lunes, 1 de mayo de 2017

LAS BODAS DE ORO

MAYO FLORIDO Y HERMOSO

Esto es lo que nos cuenta el refrán: Marzo ventoso y abril lluvioso, sacan a mayo florido y hermoso. Tanto en marzo como en abril ha habido un poco de todo y mayo será lo que sea, de momento florido sí está. Estamos en el primer día y da gusto salir a pasear; los árboles ya todos están a reventar de flores y hojas, los rosales nos perfuman y alegran los caminos con sus bonitas rosas, y la gente despojada de su ropa de invierno va vestida con colores primaverales y más alegres. Mayo, además del mes de la madre, también es el mes de las primeras comuniones y de las bodas. Cuando yo era pequeña, el día de la madre era el 8 de diciembre, el día de la Virgen Inmaculada, pero entonces no se le daba la importancia que tiene ahora; no había regalitos para las madres, porque los tiempos no estaban para bromas, ni tampoco había grandes almacenes que hicieran propagandas de todas sus reservas. Ahora hay días para todos y todos hay que celebrarlos con regalos, ya se encargan las televisiones de recordárnoslo. Yo quiero felicitar a todos los que cumplen años en este bonito mes, a los que toman la primera comunión, a todas las madres, y sobre todo, a todos padres, madres y matrimonios que cumplan las bodas de oro. Un abrazo muy grande para estos últimos, merecido lo tienen. Que cumplan con salud todos los que Dios quiera.
LAS BODAS DE ORO
   Era un bonito día de primavera, el sol brillaba y aunque se respiraba nerviosismo en la casa, todo el mundo estaba feliz. Se celebraban las bodas de oro de los abuelos.
   La iglesia lucía iluminada por sus cuatro costados, con otras tantas antiquísimas lámparas: una en cada pasillo de derecha e izquierda, así como otras dos iguales, pero mucho más grandes en el pasillo central. Además de las luces con sus reflejos irisados, un rayo de sol se colaba por una de las ventanas, reflejándose en la imagen de la Virgen Inmaculada, dándole un halo de misteriosa y resplandeciente divinidad. 
   Cada uno de sus altares se adornaba con dos candelabros de plata, sus respectivas velas encendidas y jarrones con ramos de rosas y claveles (las flores preferidas de la abuela). Cada reclinatorio que ocuparían los abuelos, lucía varios ramilletes de rosas y claveles rojos, y en cada banco de invitados un pequeño ramito de flores silvestres.
   La alfombra roja del pasillo central estaba dispuesta para acoger el paso de los flamantes abuelos a los acordes de la marcha nupcial, que el organista tocaría en el momento preciso.                                                         
   No faltaba nadie, estaban sus cinco hijos y sus diez nietos, sus tres hermanos con todos los hijos de cada uno y sus respectivos nietos. También acompañaba, incluso, alguno de los amigos que asistieron a su primer enlace, cuando con cara de niños se casaban en la iglesia de su pueblo.
   Entonces estaban sus padres, tíos, primos y algunos amigos de los dos. Todos los vecinos de su aldea acudieron a la celebración de la misa, no eran muchas las bodas celebradas en aquel pequeño pueblo y todos se apuntaron al acontecimiento.
   Ahora las cosas eran totalmente distintas, ya no había traje blanco ni ramo de azahar pero a cambio, la novia llevaba un bonito traje malva y el novio un traje gris oscuro.
   Don Ramón (el cura), ofició la misa y en la homilía ya no hubo recomendaciones de cómo deberían tratarse mutuamente, eso de… en la salud y en la enfermedad, fidelidad, etc. Todas esas cosas, ya no eran necesarias.
   A la salida de la misa, todos los invitados y amigos que habían acudido a acompañarlos y saludarlos en un día tan especial, reían y comentaban los acontecimientos en el portalillo de la iglesia. Felicitaban a los, tres veces novios y ahora en vez de arroz, los echaban pétalos de rosa.
   De repente se escuchó un gran estruendo dentro de la iglesia, todos los presentes volvieron la cabeza y las risas cesaron. Don Ramón alarmado salió de la sacristía al tiempo que todos los invitados entraban dentro de la parroquia.
   Lo que vieron les heló la sangre, una de las dos grandes lámparas que pendía del techo del pasillo central, acababa de aterrizar estrellándose y haciéndose añicos contra el suelo.
   El comentario fue unánime, había sido su día de suerte. El restaurante les estaba esperando y ahora más que nunca podían celebrar la reunión familiar con un doble motivo.
   Y con la natural alegría brindarían con un buen cava, porque todos estaban absolutamente ilesos

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