en su cabaña
amanece y le canta a la mañana.
Mira el rostro de papá, su risa te alegrará.
Oye el canto de mamá, tu llanto se calmará.

lunes, 23 de septiembre de 2013

HACIA LA LIBERTAD

El trabajo durante el día había sido duro. Esa noche rendida entraba en la cocina y sentada al pie de la lumbre, recordaba a su marido fumando mientras esperaba la cena.
                                       ............................................
Todos la apreciaban y se preguntaba qué razones tenía para no emprender aquel camino.
-Se levanta la sesión -dijo poniéndose en pie.
En aquel mismo momento decidió cambiar de vida. Ya sabía lo que aquello suponía pero se había empeñado y dijo que por lo menos tenía que intentarlo.
-¿Te has enamorado alguna vez? -preguntó ella.
Él le miró atentamente; fumó, aspiró fuerte, aplastó el cigarrillo en el cenicero y guardó silencio. Después de unos instantes contestó: -Dios me libre de caer en semejante tontería. Se detuvo y miró al frente con expresión inmóvil. No pensaba en enamoramientos, él tenía otras distracciones que le mantenían fuera de su casa la mayor parte del día, decía que con eso no hacía mal a nadie. Sus hijos vivían cada uno en su casa y ya no tenía tantas preocupaciones; además después de 30 años casados, lo de enamorarse le sonaba muy lejano. No esperó respuesta, caminó hasta la puerta y se fue sin despedir. Ella se quedó sentada, a lo lejos oía los pasos que se alejaban lentamente.
De tan silenciosa la casa parecía vacía, se sentía tan mal, tan desencantada, que por salir de allí era capaz de cualquier cosa.
Sentada en la valla del jardín aprovechaba el sol invernal y miraba a su alrededor.
La casita pintada de blanco se le antojaba una pequeña jaula y sentía a la vez un tibio placer ante el calor que acariciaba su cuerpo.
-Buenos días -saludó él desde la ventana-. ¿Todavía no has puesto el desayuno?, me gustaría tomar un café.
Ella se levantó y con voz apacible y algo cansada, sin mirarle contestó:
Hoy tendrás que hacerlo tú, yo me voy.
No se hacía ilusiones, sabía que un día u otro tendría que dar explicaciones.
-A fin de cuentas cada uno debe hacer lo que más le convenga -se dijo.
 No obstante, entre tanto, dudaba como lo encajarían sus hijos y cual sería su respuesta, pero ya daba lo mismo, se iría sin decir nada a nadie.
Recordaba su infancia y adolescencia, cuando vivía con su familia. Entonces sí era feliz.
El tren la dejó en la estación. Un suave perfume llegaba desde el cercano parque, las risas de los niños le traían lejanos recuerdos y un ramalazo de nostalgia le hirió en lo más profundo.
En la cafetería los camareros iban y venían atendiendo a los clientes, en el comedor sonaba el rumor de las conversaciones y se percibía claramente el entrechocar de los platos y cubiertos. Se acercó a la barra.
-¿Que va a tomar? -preguntó la camarera sonriendo.
-Un café con leche -contestó.
La vida familiar ya no tenía ningún sentido, ahora tenía que centrarse en buscar un trabajo y no lo tenía nada fácil. Era solo una desilusionada mujer, que estaba sola y perdida en la gran ciudad. Su pequeño pueblo le estaba esperando; ya nada podía detenerle. Al fin y al cabo era el único lugar, que para ella, era un lugar único.

viernes, 20 de septiembre de 2013

UN CASO DE BUENA FE

 UNA CARTERA CON  PROBLEMAS


Era mi amigo un guapo mozo, trabajaba en una fábrica a cuatro kilómetros de su casa, todos los días iba y volvía con su vieja bicicleta, unos días solo y otros acompañado por algún compañero de trabajo o por alguno de sus vecinos. Mi amigo era vecino de adopción, pero adaptado en el pueblo hacía  algunos años, conocía a todos sus habitantes ya que era una aldea pequeña, situada cerca de una gran ciudad. Nunca tuvo problemas con nadie hasta aquel fatídico día. Volvía de su trabajo como de costumbre pero este día hacía él solo el camino de vuelta. Al entrar en el pueblo y ya de lejos, observó en la carretera un pequeño bulto, al acercarse pudo ver que se trataba de una voluminosa cartera y al abrirla aparecieron unos cuantos papeles, recibos y facturas, pero no tenía documentación ni dinero. Por los recibos y facturas dedujo de quien podía ser la dichosa cartera y pensando que le haría un favor, se dispuso a llevársela a su dueño hasta su casa. El propietario se alegró mucho por el hallazgo, hasta que al abrir la cartera observó que estaban todas las facturas y recibos... pero no había ni rastro del dinero que llevaba, cosa que le reprochó a mi amigo, exigiendo que se lo devolviera inmediatamente. El chico pillado en su buena fe, dijo que él no se había llevado nada (cosa que era cierta), y que le devolvia la cartera tal y como se la había encontrado. Pero el propietario de la odiosa cartera, solo quería su dinero y no fue capaz de ver más lejos.
Tuvieron una gran discusión y un enorme disgusto. Al final el señor reconoció que mi amigo había sido honesto y le dió las gracias pero el mal rato no se lo quitó nadie, y mi amigo juró que para evitar más lios, nunca más devolvería ninguna cartera que no llevara dinero, por lo que pudiera pasar.
Mi amigo tuvo presente el refrán que dice: Haz bien sin mirar a quién. ´
Más le hubiera valido hacer caso de este otro: Favorecer a un bellaco es echar agua en un saco.  

miércoles, 18 de septiembre de 2013

¡LO QUE ES LA VIDA!

 
El padre de Carlota decía muchas veces: <<La vida no es ni buena ni mala, ni triste ni alegre, ni bonita ni fea. La vida es la vida, con mayúsculas o minúsculas, depende como le vaya a cada uno.  
   Imagínate que un buen día sales de casa con un sol espléndido, todo parece que va de maravilla. De repente encuentras una cartera en el suelo, ¡que bien!, piensas; te acercas, miras a un lado y otro, la coges con disimulo por si alguien te ve. ¿Mira que si tuviera mucho dinero? en ese momento se te abre un mundo de posibilidades, la abres con un poco de reparo y te encuentras que la cartera está vacía. ¡Vacía!, pero quien puede llevar una cartera vacía, ¡vaya ocurrencia!, y la tiras otra vez al suelo.
   En ese momento pasa un hombre y con malos modos te acusa de robarle la cartera, te dice que llevaba 1000 pesetas y se las tienes que devolver ahora mismo. Tu te quedas blanco como el papel y contestas: <<¡Pero si la cartera la he cogido del suelo y estaba vacía!, no tenía absolutamente nada>>.
   Él dice: <<Eso lo dirás tú!, yo he visto como mirabas a todos lados, mientras mirabas dentro de la cartera, ¡ya me estás devolviendo el dinero o llamo ahora mismo a los guardias!>>.
   Tu juras y perjuras que no tienes nada, pero el hombre no se baja del burro y ya no sabes que hacer.
   Tu cabeza funciona a toda velocidad y le dices: ¡Pues vale, llama a los guardias, que vengan, a ver dónde tengo yo las 1000 pesetas!>>
   <<Si, si -contesta el hombre- tu que vas a decir, las habrás escondido entre los pantalones, o en los calcetines, o aunque sea debajo de una piedra, yo que sé, ya me pareció a mí que se las diste a alguien y salió corriendo>>.
  Y tu enfadado al fin contestas: <<Pues las habrá cogido él y habrá tirado la cartera. ¿Cómo quieres que yo lo sepa y te de algo que no tengo?>>
   <<Tú sabrás lo que tienes que hacer y lo que más te conviene>> -contesta él.
    Y tú harto de tonterías decides tranquilizarte, intentando hallar una solución le dices:
<<Verás, no vamos a discutir, la cartera está en el suelo, ¿la he tirado yo, o la has perdido tú?, llama a los guardias, será tu palabra contra la mía, puede que yo te acuse a ti de haberme robado las 1000 pesetas, las huellas de los dos estarán en la cartera, ¿por qué va a ser tuya y no mía?>>
   Después de todo, el hombre se echa a reír y contesta: <<Vamos a ver camarada, esto ha sido una pequeña broma, dejemos de mirar si son galgos o podencos, la cartera no es mía ni tampoco tuya y dudo mucho que tuviera dinero, yo he picado como tú y será mejor que nos larguemos, no vaya a venir el verdadero dueño y nos encontremos con un problema que ninguno de los dos hemos buscado>>.
  Y casualidades de la vida, algo parecido le pasó a un amigo de Carlota y ésta lo cuenta con tristeza en algunas ocasiones al cabo de los años.
                                                                                             

jueves, 12 de septiembre de 2013

¡BIEN POR LOS CASTRILLANOS!

Y YA VA EL 13


Otro nuevo año que hemos disfrutado de nuestro pequeño encuentro, otro año estupendo, que hasta el buen tiempo se une a nuestro bullicio y alegría. Más de 100 personas hicimos nuestra visita, nuestra comida y nuestro trabajo. ¡Bien por los organizadores! Seguimos esperando que el próximo por lo menos sea igual. ¡Ya falta menos! Un abrazo grande para todos los que participaron.


PARA CASTRILLO 2013

Buenos días: hoy no puedo menos de recordar aquel día 1 de septiembre del 2001, cuando con toda la ilusión teníamos nuestra primera reunión en nuestro pueblo, celebrar el aniversario decimotercero puede decirse que ha sido un gran éxito y debemos agradecer el interés que se pone cada año en hacer este pequeño encuentro. Yo hoy quiero daros la bienvenida y las gracias por escuchar mis sencillas poesías y por vuestros cariñosos e inmerecidos aplausos de todos estos años: gracias de nuevo. Ahora me gustaría decir una de mis poesías. Para todos los que nos fuimos…


AÑORANDO A CASTILLA 
Corriendo senderos, cruzando veredas,
sin saber siquiera, dónde reposar,
buscando aventuras y sensaciones nuevas
en otras regiones quisiste arribar. 
Queriendo curar heridas de ausencia
buscaste anhelante a gentes hermanas,
soñando laureles, callando nostalgias
gozoso caminas por tierras extrañas.
Dejaste las llanuras 
y los cielos de Castilla,
y los campos y las mieses 
y los cantos de la era,
y dejaste a tu familia 
y quizá a tu compañera,
y buscas otra ilusión, 
recordando a quien te espera.
Y ves como pasa el tiempo 
y ahora tienes dos quereres,
el lugar donde resides 
y el pueblo al cual perteneces,
y aunque no lo reconozcas, 
es tu refugio tu tierra,
y en ella quieres estar 
cuando te embarga una pena.
Tu pueblo te está llamando, 
te está pidiendo que vuelvas,
son tus profundas raíces 
que reclaman tu presencia.
Y recreas los recuerdos, las callejas, 
las campanas de la iglesia
y la pasión te desborda 
con una alegría inmensa.
Ya blanquean tus cabellos 
y a visitarlo regresas,
y disfrutas con deleite 
de una calma placentera
y sin embargo, 
percibes una sombra de tristeza
y un regustillo agridulce que te inquieta.
Y vuelves la vista atrás 
y, ¡es tan distinta tu tierra! 
y evocas tu juventud
y ya nada es lo que era.
Y en tu añoranza, 
descubres a tus ancestros
que por ventura regresan
y pronto se desvanecen 
envueltos en bruma y niebla.
Pero… ¡ay!, que tú ya tienes 
el corazón dividido
y entre tu tierra y tu hogar 
el cariño repartido,
y mañana volverás a tu otra tierra, 
la que te acogió amorosa,  
y llevarás en el alma, 
una gran melancolía 
y muchas horas gozosas.       
IRENE SÁEZ SAIZ

viernes, 7 de junio de 2013

CASTRILLANOS AÑO 2012

PARA CASTRILLO AÑO 2012
RECORDANDO FOTOS, NO IMPORTA LA FECHA
 
Hola Castrillo, buenos días a todos. Con emoción y pena vemos a nuestro pueblo cada día más deteriorado, y tristemente cada día más famoso. ¿Que pensarían nuestros padres si lo vieran? Que paradoja, es una situación absurda y una sensación dolorosa a la que de momento, no podemos poner remedio. Un pueblo al que la guerra (gracias a Dios), sólo le pasó de puntillas, ahora lo ponen como escenario de un pueblo bombardeado, quien lo hubiera pensado.
Pero yo hoy quiero recordar a tres sacerdotes, el primero a don Jenaro, nuestro cura, al que todos los castrillanos conocimos y que una gran mayoría fuimos bautizados por él, y con él hicimos nuestra primera Comunión. Creo que todos recordaremos sus paseos, a lomos de la caballería del vecino de turno, que tuviera que ir a buscarle hasta Bañuelos en los días invernales. Así como sus inteligentes sermones y, pecadores de nosotros, a veces sus pequeñas reprimendas. Para él mi pequeño homenaje.
El segundo sería don Teófilo, él estaba en la residencia de ancianos de Briviesca, también era titular de Bañuelos, Carrias y Castrillo. Él vino a decirnos la misa y participó con nosotros y de nuestra alegría algunos años, en este nuestro día entre amigos. Mi recuerdo y mi agradecimiento para él, que fue quién me animó a decir mi primera poesía, y por él estoy aquí haciendo esta pequeña lectura.
El tercero es para don Albano García Abad. Este señor era nacido en Quintanaloranco, fue fraile Carmelita, sacerdote, escritor de libros, colaborador en revistas y periódicos, investigador en bibliotecas y profesor en un colegio de la provincia de León, donde murió. Este buen señor tuvo la curiosidad y la buena idea de escribir en el diario de Burgos algunas páginas de nuestro pueblo. Creo que muchos de nosotros tendremos dichos escritos, que hasta entonces no conocíamos y que por él hemos podido conocer. No tuvimos la oportunidad de darle las gracias por todo el interés y cariño que puso en su escritura. Por no alargarme solo voy a decirle: mil gracias señor Albano en nombre de toda la gente de este nuestro pequeño y querido pueblo, nos ha hecho usted un gran favor, dándonos a conocer nuestro arte y nuestra pequeña historia.
Descanse en paz y hasta siempre. 
Como todos los años me gustaría terminar con una poesía de las mías.

¿QUIÉN ARRANCÓ NUESTRAS FLORES?
¿Quién ha abierto nuestras puertas?
¿Quién arrancó nuestras flores?
¿Quién robó nuestros recuerdos
y nos dejó sinsabores?
¿Quién quiso borrar la luna?
¿Quién osó apagar el sol?
¿Quién puso puertas al campo?
¿Quién dentro, al viento encerró?
Nunca fue esclavo mi pueblo,
vive airoso en una loma,
torrente de luz y fuego
estalla al nacer la aurora.
No hay montañas que lo arropen,
ni bosques que lo den sombra,
abierto a los cuatro vientos
mi pueblo radiante asoma,
y los cuatro, cual verdugos,
sin tener piedad lo azotan.
Por fuerte que sople el viento,
por mal que vayan las cosas,
aunque cien años viviera,
Castrillo, pervivirá en mi memoria.

COSAS DE MI PUEBLO

CASTILLA Y LEÓN

TEXTO GANADOR 

XXVI CERTAMEN LITERARIO DE LA FEDERACIÓN DE CENTROS REGIONALES DE CASTILLA Y LEÓN EN EL PAÍS VASCO

COSAS DE MI PUEBLO



Estos son los casos, cosas, mitos y leyendas de mi pueblo. Una pequeña aldea castellana, un pueblo de Burgos, despoblado y ‘desolado’ al que sus gentes en la distancia recordamos con cariño. Con este escrito yo quiero ir un poco más lejos. Rendir un homenaje a nuestro pueblo, a los que fueron sus pobladores y a todos los que allí descansan para siempre.
  
  CAPÍTULO I
   Al señor Alonso, mayor, soltero y sin compromiso, se le alegran ‘las pajarillas’ cuando pasa por su casa cualquier moza. Los domingos por la mañana cuando la gente va a misa, él saca su reclinatorio de la gloria a la calle y sentándose, desde allí hace como que toma el sol; desde luego, falta le hace.
   En su cara amarillenta y arrugada por los años, se dibuja una leve sonrisa que amplía cuando ve a su vecina vestida de fiesta y entre irónico y seductor le suele decir: <<¡Qué guapa estás Margarita!>>. Y Margarita divertida, sin mirarle siquiera, suele contestar: <<¡Tápese los ojos señor Alonso, que se va a quedar ciego!>>. El reclinatorio que ahora usa en su casa el señor Alonso es el que su madre, que en paz descanse, tenía en la iglesia. Todavía conserva el cojín de ganchillo, que a él le protegía las rodillas cuando era niño y se sentaba con todos los demás niños en los bancos, en la parte delantera de la iglesia. Ahora no va a misa, dice que él es ateo y comunista, y que para ser bueno no hace falta comerse a los santos ni tener contentos a los curas.
   Tiene aire de viejo galán y así debió ser; sólo hay que oír a las mujeres mayores del pueblo. Que si Alonso era muy guapo, que si era muy simpático, que si tenía buen porvenir… Él dice (si se le pregunta), que no le quiso ninguna chica porque no tenía gracia pero como en el pueblo todos se conocen, cada uno sabe las gracias que atesoran los demás y que más de una moza suspiraba por sus huesos. Cuentan, sin embargo, que siendo ya mayor, un día invernal estando en la cocina al calor de la lumbre, alguien lo llamó desde el portal. El señor Alonso contestó a la voz que le llamaba y ésta dijo: <<Aquí te dejo un regalo>>. El regalo era un niño recién nacido que, <<vete tú a saber, quién fue el que lo dejó>>. Eso es lo que le dijo al juez, cuando después de ver el revoltijo de ropa en el que estaba el pobre crío, salió de su casa para avisar y decir a todo el que le salía al paso: <<¿Pero quién puede hacer semejante barbaridad con el frío que hace?>>, y seguía diciendo muy enfadado: <<¡Yo no tengo nada que ver ni nada que ocultar!>>. Al niño lo llevaron a la casa cuna y asunto concluido.
   Ahora en su soledad, el señor Alonso rememora su dura infancia y su ya lejana mocedad. Suele reunirse con él su amigo Inocencio y los dos, unas veces serios y otras riendo, pasan las tardes otoñales al sol de los días buenos en el abrigaño de la calle (allí en la solana), junto a la puerta de sus casas.
   La casa del señor Alonso es como cualquier otra casa del pueblo, consta de tres plantas. En la primera planta, está el portal, la gloria, la cuadra con los animales y el tinajero. En la segunda, las habitaciones, la despensa y la cocina baja con el hogar (o fuego bajo). En la tercera, el alto (o desván).
   La gloria es una habitación con un sistema de calefacción, que a semejanza del hipocausto romano, consiste en la construcción de unos pequeños túneles bajo su suelo de baldosa, los cuales van a parar a un hogar situado en su boca, hecha en el portal; en este hogar se mete paja o leña que se enciende y al quemarse, se calienta con el suelo, toda la estancia.
   En algunas casas está incluida la cocina económica (o chapa), dentro o muy cerca de la gloria, lo que facilita mucho la tarea de hacer la comida. De esta manera, tanto la gloria como la cocina, se convierten en los lugares favoritos para reunirse la familia y los amigos, principalmente en el invierno.  
   El tinajero es una parte fundamental en estas casas: se trata de un cuarto que contiene varias tinajas grandes, aquí se guarda el agua de lluvia que se usa para hacer las comidas, la higiene personal y el lavado de la ropa. También suele haber un envase cilíndrico mayor que las tinajas, llamado uralita (hecho de Uralita, de ahí su nombre), con un grifo en su parte inferior; aquí se recoge el agua de nieve, que se guarda para beber. Estas aguas son recogidas por los canalones y tuberías (aquí llamadas limas), que bajan desde el tejado de la casa por la fachada hasta dicho tinajero. En algunas casas más grandes hay también depósitos hechos con cemento. Así, después de filtrada, se obtiene agua blanda y potable; ya que en este pueblo (y algunos cercanos), el agua del río y de sus fuentes, es caliza, muy dura y está muy lejos; sólo sirve como bebida para los animales, hacer sus comidas y algunas tareas domésticas.
   El lavado de la ropa es muy trabajoso: debe hacerse en casa con agua blanda y con un trozo de jabón, prenda a prenda en un expremijo (aquí se llama entremijo), luego se lleva a aclarar al río.
   Como tantas veces, el señor Alonso e Inocencio, gozan de su descanso en la solana y disfrutando del calorcito del sol, dicen los dos con mucha sorna: <<¡Esto sí que es ‘gloria’ y no hace falta calentarla!>>.
   Han salido los niños de la escuela y ahora al verlos, recuerdan las peripecias y trastadas que de niños le hacían al maestro. Así como a los perros, gatos, gallinas y todo bicho viviente que se cruzara en su camino, o cuando le ponían la zancadilla a alguna moza al salir de misa. Bien sabían, cuántos pájaros había por los alrededores, dónde estaban y dónde hacían sus nidos: paredes, árboles, o rastrojeras. También conocían los nidales de las casas que (ya de mocetes), visitaban los domingos mientras la gente estaba en el rosario. Y no se lo pensaban dos veces, si aparecía algún pollo, o podían visitar alguna ‘chimenea’ de vez en cuando. Aunque, también recibieron más de un reglazo del maestro y más de dos veces les metió en el cuarto de los ratones, que era como llamaban al cuarto donde guardaban el serrín para encender la estufa. Otras tantas, se quedaron castigados sin ir a comer a casa, luego sus padres además de una buena regañina también les daban algún que otro ‘mamporro’ (como ellos decían). Por lo demás, eran unos buenos chicos que no hacían mal a nadie.
   Hoy el señor Alonso e Inocencio, sentados en la solana, siguen evocando sus vivencias infantiles. Hace un solecito estupendo y hay que aprovecharlo, ya que los días van acortando y pronto, llegará el frío. Se ha reunido con ellos su vecino Marcelo y un poco nostálgicos conversan animadamente.
   –Por estas fechas todos andábamos revoluciona’os esperando las fiestas de Gracias, era emocionante oír el volteo de las campanas llamando a misa y tocando a fiesta. Algunos hombres cantaban la misa en latín, en la procesión los mozos sacaban a la Virgen de la iglesia junto con los pendones y estandartes. Se iba a la ermita, tocaban los músicos y todo el pueblo acompañaba cantando la Salve. Después se dejaba allí a la Virgen durante un tiempo. Los mozos tiraban cohetes durante la procesión y los críos salíamos corriendo de la fila a coger los palos, luego el cura nos echaba la bronca y a veces nos daba un pequeño cachete. ¡Que tiempos aquellos! –decía el señor Alonso suspirando.
   –¡Qué bien lo pasábamos cuando los músicos hacían la ronda, tocando por todo el pueblo antes de la misa! Todos los chiquillos les seguíamos tan encantados como los niños del cuento ‘El flautista de Hamelín’. Y cuando llegaba el dulcero y por una perrilla nos daba un puro grande, o una cachavilla de caramelo. Más de uno se comió los confitillos de balde –decía Inocencio.
   –Y ya de mozos, cuando las mozas todas peripuestas estrenaban sus vestidos y zapatos, y poco acostumbradas a los tacones tropezaban más de una vez. Y si venían forasteras todos queríamos sacarlas a bailar y en el favor, nos las quitábamos los unos a los otros. Al final casi todos nos quedábamos con las del pueblo –decía Marcelo.
   –Sí, pero antes habíamos pasa’o buenas fatigas todo el verano para recoger la cosecha. Y menos mal si venía buen año, que de todo había. Porque en nuestra querida Castilla, ya se sabe, nueve meses de invierno y tres de infierno. Aquí llega Mercedes con su nieta Merceditas. Qué, ¿ya se ha termina’o la faena de hacer el pan? –volvió a decir el señor Alonso.                                     
   –Sí, por esta semana ya está hecha, la próxima ya veremos cuando nos toca. Qué, ¿jugamos unas partiditas? ¡Hoy pienso ganar! –decía Mercedes sacando una baraja del bolsillo de su bata.
   El señor Alonso saca la criba y otra silla; allí en corro con la criba sobre las rodillas y una vieja manta sobre la criba, suelen pasar muchas tardes y como ellos dicen: <<Se dan buenos ‘tutes’>>. 
   Merceditas cansada y aburrida le pide a su abuela la merienda. Marcelo le da una pesetilla y le dice:
   –Toma Merceditas, vete a la taberna a ver si estoy yo.
   Merceditas hace un mohín y contesta:
   –Señor Marcelo que no soy tonta –y se marcha muy contenta a la taberna a comprar cacahuetes.
   Ya empieza a refrescar y los tres amigos, ayudan al señor Alonso a meter la criba y las sillas en casa.
   –Si mañana hace bueno, volveremos a daros otra paliza –decía Mercedes.
   –¡Ya veremos quién le da a quién! –decía Inocencio que hoy ha sido su contrincante–, yo pienso llevarte las perras a ver si me compro un burro.                    
   –No estás tú tan mal burro –decía Mercedes. Y los cuatro, se van riendo hacia sus casas.

 
    CAPÍTULO II  
   Como acostumbran, el señor Alonso, Inocencio y Marcelo (después de su paseíto diario), descansan y pasan el rato en el cálido rinconcito de la solana. Esperan pacientemente a Mercedes, pero hoy tarda en llegar y aparece Merceditas. Antes de que la niña pudiera decir algo, los tres amigos preguntaban:  
   –¿Qué pasa con tu abuela?
   Y Merceditas riendo contestaba:
   –Ha dicho que no puede venir y que el señor Inocencio, tendrá que comprar el burro otro día.
   –Ja, ja, ja, mira que tiene cosas tu abuela –decía Inocencio.
   –Sí, dice que tiene de todo menos dinero –contestaba Merceditas. 
   –Merceditas, ¿tú sabes quién era el Cid Campeador? –preguntaba Marcelo.
   –Sí, porque ayer dimos esa lección –decía Merceditas y le va contando de ‘pe a pa’ todo lo que la maestra, les explicó a los niños en la escuela.
   –Muy bien Merceditas, ¿quieres ir a la taberna a ver si estoy yo? –decía Marcelo y sacando su cartera le vuelve a dar una peseta.
   –Gracias señor Marcelo, pero ya sé dónde está usted, como siempre en las nubes –decía Merceditas y se va para su casa tan contenta.
   –¿Te acuerdas Alonso –decía Inocencio–, cuando Tomasón nos contaba, que fue él quién mató al Cid? Le preguntamos; ¿pero no fueron los moros? Y él muy serio contestó, ¿tengo yo cara de moro? ¿Y cuando el señor Leandro vino preguntando por Alba Cete?, dijo que le había conocido en la estación de autobuses y todo el mundo se reía de él. Ja, ja, ja, ¡quién podía tener ese nombre con semejante apellido!
   –Sí, sí, también recuerdo –decía el señor Alonso–, cuando le pusimos a la vieja Simona, un petardo en la ventana. ¡Menuda la que se armó! Salió dando gritos y pegando guantazos a diestro y siniestro, el pobre Cándido que pasaba por allí, estuvo a punto de recibir un soberano sopapo. Las patas le valieron, decía su madre. También la lió bien cuando le dijo al cura, que ella no se confesaba porque no robaba ni mataba a nadie. El cura le contestó: pues quitaremos a la Virgen del altar y le pondremos a usted. Menos mal que el cura acabó callando y aquí paz y después gloria. La vieja Simona era buena persona pero cuando se enfadaba ardía Troya.
   –Tenéis razón, pero mejor fue lo de la Ramona –terció Marcelo–. Cuando salía de la iglesia pegó un tropezón y fue a parar al cepillo de las ánimas, del trompazo que le arreó, salió disparado todo el dinero que había dentro. Los chiquillos corríamos por la iglesia chillando a ver quien cogía más perras, hasta que el cura todo asustado salió de la sacristía. Al bajar corriendo las escaleras, se pisó la sotana y fue a parar encima de la pobre Ramona, que se levantó como pudo y toda colorada se marchó corriendo a su casa. Yo creo, que no volvió a misa en varios meses.
   –Vaya, vaya, vamos a dejar algo para otro día. Ya que se nos ha chafado la partida, ¿qué os parece si nos damos un paseíto? ¿Metemos las sillas en casa y vamos hasta la plaza? –volvió a decir Inocencio.
   –Tú verás como responde tu ‘pata’ Alonso –decía Marcelo.
   –Yo creo, que hasta allí ya llegaremos –decía el señor Alonso, cogiendo su cachava.
   –Como es fiesta y hace muy bueno, puede ser que los mozos estén jugando a la pelota o las mozas a los bolos, o mira, ¡a lo mejor encontramos novia! –decía Inocencio riendo.
   –¡A buenas horas mangas verdes! –volvió a decir el señor Alonso.
   Y los amigos, siguiendo el paso del señor Alonso se encaminan a la plaza.
   –¡Anda, cuánto bueno por aquí! ¿Qué tal va su pierna señor Alonso? No se les ve mucho, ni siquiera en la misa –decía la maestra, que acababa de salir de la iglesia de rezar el rosario.
   –La pierna no se arregla y la misa p’al cura –contestaba el señor Alonso.
   –Hay que estar bien con Dios, no sea que cualquier día… –dijo la maestra.  
   –Pues si supiera que me moría pronto, mataría el cochino. Y por lo menos, no se reiría nadie de lo que yo he cuida’o con tanto esmero –volvió a decir el señor Alonso.
   –Ya veo que el señor Alonso sigue en sus trece. Y, ¿ustedes que tal andan? –preguntaba la maestra a Marcelo e Inocencio.        
   –Pues ya ve, poco a poco –los tres miran la cachava del señor Alonso y ríen de buena gana.
   La plazuela está llena de gente, que después del rosario se junta para charlar y distraerse un rato.
   Los paseantes son recibidos por sus convecinos, que les saludan sonrientes, diciendo:
   –¡Ya es hora de veros el pelo! ¡Sois muy caros de ver!
   –Ya sabéis –contestaba el señor Alonso–, estamos en nuestro barrio tan contentos, esta pierna mía no me da para muchos trotes.
   –¡Ojalá te recuperes pronto! –le decían todos.
   Aunque, también saben, que eso ya no podrá ser, pues el médico comentó con alguno de sus vecinos  que, <<el señor Alonso estaba mal>>.
   En la pequeña plaza algunos mozos juegan a la pelota; otros miran a las mozas como preparan los bolos y muy animadas echan a suertes para elegir con quién les toca jugar, <<pinto, pinto, gorgorito>>.
   Luego los chicos irán a la taberna a merendar y pasar un rato. Más tarde se reunirán con las chicas en  una casa, para jugar todos juntos a las cartas, tomar alguna cosa, conversar y hacer la tarde más amena.  
   La mayoría de las mujeres van a la casa que les toca, a coger la vez para cocer el pan en el horno comunitario y como es fiesta, más tarde irán a jugar una brisca a la gloria de cualquier vecina.
   Los hombres van a sus casas a arreglar a los animales, después cogen un poco de merienda y lo llevan a la taberna, lo juntan entre cuatro o seis y beben un porroncillo de vino con la merienda, luego beben otro jugando unas partidas, que lo paga quien pierde. No vale mucho dinero el porroncillo de vino, pero éstos juegan con tanto interés como si les fuera la vida en ello.

  
   CAPÍTULO III
   El frío, la lluvia y la nieve se hacen notar. Ya están encima las navidades, en todas las casas se está preparando el bacalao y el mejor pollo, conejo, o cordero. Mucha gente tiene rebaño y esos días no reparan en gastos. Las vísperas llegarán los vendedores de fuera, con turrones, pastas, frutos secos y otros productos navideños.
   Los pescaderos llegarán con besugos, merluza, chicharros, anchoas y otros pescados. Según la economía familiar, todos cenarán la noche de Navidad algo especial.
   Ya todos piensan en la lotería, es muy difícil que les toque, pero quien más, quien menos, todos juegan algo. Varios vecinos tienen su aparato de radio en la gloria y el día que salen los niños de San Ildefonso con el soniquete de la lotería, muchas glorias se llenan de gente a escuchar el sorteo, con la esperanza de que la diosa Fortuna les visite.
   Merceditas llega a casa muy contenta; le dice a su abuela, que Inocencio ha comprado una radio (ella la ha visto) y así se lo cuenta a Mercedes:
   –No es muy grande, por detrás es marrón y por delante blanca, en la parte de abajo tiene un cristal y dos ‘rueditas’, una es para darle más voz y la otra para buscar las emisoras, que las tiene todas escritas en el cristal. Debajo del cristal y entre las dos ‘rueditas’ tiene cuatro teclas blancas, parecidas a las del piano que tiene la hija del médico en el salón. También tiene aparte otro aparatito que se llama ‘voltímetro’, con una aguja como la de un reloj y cuando se enciende la radio, se mueve de un lado para otro. La antena es un alambre enrollado que se estira y la han puesto de un lado al otro de la pared. Se oye muy bien y el señor Inocencio me ha dicho, que puedo ir los jueves por la tarde a su casa, porque dicen unos cuentos muy bonitos.
   El día amanece frío y lluvioso y hoy el señor Alonso no ha salido a la calle. El pescadero ha llegado y Mercedes va a la casa de su vecino por si necesita alguna cosa.
   Mercedes lo llama desde la calle y como el señor Alonso no contesta, ésta abre la puerta y lo llama desde el portal. Como no recibe respuesta, le manda a Merceditas a buscar a Inocencio, que llega corriendo y los dos suben a la habitación del señor Alonso, éste está malherido y sin sentido en el suelo. Cuando llega el médico sólo puede certificar su defunción.
   El campanero toca las campanas a muerto, y ya todo el pueblo sabe la mala noticia. Cuando lo sacan de la casa en el ataúd para llevarlo a la iglesia, la maestra recuerda la conversación que tuvo con él y dice para sí: <<Que Dios lo tenga en su Gloria>>.
   Y piensa también en el cochino que desde la corte gruñe esperando su comida.
   Inocencio y Marcelo no conocen a los familiares de su amigo, no saben siquiera donde viven, pero pronto, alguien llega al pueblo asegurando ser su sobrino-nieto y se lleva las pocas pertenencias de las que disponía el señor Alonso, incluido el cerdo, del cual no pudo disfrutar su tío y que con tanto cariño había cuidado.
   Llega la Navidad, los niños tienen vacaciones y en el pueblo ya todo huele a fiesta. Las chicas han estado arreglando la iglesia y ahora está más bonita. En todos los altares han puesto jarroncitos con flores nuevas y hay muchas más velas encendidas.
   El Niño Jesús está encima del altar mayor en su cunita de paja, cuando don Luis el cura, acabe de decir la misa se lo dará a besar a los vecinos, y todos puestos en fila (los hombres con la boina en la mano y las mujeres y niñas con su velo en la cabeza), lo besarán uno a uno en la rodilla y el cura cada vez, irá limpiando su rodilla al Niño Jesús con una bayetita blanca. A Merceditas es lo que más le gusta de la misa y piensa mientras lo besa: <<¡Es tan bonito el Niño Jesús!>>.
   Dentro de poco llegará el día de los Reyes Magos. Todos los niños están ilusionados y un poco nerviosos, a todos les gustaría verlos, pero tienen que dejar bien limpios los zapatos en la ventana y acostarse pronto, si no (dicen sus padres), no les traerán nada.
   –Desde luego –dicen algunos niños–, nosotros nunca hemos visto a los Reyes Magos y será por eso, que siempre nos traen algo: zapatillas, calcetines, algo de ropa, castañas, nueces, naranjas, o cualquier otra fruta pero aquí nunca traen carbón ni juguetes a nadie.
   –Otros niños tenemos mejor suerte –decía Merceditas muy contenta–. Siempre nos traen una cajita con una culebra de mazapán y confitillos de anís a su alrededor, que está todo buenísimo. ¡Esos si que son buenos Reyes, que se acuerdan de un año para otro!
   Ya pasaron las vacaciones navideñas y llegó la maestra. Todos los niños vuelven a la escuela y las cosas empiezan a ser como de costumbre. Los pastores salen al campo con sus rebaños y los labradores vuelven a sus tareas, ya está cercana la primavera y pronto, las ovejas tendrán sus corderillos y las fincas se vestirán con una alfombra de trigos y cebadas absolutamente verde.
   Dentro de poco, cada vecino hará su segunda matanza del cerdo. La primera la suelen hacer por noviembre o diciembre, para tener un buen alimento y soportar mejor el frío invierno. La segunda sobre marzo o abril, para tener sus chorizos y jamones y que el duro trabajo del verano se haga más llevadero. En el pueblo dicen que de los cerdos se aprovecha todo, incluso las basuras, que junto con las de las cuadras (de los mulos) y las de los corrales (de las ovejas), se usan para abonar las fincas.  
   Ahora el tiempo es un poco más largo pero sigue haciendo frío, y los amigos continúan jugando dentro de una gloria. La partida se ha visto disminuida pero pronto, se incorpora a las conversaciones y las partidas, Cándido. 
   Cándido es otro vecino que (como él dice), se está haciendo mayor y el médico le ha aconsejado que no vaya a la taberna. Aunque no fuma ni bebe mucho, en la taberna siempre hay humo y como le decía su mujer Rufina: <<Es mejor que lo vayas dejando poco a poco, mira lo que le ha pasado a Alonso>>.
   –Si queréis, yo puedo acompañaros a jugar –comentaba Cándido a sus vecinos, mientras esperaban a Mercedes–, aunque, el tute no se me da muy bien, pero si no os importa podemos jugar a los seises.
   –No te preocupes, si te ganamos las perras aprenderás enseguida –decía Inocencio riendo.
   –Ahora Mercedes debe tener mucha tarea –decía Marcelo, en el momento que llegaba Merceditas.
   –Parece que ya no le gusta jugar a las cartas –volvió a decir Inocencio.
   –A lo mejor es porque estoy yo –decía Cándido.
   –Pues no, señores –decía la niña al escuchar a sus vecinos–, mi abuela me está haciendo el vestido de primera comunión y me ha encargado que les diga, que hoy no la esperen.
   Marcelo, Inocencio y Cándido disculpan a Mercedes y juegan ellos solos, cuando se cansan van a la plaza. A ver, por no preguntar.   

 
   CAPÍTULO IV 
   Los carnavales están al caer, los niños lo celebran el jueves anterior al domingo de carnaval y lo llaman El Jueves de Todos. Ese día todos madrugan, hacen un muñeco grande de paja que lo llaman el Palanquín, lo visten con ropas viejas, lo atan sobre un burro y monta un niño mayor con él para que no se caiga. Llevan un bolsito y un cestillo de mimbres para guardar lo que les den los vecinos, y con una cruz grande de madera para rezar, van pidiendo por todas las casas cantando una canción que alguien hizo para la ocasión y que todos conocen desde siempre. He aquí una pequeña muestra:

A los niños de la escuela / no se les puede negar,
un pedazo de torrezno / para esta tarde merendar.
Chorizos y huevos / es lo que pedimos
y alguna morcilleja / también recibimos.
  
Y todo el pueblo les da algo: un huevo, un trozo de chorizo, morcilla, patatas, dinero… se despiden acabando la canción y rezando un padrenuestro por los difuntos de la casa.
   Cuando terminan van a sus casas a comer y por la tarde hacen tortillas de patata con chorizo, en la casa donde vive la maestra, por la noche queman el muñeco y así se acaba la fiesta.
   Un año los niños y las niñas se disfrazaron: las niñas vestían los pantalones de los niños; los niños se pusieron las faldas y vestidos de las niñas (todos estaban muy graciosos y se rieron mucho), se fueron al pueblo más cercano, nadie los reconoció, lo pasaron muy bien y llegaron a casa muy contentos.
   El día de los mayores es el martes de carnaval, éstos no piden ni se disfrazan; los chicos toman una buena merienda en la taberna (que la hace la tabernera), las chicas hacen chocolate en una casa, luego se juntan en la misma casa y juegan a las cartas. A veces los chicos intentan hacerles bromas a las chicas. En una ocasión quisieron robarles el chocolate; para que no les vieran quitaron los fusibles de la luz, de la casa en la que estaban las chicas, subieron a la cocina a oscuras, cogieron el caldero que estaba colgado al fuego y se fueron rápidamente. Cuando llegaron a una luz se dieron cuenta de la equivocación, lo que creían chocolate, era ni más ni menos, que el agua de fregar.
   Las chicas que ya estaban acostumbradas a esta clase de bromas, habían dejado el caldero a propósito, poniendo su merienda a buen recaudo. Entretanto pusieron los fusibles y tomaron el chocolate con bizcochos tan a gusto. Quien ríe el último, ríe mejor.
   El Domingo de Ramos todos los vecinos van a misa con un ramito de hiedras (en el pueblo abundan mucho). A los niños se lo adornan con caramelos, pastas, rosquillas, o alguna pequeña fruta, el cura los bendice y se guardan en casa hasta el año siguiente, que se cambia por uno nuevo.
   Ya llegó la Semana Santa y en el pueblo todo está preparado. Las chicas han sido las encargadas de hacer un altar en la iglesia. Le han puesto las mejores alfombras y colchas de las casas, los mejores manteles de los altares, jarroncitos con flores, muchos candelabros con velas y han tapado las imágenes con una tela morada.
   El jueves y el viernes no se pueden tocar las campanas, la radio sólo emite música y programas religiosos, estos días se ‘acabaron’ los discos dedicados, las radionovelas y los concursos. Para avisar a los vecinos cuando llega don Luis a rezar los oficios religiosos, los niños salen por todas las calles haciendo sonar sus carracas y matracas de madera y voceando, dicen muy contentos: <<A la iglesia, las primeras, el que no quiera venir que se vaya a dormir>>, así, hasta las terceras que se acaba el ‘concierto’. Como hacen mucho ruido, todo el pueblo sabe, cuando tiene que acudir a la iglesia.
   El Viernes Santo, la gente visita varias veces la iglesia, ya por la tarde-noche se reza el Vía-Crucis y se entona triste y dolorosamente, el <<Perdón, oh Dios mío>>, a Jesús Sacramentado.
   El domingo es la Pascua de la Resurrección del Señor: se quita el altar, se descubren las imágenes, tocan las campanas a fiesta, se canta la misa y se hace la procesión alrededor de la iglesia.
   En la procesión los chicos sacan de la iglesia a Jesús por un lado, las chicas a la Virgen María toda vestida de negro por otro, se encuentran en un punto y una chica le quita a la Virgen su manto negro de luto, dejándole un manto (de color claro), que Nuestra Señora luce los días de fiesta. Al mismo tiempo y fervorosamente se canta esta canción con alegría. Así dice un pequeño fragmento:

Quítale el manto a la Virgen / que ese luto es muy pesado
y no es digno que lo lleve / que su hijo ha resucitado.
Quítale el manto a la Virgen / a la Sagrada María,
quítale el manto de luto / y déjale el de alegría.
  
Merceditas está muy contenta, el cura don Luis y la maestra doña Nati, le dicen que sabe muy bien las oraciones y que Jesusito está muy contento con ella. Además el ‘verso’ que le va a recitar a la Virgen, es el más largo y el más bonito, de todos los que recitarán los demás niños y ella lo sabe de carrerilla. No tendrá regalos como las otras niñas y niños pero no piensa en eso, su mejor regalo es su abuela y el vestido y la diadema tan bonitos que ella le está haciendo.
   Para su abuela, Merceditas es la niña más lista y más buena, además, el día de su primera comunión será la niña más guapa.
   Su trabajo le está costando pero para su nieta todo es poco, daría su vida por ella si fuera preciso. Recuerda con alegría y tristeza el nacimiento de Merceditas: era un día de mayo, su hija Merche se casaba ese día pero en vez de ir a la iglesia hubo que ir al hospital. Merche se casaba embarazada de siete meses y en el pueblo los comentarios fueron de lo más desagradables y las críticas feroces.
   Por eso se casaban sólo con padrinos y testigos. Era entonces un pecado muy grave tener un hijo (aunque fuera del novio), antes de estar casada. El parto se adelantó, el niño venía de mala manera y hubo que acudir al hospital lo antes posible. Cuando llegaron, Merche había fallecido. Tuvieron que hacerle cesárea rápidamente y nació la niña, venían mellizos, pero al segundo que era un niño no pudieron salvarle. Al novio de Merche que era de otro pueblo, no volvieron a verlo nunca más.
   Para Mercedes viuda hacía dos años, fue un gran golpe; lloró mucho pero tenía lo más bonito que su hija le podía dejar, una niña preciosa y muy frágil, había que trabajar mucho para sacarle adelante y tuvo que hacer de todo. Desde lavar la ropa de la gente de su pueblo (teniendo que bajar y subir cargada, una enorme cuesta al río), planchar, ayudar en las matanzas y en el horno, hasta ir a espigar para dar un poco de trigo a sus gallinas.
   Hasta aquel día (bendito día), que llegó al pueblo doña Benita.
   Doña Benita era la maestra, que llegaba a este pueblo sin conocerlo de nada, había hablado con Serafín (el alcalde) y éste llevó a doña Benita a la casa de Mercedes.
   Y Mercedes recordaba lo que Serafín le decía, cuando aquel día de octubre llegó la maestra: <<Más que nada, porque le vendrá bien el dinerillo que le pagará el ayuntamiento, por alojarla en su casa>>.
   A la maestra le cayó bien Mercedes y trataba de ayudarle en lo que podía. Mercedes se lo agradecía de todo corazón, sobre todo si le cuidaba a la niña cuando ella tenía que trabajar.
   Un buen día, cuando Mercedes cansada llegaba de su trabajo, le comentó la maestra:
  –Esta vida no es buena, ni para usted, ni para la niña, sería mucho mejor si tuviera un trabajo en casa.
   Mercedes se quedó boquiabierta y dijo asombrada:
   –¡Y qué puedo hacer yo, si no tengo ningún estudio!
    –Usted no necesita estudiar, sólo necesita un poco de tiempo para aprender a coser y si quiere, yo puedo enseñarle –contestó la maestra.
   Mercedes vio el cielo abierto, ella cosía y remendaba muy bien y como mucho hacía algún delantal, pero nunca supo hacer patrones. Pasados unos días, las dos trabajaron desde que la maestra dejaba la escuela hasta bien entrada la noche. La alumna (como decía la maestra), progresaba mucho y pronto pudo hacer sus propios vestidos así como los de la niña. Enseguida lo supieron en el pueblo y en vez de llamarle para que fuera a lavar y planchar, le llevaban telas para que confeccionara vestidos y pantalones. Al principio le ayudaba la maestra, pero poco a poco, ya no lo necesitaba.
   La maestra estaba muy contenta en casa de Mercedes pero el curso siguiente, llegó una nueva maestra y doña Benita tuvo que ir a otro pueblo.
   A menudo le escribía a Mercedes y siempre le preguntaba por la niña. Mercedes siempre le contestaba, pero pasados un par de años la maestra dejó de escribirle y ya no supo nada más de ella.
   Inocencio estaba preocupado desde hacia unos días. Había sacado su aparato de radio al portal para oír ‘el parte’ (las noticias), mientras arreglaba a sus animales.  
   –La radio no se oye bien –les decía a sus amigos Cándido y Marcelo–. Cuando la enciendo hace unos ruidos muy raros. Como no tenía otro sitio mejor, la puse encima de un saco de trigo que iba a llevar al molino, yo creo que se ha estropeado.
   –A lo mejor se ha metido algún ratón –bromeaba Marcelo.
   –No seas gracioso, ¡eh! –volvió a decir Inocencio.
   –Si quieres la echamos un vistazo­ ­–comentó Cándido.
   Cuando abrieron la radio (para echarle un vistazo), encontraron la sorpresa más grande que se pudieron imaginar, allí moviéndose perezosamente había un nido de ratoncillos.
­­   –¡Uf vaya asco! –decía Inocencio–, no sé si mande la radio a freír espárragos.
   –Quita hombre, la limpiamos y ya está, espera a ver si se oye bien –dijo Cándido.
   –Si no la quieres, me la llevo yo –decía con guasa Marcelo.
   Como la radio se oyera bien, dijo Cándido:
   –Ya sabes, no la vuelvas a sacar al portal.

  
   CAPÍTULO V 
   Por fin llegó el día de la Ascensión (día de las comuniones). Merceditas estaba muy nerviosa, había dormido poco y daba vueltas y revueltas frente al espejo. La abuela siempre le decía que era su princesa y hoy en verdad lo parecía. Ella y la abuela no iban nunca a la peluquería, pero… ¡qué peluquería ni que ocho cuartos!, la abuela le había trenzado el pelo por la noche y ahora tenía su melena rubia llena de ondas y rizos.
   Y el vestido y la diadema eran preciosos, seguro que ninguna niña estaría tan guapa como ella. Cuando Merceditas vio a la abuela creyó ver a una reina.
   –¡Pero qué guapísima estás, abuela!
   –Tú lo estás mucho más, anda vamos a misa que ya es hora y no hay que llegar tarde.
   Abuela y nieta iban cogidas de la mano, al llegar a la iglesia los comentarios de la gente eran de admiración y de alabanza.
   Cuando llegó don Luis, ya estaba doña Nati colocando a los niños, eran siete los que comulgaban por primera vez, cinco chicas y dos chicos. A Merceditas le puso en la esquina del primer banco, ya que era ella quien recitaría su ‘verso’ en primer lugar. La maestra estaba nerviosa y rezaba para que todo saliera bien. No en vano, ella era quien había preparado la catequesis y los poemas de los niños.
   Mercedes estaba muy pendiente de la niña y de todos los acontecimientos que estaban sucediendo en la misa. Enseguida le tocaría a Merceditas decir su ‘verso’ y ella tiene que estar muy atenta para oírle bien, porque a don Luis le oye más bien bajito. Ahora recuerda cuando le decía al médico: <<Yo creo que últimamente me estoy quedando un poco sorda>>. Y el médico le decía: <<Esas son cosas de la edad, señora Mercedes, no se preocupe>>. La misa ya está llegando a su fin y todo ha salido muy bien. 
   Todos los niños están muy contentos y parecen un poco cansados, la señorita les ayuda a salir y todos en fila salen de la iglesia los primeros. Luego salen todos los demás y cuando Mercedes sale, la niña le está esperando, con una caja de cerillas en la mano.
   –En la caja hay una peseta abuela –decía Merceditas–, me la ha dado una señora. Ha dicho: que se llama Otilia, que es del pueblo de abajo, que no podía esperar y que te dé muchos recuerdos.
   –Pobre mujer –decía Mercedes–, creo que la peseta le haría más falta a ella que a mí. ¿Le has dado las gracias? –le preguntaba a la niña.
   –Claro abuela, cómo no se las voy a dar –decía Merceditas.
   –¿Qué tal estás ahora? –volvía a preguntar Mercedes.
   –Y Merceditas contestaba sin dudarlo:
   –Muy bien abuela, mi vestido es el más bonito de todos. Muchas gracias.
   La abuela sonríe y cogiendo de la mano a su princesa piensa: <<No sé cuándo volveré a misa>>. Después de nacer la niña y de su bautizo, no volvió a pisar la iglesia hasta el funeral de su vecino el señor Alonso. ¡Lo había pasado tan mal, por culpa de tanta gente intolerante! Además, la mayoría habían sido amigos de su marido, de ella y de su hija. Ahora recuerda, cuando el señor Alonso le decía en broma: <<Tú y yo, haríamos una buena pareja; la iglesia y los curas p’al gato>>. También recuerda, cuando la niña bien pequeñita le preguntaba por su papá y ella le decía: <<Tu papá se fue y no ha vuelto, y será mejor que no vuelva, por la cuenta que le tiene>>. Después Merceditas nunca volvió a preguntar por él.
   Mientras caminaban, Merceditas iba comentando a su abuela detalles de la misa y de sus amigos:  
   –Todos mis compañeros de comunión, comerán con sus familiares –decía la niña.
   Mercedes viendo a la niña un poco desanimada le dio un beso y dijo:
   –Nosotras no tenemos ningún familiar y como siempre, tendremos que ir a comer solas a casa, pero no te preocupes, hoy por ser un día especial, he hecho una buena comida y una gran tarta de manzana, a las dos nos gusta mucho y seguramente quedará para comer mañana.
   Ya se dirigían a su casa cuando se encontraron con sus vecinos, Inocencio, Cándido, Rufina y Marcelo.
   –Hola chicas, ¡pero que guapetonas estáis! –dijo Marcelo. 
   –¿Quieres que te diga, lo que le dijo la ratita al burro? –dijo Mercedes.
   –Anda no seas guasona, que tú sabes que es verdad –decía otra vez Marcelo–. ¡Esperad un poco, no vayáis tan deprisa! –metió la mano en su bolsillo y en vez de sacar la cartera como otras veces, sacó una pequeña cajita se la entregó a la niña y añadió–. Toma Merceditas, esto es un regalo para ti.
   La niña miró a su abuela, pidiendo con los ojos su aprobación.
   –Dale las gracias a Marcelo –dijo la abuela.
   La niña le dio las gracias y quitó el papel de regalo, al abrir la caja quedaron al descubierto unos preciosos pendientes de oro. Cándido, Rufina e Inocencio, también le dieron otras dos cajitas, una de ellas contenía un pequeño reloj y la otra una pulserita de oro.
   Merceditas contentísima les dio a todos un beso y volvió a cogerse de la mano de su abuela, que muy emocionada y con lágrimas en los ojos, dijo:
   –¡A ver cómo os voy a pagar yo!
   Y Rufina para quitar un poco de tensión a Mercedes, contestó:
   –Pues invitándonos a comer, hemos pasado por tu casa y olía a gloria.
   –¡Pues vale, todos para mi casa! –dijo Mercedes. Y allí se van los seis tan contentos.
   Llegando a la puerta de la casa, Mercedes sintió una punzada en el corazón. Allí estaba el padre de Merceditas y el que pudo haber sido su yerno. Ya no tenía escapatoria, tenía que hablar con él aunque no quisiera. No era un día para discusiones y por la niña, no pensaba reñir con nadie.
   Los vecinos que ya sabían de la presencia del chico, procuraron quedarse hablando con Merceditas y así, evitar a la niña cualquier disgusto.
   –Buenos días, señora Mercedes, tengo que hablar con usted –dijo el chico.
   –¡No vengas con tonterías! ¿Qué haces tú, hoy aquí?
   –Quiero hablar con usted a solas, pero tiene que ser hoy, no sé cuando podré volver y es muy importante. Ya veo que está usted bien y la niña está preciosa, gracias por cuidarla tan bien.
   –¡A ver si te crees, que me la iba a dejar morir! Mi trabajo me ha costado pero si es verdad, la niña es un encanto y se llama Merceditas, por si no lo sabes.
   –Sí que lo sé. Usted dirá, dónde y cuándo podemos hablar.
   –Pues no tengo ganas de discutir, ya veremos.
   –Ya le digo que tiene que ser hoy, mañana me voy a Argentina.
   –¿Así que te fuiste corriendo? Y seguro que pasaste el charco nadando, ¿no?
   –No sea usted sarcástica, eso es lo que quiero contarle.
   –Es que... no sé si quiero enterarme. Seguro que saliste detrás de alguna tonta como la pobre Merche.
   –No le llame tonta a Merche, usted sabe que no lo era, nos queríamos y tuvimos muy mala suerte.
   –Dirás mejor, la tuvo. Porque tú, estás aquí bien pancho.
   –Bueno, la invito a tomar un café en el bar a las siete. Procure dejar a la niña un ratito con su vecina.
   –Bien, allí estaré, espero que no tenga que arrepentirme. Hasta luego.
   –Hasta luego, señora Mercedes.
   Mercedes con el ceño fruncido, vuelve con sus amigos y la niña.
   –Vamos a casa. Ya me ha fastidiado la comida –le dijo a Rufina.
   –¿Quién era, abuela? –preguntó la niña.
   –Un conocido –dijo Mercedes–. Ya te contaré luego, ahora vamos a comer.
   Entraron en la casa, Merceditas miraba su reloj que en su muñeca aún le quedaba un poco grande.
   –Para que te valga cuando crezcas un poco más, ahora tendrás que llevarlo al relojero, para que te quite alguna cadenita de la pulsera –le decía Rufina–. Los pendientes y la pulsera te los pruebas cuando comamos, para que veamos lo bonitos que son y lo guapa que estás.
   –No sé si llegará la comida –decía Mercedes preocupada por los acontecimientos–, ya sé lo que dice el refrán, <<lo bien repartido bien sabe>>, pero no es cosa de quedarse con gana. Aunque sea, voy a poner unos huevos cocidos con mayonesa, que eso se hace enseguida.
   –No te preocupes Mercedes –decía Marcelo–. Hemos venido por haceros compañía.
   –Pues muchas gracias, sois unos buenos vecinos –decía Mercedes.
   –De algo tienen que servir, esos ratos que pasamos jugando a la baraja. Si no fuera por esos y otros ratos, como dice la gente, andaríamos todos como zombis –decía Inocencio.  
   Rufina ayudaba a Mercedes a poner la mesa y los hombres hablaban con Merceditas, mientras las mujeres servían la comida.
   Acabada la comida Merceditas quiso ponerse los pendientes y la pulsera. Pero antes les dio a todos un gran beso y volvió a darles las gracias por los regalos.
   –Muchas gracias a tu abuela y a ti por la comida, estaba todo delicioso, sobre todo la tarta. ¡Menuda mano tiene tu abuela para todo! –dijo Rufina.
   Después del café, Mercedes le hizo a Rufina un guiño y dijo:
   –¿Que tal Merceditas si vas esta tarde donde Rufina? Tiene un parchís muy chulo, seguro que les ganarás a todos. Yo recogeré la mesa y fregaré los cacharros, ya iré luego a buscarte.
   La niña contentísima se cogió de la mano de Cándido y cada uno se fue para su casa. Después de recogida la cocina, Mercedes fue al bar donde estaría esperando el padre de su nieta. <<Vamos a ver lo que dice ese sinvergüenza (comentaba Mercedes para sus adentros), le va a creer su abuela>>.
   El chico estaba sentado junto a una mesa, situada en un rincón del bar mirando hacia la puerta, cuando vio llegar a Mercedes, se levantó y fue hacia ella invitándole a sentarse.                        
   –¿Qué va a tomar, señora Mercedes?  
   –Una manzanilla, espero que no se me corte la digestión.
   Cuando el camarero hubo dejado la manzanilla, el chico comenzó a hablar.
   –Gracias por venir, no las tenía todas conmigo.
   –Espero, que haya merecido la pena mi esfuerzo.
   –Me gustaría que me escuchara sin interrumpirme, ya le he dicho que es importante y no tengo mucho tiempo, vine ayer de Buenos Aires y me voy otra vez mañana.
   –Pues tú dirás, soy toda oídos.
   –Verá, Merche y yo nos queríamos, ya se lo he dicho antes. No nos importaba tener a nuestro niño antes de casarnos, ni lo que dijera la gente, estábamos dispuestos a todo por nuestro amor. Un día me dijeron en mi empresa, que en Argentina yo podía tener un buen trabajo, se lo dije a Merche y a los dos nos pareció interesante. Yo no quería dejarla sola en su estado y le propuse irnos los dos. Ella aceptó encantada pero había un problema; estaba preocupada por usted, seguro que se enfadaría mucho con ella, si se marchaba conmigo. Lo pensamos, y yo le dije que si nos casábamos, usted no tendría más remedio que aceptarlo. A la vez y aprovechando el viaje de novios nos iríamos a Argentina.
   Sacamos los billetes para el día siguiente de la boda y pensábamos decírselo a usted después de la misa. Cuando ella se puso mal, yo le dije que no me iba sin ella. Me dijo que no perdiera la oportunidad ni el billete y que fuera. Me hizo jurar que así lo haría, y que volviera lo antes posible a buscarle a ella y al niño.
   Después de todo lo que pasó y pensándolo mucho, decidí marchar, yo no podía hacerme cargo de la niña y creí que usted la cuidaría mejor que nadie.
   Sé por un amigo todas las fatigas por las que ha pasado, pero yo no podía hacer nada, seguía estando muy lejos y si quería volver tenía que tratar de ahorrar un poco, en parte, para darle a usted algo de dinero y para la niña. Ya sé que nada le pagará todos los disgustos que yo le pude haber ocasionado. Aquí traigo el billete de avión de Merche, puede usted mirar la fecha, yo lo guardo como un tesoro.
   Ya ve, sólo fue culpa del destino, que a veces lo pone todo patas arriba. La pulserita y los pendientes que le han dado sus vecinos a Merceditas, se los he traído yo. Espero que la niña los disfrute con mucha salud. Ellos han tenido la buena idea de comprarle el relojito entre todos, tiene usted unos vecinos que las quieren de verdad. Ya lo había comprobado antes y me alegro mucho.
   Tenga usted este poco dinero que he podido reunir, ya le iré mandando lo que pueda. Si a usted no le viene mal, me gustaría que la niña pudiera estudiar.
   Mercedes le escuchaba con los ojos llenos de lágrimas y dijo:
   –No te preocupes, pasó lo que pasó y ahora tenemos que luchar por la niña, yo ya soy mayor y me gustaría que empezara a conocerte. Espero que me dé tiempo de contarle poco a poco todo lo sucedido. Si quieres puedes venir a verla, le diremos que eres amigo de su mamá, ella se alegrará mucho de verte. Es una niña encantadora.   
   –Gracias señora Mercedes, no esperaba menos de usted.
   Había sido un día de grandes emociones y abuela y nieta se acostaron pronto.
   –Mañana será otro día –dijo la abuela.
   El domingo siguiente Mercedes volvía a misa con su nieta, entraron en el cementerio, visitaron la tumba de su marido e hija y rezaron por ellos un padrenuestro. Luego fueron a la del señor Alonso.
   En vez de rezar una oración como esperaba la niña, dijo Mercedes:
   –Ya ves Alonso, tú y yo decíamos que la misa y los curas para el gato, pues a mí se me ha aparecido la Virgen.
   Como Merceditas mirase con extrañeza a su abuela, ésta dijo a la niña:
   –No te preocupes, Alonso ya me entiende.  

 
    CAPÍTULO VI
   Mercedes se despertó con el canto del gallo. Los rebaños ya salían de los corrales y había que levantarse. Ya no cosía mucho pero ahora tenía entre manos un vestido de Rufina, quería terminarlo para el Corpus y no quedaba mucho tiempo. Las chicas ya empezaban a juntar colchas, alfombras, flores y otras cosas, para hacer los altares en la calle, uno en cada barrio. Y la gente decía encantada: <<La verdad que los hacen bien bonitos>>.
   El día del Corpus Christi se hace misa y procesión, el cura saca la Custodia y recorren todos los altares, rezando y cantando canciones de iglesia. Los niños y niñas que han hecho ese año la primera comunión, salen vestidos con sus trajes y toda la gente del pueblo les acompaña vestidos con sus mejores galas. Para todos es un gran día de fiesta y como dice el ‘dicho’: Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión.
   Hoy día del Corpus, Rufina quiere ponerse muy guapa. Mercedes le ha hecho un bonito vestido y con los zapatos que compró hace unos días en la ciudad y la permanente que le han hecho en la peluquería, Merceditas le dice, que está tan guapa que no le van a conocer. Con el ajetreo de la casa y pensando en la fiesta, Rufina se ha olvidado que debía matar un pollo. Su madre solía decir un refrán: <<Bruto español, que siempre recuerda tarde>>. Y hoy con el trajín, para cuando ha querido recordar… No obstante, tiene que hacerlo, porque pensando en el pollo no ha comprado otra comida.  
   Seguramente le dará tiempo, antes de que el cura don Luis llegue a decir la misa y prepara todo lo necesario para la labor. Cuando se dispone a sangrar al pollo y recoger en una tacita la sangre (que luego cuece), oye las primeras campanadas para la misa. No tardarán mucho en dar las segundas y con prisa se dispone a desplumarlo. Cuando lo tiene desplumado a medias, oye dar las segundas y pensando que no le va a dar tiempo a terminar del todo, deja el pollo en un cesto en la gloria, para que no lo toquen los gatos, sube hasta su cuarto a prepararse y piensa: <<Cuando salga de misa acabaré de pelar el pollo y haré la comida>>.
   Poco después, oye a Mercedes y Merceditas que ya van a misa, les llama y se van las tres juntas. Cerca ya de la iglesia oyen a Margarita y a su hermana, que riendo a carcajadas, llaman a Rufina: <<Rufina, ¿pero que le ha pasado a tu pollo, que estaba a medio desplumar revoloteando en la ventana de la gloria?>>. Rufina que ya está acostumbrada a las bromas de sus otras vecinas, no les hace caso y sigue su camino hacia la iglesia. Cuando salen de misa Cándido llega el primero a casa y al abrir la puerta de la gloria, el pollo sale disparado a la calle, en el momento, que llegan Rufina, Mercedes y Merceditas, que al ver al pobre pollo corriendo por la calle, con su pluma en la cabeza (que a modo de aguja, le cose la herida que Rufina le ha hecho para sangrarle), medio desplumado y que corre que se las pela (nunca mejor dicho), a las tres les entra un ataque de risa. Cándido sale tras él y enseguida llega con el dichoso pollo que hoy ha dado un buen espectáculo.
   En el pueblo no tienen cine, ni baile pero un día de asueto no viene nada mal y la gente lo aprovecha para descansar y lo disfruta lo mejor que puede. Los dos meses pasados han estado muy atareados; además de hacer todas las labores de la casa y atender al ganado (que deben hacerlo a diario), han sembrado patatas, remolachas y limpiado los cereales de malas hierbas con su azadilla.
   Pronto, las cebadas empezarán a cambiar de color y poco después seguirán los trigos. Ya no se siega mucho a mano, pero vienen dos meses (julio y agosto) muy duros y hay que preparar todos los aperos de la siega y de la trilla: segadoras, atadoras, aventadoras, hoces, bieldos, bieldas, rastros, rastrillos, escobas, trillos y algunas cosas más.
   Después de limpia la era, ya está todo preparado para cuando se empiece a segar, toda la gente anda azacanada y para todos hay trabajo. Y los labradores suelen decir por estas fechas: <<Lo que hace falta es que venga buen año y el viento o el granizo, no nos quite lo poco que tenemos>>.
   Ya le rezaban a Santa Bárbara y le ponían velas cuando había tormenta, pero a pesar de todo, algún año no les escuchó demasiado.
   En septiembre después de recogida la cosecha, se hace la fiesta de Gracias, en honor a los Mártires de Cardeña y a la Virgen del Valle, ya que son ellos los patronos de este pueblo.
   Gracias a Dios, a los santos (y a su trabajo) nunca les faltó lo necesario para comer.
   Ya fuera por la dureza del trabajo en el campo, la falta del agua, o la dureza de su clima, la gente joven empezó a marcharse del pueblo a trabajar a otros pueblos y ciudades.
   Y como el eco de una previsible y triste sentencia, se oye a los campesinos cantar esta canción:

Por la mañana el rocío / y por la tarde el calor,
por la noche los mosquitos, / no quiero ser labrador.
  
Así, el pueblo poco a poco, fue perdiendo a la mayoría de sus moradores, varios vecinos vendieron sus tierras y el ganado. Se hizo la parcelaría agrícola y las fincas se hicieron mucho más grandes.
   Los agricultores que se quedaron con las fincas, compraron tractores y maquinaria agrícola, se fueron a otros pueblos y ciudades cercanas y desde allí llegaban a hacer todas las faenas del campo.
   Al final del año 1975 sólo quedó una persona; un hombre soltero y solitario que no quiso abandonar a su pueblo.
   Al no haber suficiente gente, que pudiera cuidar el patrimonio del pueblo y los bienes del vecindario, se llevaron el retablo de la iglesia, todas las demás imágenes y todo lo que encontraron de más valor.
   Al morir su último habitante (que como un buen ‘Robinsón’ estuvo cerca de veinte años), el expolio fue brutal. Rompieron las cerraduras y las puertas de la iglesia, arrancaron y se llevaron las losas del suelo (grandes piedras que cubrían las tumbas de sus antiguos habitantes), dejando todos los restos al descubierto. Poco después, con una grúa bajaron y también se llevaron, las campanas de la torre.
   Finalmente, destrozaron las puertas de la escuela y de las casas, y robaron absolutamente todo.
   Sólo el viento, el sol, la luna y las estrellas, comparten su soledad y tristeza.
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   Pero su gente no quiere que la historia de este pequeño pueblo termine así. A pesar de su absoluto deterioro y la ruina de su iglesia y de sus casas. Desde principios del siglo XXI, los antiguos residentes y sus familiares, se reúnen aquí un día de verano. Para rezar la misa en una carpa y como antaño, cantar la Salve en la derruida ermita.
   Haciendo una comida de hermandad y chocolate para la merienda, con juegos y alegría, pasan el día entre amigos. Así, todos juntos, rinden un pequeño homenaje a su querido pueblo.