miércoles, 11 de enero de 2017

LOS PEPES


JOSÉ - BOSO Y JOSEFA - NEGAS
Pepi tiene cuatro años, se pasa los días correteando detrás de sus padres por la casa, y está aburrida porque no le hacen caso y no contestan a sus preguntas. Sus padres se llaman Pepe y Pepa y en su barrio los llaman “los Pepes”. Siempre tienen muchas cosas que hacer y aunque la quieren mucho le dicen que no pueden estar pendientes de ella y contestando a sus preguntas a todas horas.
   –¡Mira que es preguntona esta niña! –decía Pepa.
   –Déjale mujer, que preguntando se aprende –decía Pepe.
   –Eso si la sabes contestar, ¡porque hace cada pregunta! ¿Mamá que son las letras? ¿Mamá, por qué brillan las estrellas? ¿Mamá por qué el cura lleva ese vestido negro? ¡Vaya preguntas¡ Y yo que le digo, ¡vete tú a saber! Habrá que bajar del desván todos aquellos libros que nos dejó en herencia tu tía, a lo mejor ellos sí saben contestar.
   –Mujer, bien está que los niños se interesen por las cosas, si no, no aprenderíamos nunca.
   –Sí, pero hombre, que le pregunte a la maestra cuando vaya a la escuela, ¿tú sabes qué contestar?, ¡pues contéstale tú!                                 
   –Vaya genio que te gastas, la niña solo quiere aprender.
   –¿Y los libros? ¿Para qué queremos todos esos librotes? Solo ocupan sitio, ¡y no sabemos ni lo que ponen!
   –Porque no los hemos mirado; mañana bajaré alguno, seguramente son todos interesantes, ya sabes que el tío era maestro y además muy inteligente, a lo mejor nos da respuesta a todas esas preguntas y la niña puede aprender en alguno de ellos.
   –Pues enséñale tú, yo no tengo tiempo.
   Pepi era una niña muy preguntona, según decía su madre. Y siempre que preguntaba se quedaba sin oír las respuestas. Ahora ya sabía el porqué, su mamá no sabia contestarlas, de ahora en adelante solo le preguntaría a papá.
   –¿Papá como se llama esta letra? ¿Papá que carta es esta? ¿Qué número tiene este as de oros? –decía Pepi.
   –Luego te lo diré, ahora no puedo –contestaba papá–, y la niña seguía con sus preguntas sin respuesta. El desván le producía a Pepi una gran inquietud, había subido con su mamá muchas veces, pero nunca le dejaba tocar nada. ¡Y había tantas cosas!
   Se preguntaba si algún día podría subir ella sola. Todos los libros estaban ordenados en su librería y no se tocaron desde el día de su llegada, más que para limpiarlos el polvo de vez en cuando. Las cajas cerradas eran una de las cosas que más curiosidad le producían, aunque también había otras muchas cosas: un baúl con ropa, una caja con herramientas y otras cajas grandes con cosas que Pepi desconocía.
   Un día que su papá estaba fuera de casa y su mamá en sus quehaceres, pensó que ya era hora de saber lo que contenían todas aquellas cajas y demás paquetes que a ella tanto le atraían.
   Como pudo puso una banqueta a la puerta del desván y dio media vuelta a la llave que estaba en la cerradura, al abrirse la puerta se sintió un poco insegura, pero pronto empezó a fisgar en todo aquel laberinto de cajas, libros, ropas y “papelotes”. De pronto oyó como su mamá le llamaba, ahora sí que le dio miedo a Pepi que su mamá la encontrase, se fue del desván dejando todo en orden y volvió a cerrar la puerta pero se prometió volver a seguir investigando, todo aquello era muy interesante.
   Sobre todo la intrigaba una gran caja, estaba en una estantería un poco alta y no estaba cerrada del todo; sobresalían y se veían lo que parecían unos palos unidos entre si, lo llamaban caballete y Pepi había visto otro igual en la casa de un pintor amigo de su padre.
   A Pepi le parecía gracioso el nombre de “caballete”. Su amigo Damián tenía una yegua y ahora también tenía un potrillo al que llamaban caballito.
   Caballito, caballete, y le preguntaba a su papá por qué se llamaban casi igual aquel potrillo y los palos del pintor, si no se parecían en nada.
   Pepe recordó la caja del desván con sus pinturas, algún dibujo, su caballete y sus pinceles con los que él pintaba cuando su afición y su tiempo se lo permitían. Recordó que era un niño, cuando con su amigo Miguel iba al campo y pintaban el río, el campo, las espigas y hasta cualquier pájaro, incluso alguna hormiga.
   Recuerda el retrato que le hizo a su padre en su último cumpleaños, fue su último dibujo. El día que su padre falleció, metió todas las cosas en una caja y las guardó en un rincón de la casa donde no pudiera verlas. Su amigo Miguel intentaba distraerle y solicitaba su compañía para salir al campo, pero él se negó en redondo y nunca más usó los pinceles ni las pinturas. Recuerda con cariño aquel tiempo que era hermoso, pero no lo añora. La vida lo ha cambiado, ahora vive con su mujer y su hija y tiene que dedicarse a otras cosas más productivas. Sin embargo, hoy recuerda la caja de pinturas y aunque a su mujer no le haga mucha gracia, seguramente a Pepi le encantará revolver en todos aquellos recuerdos y a lo mejor hasta ha heredado su afición junto con sus genes.
   Pepi sigue pensando en el desván, hace mucho tiempo que no ha subido, sabe que a su madre no le gusta que ande trasteando por allí, pero ella está empeñada en saber cuales son los tesoros que se guardan en aquellas cajas, sobre todo en la del caballete. Piensa en ella y sabe que no llega a cogerla, tampoco quiere subirse a una banqueta, puede que la caja pese más de lo que ella pueda permitirse y se caiga con todo el equipo, sería desastroso. Tampoco se lo quiere pedir a sus padres y espera con paciencia a ser un poco más mayor.
   Hoy papá no ha ido a trabajar, no se encuentra bien y tiene un poco de fiebre, mamá ha salido y Pepi anda “danzando” alrededor de su padre. Pepe vuelve a recordar las pinturas y le pregunta a su hija si quiere subir con él al desván, la niña está encantada y corre detrás de su padre escaleras arriba pero no se atreve a decir ni a tocar nada. Ve a su padre que va directamente a la caja de sus sueños, y a punto está de dar un grito de alegría. Cuando su padre deja la caja en el suelo la niña cree estar soñando de nuevo y le da un beso y un abrazo como nunca lo había hecho. Papá baja la caja hasta la habitación de la niña y ésta, no se lo puede creer, allí tiene la caja por la que tanto había suspirado. Cuando venga su mamá le dirá cuanto había deseado tener estas cosas y también que de mayor quiere ser pintora como su amigo Miguel.
   Sabe que su mamá le dirá que todavía es pequeña y tiene mucho que aprender. Solo tiene seis años, hace poco que va a la escuela y ya sabe leer y hacer los números. El dibujo le gusta mucho, su padre le da algunas lecciones y poco a poco va aprendiendo pequeños trucos.
   A Pepi ahora no le hace falta la banqueta ni el permiso de sus padres para subir al desván, ha revisado  todas las cajas, el baúl y los “librotes” de la librería, que en verdad son interesantes y entre ellos hay varios de pintura.
   Ya se ha hecho mayor y ahora es ella la que a veces acompaña a Miguel al campo y se pasan muchas tardes dibujando. Dentro de poco empezará a estudiar en la Universidad, quiere ser profesora de dibujo y tanto sus padres como su amigo Miguel le animan y le ayudan.
   Sabe que tiene que estudiar mucho y la tarea será dura, pero tiene mucho tiempo y como dicen sus padres, ella es muy lista y podrá con todo.

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