sábado, 11 de febrero de 2017

EL TIO ALBERTO - MATES



   EL TÍO ALBERTO MATES
Campos de Castilla
El tío Alberto era un tío postizo, lejano pariente de mi madre. Era nieto de un hermano de mi abuelo que se marchó de aquí hacía muchos años. Y mi madre decía: Cuando yo era pequeña a veces venía por aquí a ver a su madre, que también la llamábamos tía. Era un chico joven muy guapo y muy bien vestido, siempre traía alguna ropa para mi madre y sus hermanas, pero sobre todo, traía muchos caramelos, que repartía entre todos los niños del pueblo. Mis primos y yo le llamábamos tío, porque como dice el refrán: quien da es tío y el que no… Solía quedarse unos días y los chiquillos y sobre todo las chicas, andaban todas loquitas detrás de él, pero como estaba poco tiempo se guardaba muy mucho, de acercarse a ninguna de ellas.
   Mi madre y mis tías decían que aquella ropa que traía el tío para ellas, era demasiado elegante, y la mayoría de las veces se la daban a unas primas jóvenes, que vivían en la cercana ciudad, si no les quedaba bien, ellas mismas la arreglaban y estaban la mar de guapas.
   En casa nos contaban, que este chico era hijo solo, no tenía padre y su madre vino aquí a vivir al quedarse viuda. Fue a hacer la mili de voluntario a Madrid y estudiaba cuando podía, mientras cumplía con sus obligaciones militares.
   Cuando terminó la mili empezó a trabajar en una tienda de ropa. Como era un chico muy listo y trabajador, enseguida le ascendieron y lo pusieron al mando de una tienda de ropa de alta costura. Al poco tiempo se casó con la hija del dueño, que además era modelo, y ya no le vimos por aquí más que un par de veces. Tuvieron dos hijas gemelas y de vez en cuando escribía a su madre, pero a su mujer y las gemelas, que decían que eran muy guapas, no las conocíamos nadie de la familia.       
   Cuando su madre (que seguía viviendo aquí) se puso mal, la llevaron a un hospital de Madrid y allí murió; a la familia les mandaron un telegrama, pero como no llegaban al entierro, de aquí no fue nadie.
   Mis padres y los tíos le escribieron al tío Alberto dándole el pésame, él contestó dando las gracias y durante unos años se mandaban una postal en Navidad, hasta que alguno de ellos dejo de escribir. 
   Tiempo después, supimos que las gemelas se habían quedado trabajando en la tienda, una de ellas se había casado y tenía dos niños, chico y chica. El tío volvió cuando se jubiló, trayendo a su nieto y estuvieron aquí unos días para vender lo poco que tenía de su madre.
   El niño se llamaba Alberto como el abuelo, tenía 10 años y lo pasó tan bien en este pueblo, que es el único de la familia que ha vuelto de vez en cuando.
   La última vez que lo vimos fue un día que tenía que trabajar cerca de aquí y vino a visitarnos. Se había casado, decía que su mujer era una chica estupenda y la quería muchísimo. Se le veía que estaba muy enamorado porque hablaba maravillas de ella y sobre todo (nos decía), su familia me recuerda a mi padre y a todos vosotros. Nos enseñó una foto de su boda y leyó encantado una carta de su mujer que siempre llevaba consigo.
   Y mi madre emocionada, recuerda la noche que cenó con ellos y también durmió en su casa. Así nos relata en su famoso cuadernillo, aquella carta y parte de sus emociones.

   HISTORIA DE UN AMOR
   Estaba a punto de acostarse: sobre la mesita de noche puso la fotografía de su boda y contemplando su imagen, recuerda con cariño una gran historia de amor. Es la historia de su amor; el suyo y el de una muchachita desconocida que acabaría llevándole al altar. Recuerda el día que la conoció, aquella chica tenía algo especial que a él le gustaba, y aunque la chica no era como las que coqueteaban con él, ni de su entorno, ni de su clase social, con el tiempo, su amor hacia ella fue consolidándose, hasta el punto de que al cabo de pocos meses terminaría siendo su compañera y esposa.
   En sus manos tiene la carta que un día de hace muchos años ella le envió, cuando en otro viaje se separaron por unos días. Es su carta, la que guarda como un tesoro, la que lleva siempre que sale fuera de su casa por un tiempo y la que lee para mitigar un poco su ausencia.
   También recuerda como si fuera hoy, el momento de recibirla en el pequeño hotel en el que se alojaba. Era su cumpleaños; en la carta ella le felicitaba y le contaba los apuros y el placer que sintió al conocerlo. Ella nunca se lo había dicho y él se sintió feliz, porque también había sentido lo mismo. Ahora la vuelve a releer por enésima vez, en voz alta. Y le gusta oír su propia voz cuando le dice:
   En estos momentos que estás de viaje, ¡cuanto te echo de menos! ¡Me encuentro tan sola!... Jamás olvidaré el día que te conocí. ¡Fue tan extraño! ¡Yo iba a cumplir la mayoría de edad!
   ¡Mi mayoría de edad! Esa fecha tan especial de mi puesta de largo y la entrada al mundo de los mayores, con la cual soñaba desde que hice mi primera comunión. Algunas de mis amigas habían pasado por “el trance” y la experiencia había sido de lo más exitosa y para mí muy apetecible.
   Pero yo no disponía como ellas de una buena economía, ni tenía su belleza ni sus “gracias” (como mi madre me decía algunas veces), yo era una chica más bien del montón, tirando a bajita en todo. Había hecho algunos pequeños trabajillos y algo tenía ahorrado, pero cuando fui a comprar el vestido que me había gustado, al verlo con su precio en el escaparate, me eché a temblar y el ánimo se me fue por los suelos. ¡Dios mío!, ¿de dónde iba a sacar yo, aquel dineral?
   Nunca estuve dentro de aquella maravillosa tienda, la veía desde fuera con envidia pero jamás me atreví a enfrentarme con aquellas dos señoronas mayores que reinaban detrás del mostrador y que a mi me imponían un cierto rechazo por su impresionante figura. Eran como dos estatuas de cera: guapas, bien construidas (como decía mi padre) y vestidas y peinadas siempre impecablemente. Ya me iba con lágrimas en los ojos cuando me decidí a entrar en la tienda; podía probármelo y hacerme la ilusión de verme con aquel vestido, o quizá, tendrían algo más barato aunque no me gustase tanto, pero viendo el panorama… Al final como un autómata empujé la gran puerta. Dentro no estaba ninguna de las dos señoras, sólo estaba una chica que me preguntó muy amablemente en que podía servirme.
   La dije que me gustaría probarme el vestido del escaparate y a ella le faltó tiempo para decirme que era muy caro.
   –Ya, pero de aquí a un mes igual me toca la lotería –contesté yo.
   A ella le hizo gracia y se echó a reír, yo fui perdiendo el miedo y las dos empezamos a hablar. Le conté lo de mi fiesta, me enseñó otros vestidos algo más baratos pero igualmente fuera de mi alcance. Cuando ya me despedía, de pronto apareciste tú, saludaste, sonreíste y a mí me pareciste algo irreal. ¿De dónde salías?, habías oído nuestra conversación y te animaste a acompañarnos. Me dijiste que esperase un poco, llamaste a la cafetería de enfrente, pediste tres cafés y me preguntaste qué me apetecía, yo sin entender muy bien, me quedé mirándote estupefacta: <<Sí –dijiste–, ¿te apetece un café con leche?>>, yo no sabía que decir y antes de contestar, ya estaba en la tienda la camarera del bar, dejó sobre el mostrador una bandeja con bollos, tres tazas de café y una jarrita con leche. Yo te dí las gracias, mientras tomábamos el café, la conversación fue derivando a otras cosas y me preguntaste si tenía novio, yo dije que no, tú dijiste que tampoco tenías novia. ¡Yo que creía, que eras el marido de aquella dependienta tan amable y tan guapa! Pero no, ella dijo que erais hermanos, hijos de una de las dos señoras, mellizas y dueñas de la tienda, que acababan de jubilarse.
   <<¿Por qué no le sacas a esta chica tan guapa el vestido que usaste tú en tu fiesta de cumpleaños?, es precioso, está impecable y lo tienes muerto de risa. Seguro que le queda bien de talla y estará estupenda igual que estabas tú>> –le dijiste a tu hermana. <<Pues tienes razón, a mí ya me queda un poco justo, se lo daremos baratito y las dos nos arreglaremos>> –contestó ella.           
   <<Pero a cambio que nos diga dónde vive, dónde es la fiesta y que nos invite a conocer a su familia y amigos>> –volviste a decir tú.
   Yo muerta de vergüenza contesté a todas las preguntas y desde aquel día te encontraba por todas partes. Siempre me invitabas a un bar y los dos tomábamos un café con leche, yo no podía creer el sueño que estaba viviendo.
   Mi puesta de largo fue un rotundo éxito, por ti y por el precioso vestido que me quedaba como un guante. Seguimos saliendo juntos y un día me invitaste a ir contigo a una joyería, pediste un anillo de compromiso (dijiste que era para una amiga de tu hermana), volvimos a tu tienda y delante de tu familia (incluidas tu madre y tu tía), lo pusiste en mi dedo y allí mismo, te comprometiste a pedir mi mano a mi familia. Así, mi sueño se convirtió en realidad.
   Desde entonces estamos juntos y ya no me impresiona tu familia, son tan estupendos como tú y como serán nuestros hijos. Gracias mi amor, por esta maravillosa y eterna luna de miel. Te espero pronto, estoy deseando abrazarte.

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