martes, 21 de junio de 2016

UN DOMINGO ESPECIAL




UN BONITO VIAJE  Y UN DOMINGO DISTINTO

En mi monótona vida, que a veces no sé ni en que día vivo, el domingo 19 de junio fue un día distinto: desde la mañanita y pendiente de mis dos despertadores dormí bastante mal. A las siete cuando más a gusto me encontraba en la cama, los dos a un tiempo se pusieron a sonar como locos; mi teléfono móvil con una musiquita agradable, el despertador de hace años como no trabaja mucho, suena que se las pela, hasta que no tuve más remedio que apagarlo. Pues así, con los ojos medio cerrados porque me acuesto tarde, empecé mi mañana. Después de una reconfortante ducha calentita, el desayuno y con mi bolsa preparada desde la noche anterior, a las 8,45 salí de casa. Casi toda la semana había estado lloviendo y ese día no iba a ser menos. Con el paraguas abierto y mojado, porque caían algunas gotas llegué a la estación del metro. A los 15 minutos ya me encontraba en la estación del tren; llegué con tiempo, iba con mis billetes de ida y vuelta y salimos a su hora hacia mi tierra.
Iba contenta, había sido invitada por el alcalde de Bañuelos de Bureba, un pueblecito cercano al mío. El motivo de la invitación era que entregaban los premios de un pequeño concurso en el que yo había participado. Este concurso fue convocado en homenaje a un maestro que estaba en este pueblo el año 1936. 
El hombre fue asesinado por la maldita guerra y acabó como otras muchas personas enterrado en La Pedraja, un paraje burgalés.
No fui yo la premiada, pero me hizo ilusión que me llamaran, ya que estas cosas no se suelen hacer por allí. Son pueblos muy pequeños, cercanos entre sí y cuando vivíamos allí, compartíamos a nuestro cura, cartero y hasta al médico. 
Todos los relatos están bien, pero los primeros premios lo han ganado por sus méritos. Nos recibieron muy bien, muy atentos y muy buena gente.
Nos regalaron un librito con todos los relatos del concurso y nos invitaron a un lunch y a comer. 
GRACIAS POR TODO
ESTE ES EL FALLO DE LOS PREMIOS, QUE YO HE RECOGIDO DE LA PÁGINA DE  BAÑUELOS DE BUREBA

La Junta directiva ha publicado el acta oficial con los resultados y los nombres de los ganadores. 

En Bañuelos de Bureba a 31 de mayo de 2016.

Recibidos los fallos de los cuatro miembros del jurado constituido para la selección del ganador del I Concurso de Cuentos de la Asociación Escuela Benaiges, quedan seleccionados como ganadores los siguientes cuentos: En el apartado infantil, menores de 15 años, ha sido seleccionado por unanimidad el cuento titulado “BUSCANDO EL TESORO” cuyos autores son: Jimena Pérez Ortega y Martín Hernani Ortega, a los que se hará entrega del premio correspondiente a su categoría consistente en cheque de 50€, canjeable en una Libreria.
En el apartado resto de autores, la ganadora seleccionada por mayoría del jurado ha sido el cuento titulado “GENERACIONES” cuya autora es Mª Jesús Riaño Irazabal, a la que haremos entrega del premio establecido para esta categoría de 150€.
La selección del mejor trabajo ha sido una labor muy difícil debido a la gran calidad de los cuentos presentados y el jurado ha tenido que meditar largamente su veredicto, por ello queremos dar las gracias al jurado compuesto por: Celia Heras (Bunker cultura de Covarrubias) Lidia González (socia) Montserrat Benito (socia) Bibiana Rojas (socia) por su inestimable y desinteresada colaboración.
Y sobre todo el agradecimiento especial de parte de la asociación, a todos los participantes por la aportación de sus estupendos trabajos a este primer concurso de cuentos.
LA JUNTA DIRECTIVA DE LA ASOCIACIÓN.

  

Y AQUÍ QUIERO DEJAR MI CUENTO, LO QUE YO HICE Y CON LO QUE PARTICIPÉ


UN PROFESOR EXCEPCIONAL
   Érase que se era, un pequeño pueblecito situado en un valle rodeado de lomas, con olor a flores, tomillo y romero. Su caserío de piedra protegía a sus habitantes, que vivían de la agricultura y la ganadería.
   La aldea contaba con poco más de 50 casas, una escuela y una iglesia en un pequeño altozano, que destacaba y se elevaba sobre las casas. Vista desde lo alto de la colina, bajando por el camino de las lomas y con el sol en su fachada principal, lucia como una hermosa parroquia. Haciendo círculo en torno a ella, las casitas simulaban un ejército de defensa, preparado para protegerla en caso de cualquier ataque imprevisto.
   Érase unos niños afortunados, en una escuela con su maestro al frente: un profesor de Cataluña que en el año 1934, había llegado para tomar posesión de su plaza, en aquella aldea, casi perdida, de la provincia de Burgos.
   Además de enseñarles el catón, la cartilla y las lecciones de la vieja enciclopedia, también aprendían a escribir ortografía y caligrafía con unas bonitas y originales letras; en la pizarra con sus pizarrines, y en el cuadernito de clase con su tinta del tintero y sus plumillas.
   Pero este maestro, tenía además, otro método novedoso de escritura: una imprentita, con la que los escolares aprendieron a escribir más rápido y consiguieron con su ayuda, hacer un pequeño libro.
   El libro lo titularon “El Mar” y el profesor les explicaba, que el mar era más grande y tenía muchas más hectáreas, fanegas y celemines que Burgos, La Bureba y todas Las Lomas juntas. También les contaba cómo era esa gran masa de agua salada, con sus olas, sus mareas altas y bajas y cómo la luna tenía tanto que ver con ellas.  
   Aquellos jóvenes escritores, desconocían el mar; lo habían visto en los libros, pero sabían poco de él. Solo conocían, que tenía una enorme abundancia de peces; que navegaban en sus aguas inmensos barcos, transportando multitud de personas y cuantiosas mercancías. También habían visto en su clase de historia, las carabelas de Colón en el descubrimiento de América. ¡Pero el mar, les quedaba tan lejano!
   Los pequeños estudiantes, faltaban muchas veces a sus clases, por ayudar a su familia en los trabajos domésticos, agrícolas o ganaderos. Sus padres eran unos honrados labradores que trabajaban de sol a sol. Agricultores, que solo sabían del campo y sus duras tareas: labrar, sembrar y recoger los cereales en aquellos largos y calurosos días de verano. Además de cualquier otro fruto, que llegaba en su correspondiente temporada.
   Salían poco de aquel lugar, acostumbraban a viajar con sus familiares hasta la vecina ciudad, a comprar ropa, calzado o cualquier otra cosa cuando la necesitaban.
   Esos días que los niños faltaban a clase y se perdían la lección, Don Antonio les decía que estudiaran en casa. Cuando tuvieran tiempo, corregirían en la escuela aquellas lecciones perdidas, y así, iban repasando toda la enciclopedia poco a poco.
   ¡Que diferencia tan grande había entre este maestro y los anteriores! Aquellos, eran casi todos mayores y decían que “la letra con sangre entra” por eso cuando los chicos no sabían las lecciones los castigaban, dejándolos encerrados en la escuela sin ir a comer a casa, o los golpeaban con la regla en las manos.
   Este señor era mucho más joven, trataba a los chiquillos con cariño y no les castigaba; por eso toda la gente le apreciaba y los vecinos del pueblo le regalaban pan recién salido del horno, un platito con carne en las matanzas y muy a menudo, patatas y otros frutos del campo o de la huerta.
   Además había prometido a sus alumnos que algún día los llevaría a ver el mar. Ese mar con el cual se emocionaba al enseñar a los niños su clase de geografía. Señalaba el Mediterráneo en el mapa con una varita de chopo y en aquellos momentos, sentía el placer de ver reaparecer su mar, como si aquella varita de madera, fuera la varita mágica de un hada.
   Y los chiquillos soñaban con ver el mar y la playa y las olas. Y en sus sueños confundían el océano, con el azul y la inmensidad de su cielo castellano. Se imaginaban el faro del mar, como la luz de la luna; y las lejanas lucecitas de los barcos, como su cielo tachonado de maravillosas estrellas.
   Igualmente se figuraban las olas y su espuma blanca, como si fueran nubecitas y figuras que el viento traía y llevaba a su antojo.  
   Pero las cosas de la política se estaban poniendo feas, y un día el profesor no fue a dar sus lecciones. Los niños no lo entendían, pero su esperado maestro no volvió. La maldita guerra y sus consecuencias se lo llevaron para siempre.  
   ¡Y esos niños en hilera,
llevando el sol de la tarde en sus velitas de cera!...
   Y aquellos chiquillos del año 1936, cuando fueron mayores, viajaron todos juntos a ver aquel mar mediterráneo, que tanto añoraba su estimado maestro.
   Y recordándole, rezaron una oración y arrojaron al mar una enorme corona de flores, atada con un gran lazo y una hermosa cinta azul, en la cual se veían de lejos unas grandes y preciosas letras que decían: Descansa en paz, admirado profesor Antonio Benaiges.
   El dios del mar aliado con el dios del viento, mostraba su poder dominando los oleajes. Y meciendo la corona sobre las olas espumosas con un ligerísimo vaivén, la cinta ondeaba en el aire como si un ángel tratara de decirles adiós. Y los antiguos alumnos antes de perderla de vista contestaban a coro: <<te recordaremos querido profesor, adiós y hasta siempre>>.                                    

Hoy buscarás en vano, a tu dolor consuelo.
 Lleváronse tus hadas el lino de tus sueños.
Está la fuente muda 
y está marchito el huerto.
Hoy solo quedan lágrimas para llorar.
No hay que llorar, ¡silencio!
Antonio Machado

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