lunes, 21 de abril de 2014

LEOVIGILDO Y LA CAROLA

  TRANSFORMADOR

 Leovigildo y la Carola eran un matrimonio muy simpático: el chico vino de otro pueblo hacía muchos años, era casi un niño y allí se quedó a vivir trabajando en el campo para la gente del pueblo. A los pocos años sus padres fallecieron y vino a vivir con él una hermana suya: se llamaba Basilisa, tenía 27 años, era bizca, coja, jorobada y un poquito retrasada. La chica le ayudaba en las labores de la casa pero su hermano tenía que estar muy pendiente de ella para todo. La Carola que ya era novia del chico les ayudaba; un día decidieron casarse y se quedaron a vivir los tres en una casa que les dejaron los padres de ella. Los recién casados vivían muy a gusto pero la hermanita era una carga más y debía ganarse la vida de alguna manera. Los padres de Carola pensaron en comprar algunas ovejas más y la chica podía ir con su pastor a cuidarlas, la darían una paguita y todos se arreglarían. No contaban con que Basilisa y el pastor se acostaban en el saco de la paja, en la era, y en el campo, dejando a las ovejas solas en cualquier lugar. Pronto se dieron cuenta del error que habían cometido, el pastor desapareció, la Basilisa se quedó con una barriga de siete meses y era un gran problema para todos. No obstante Basilisa tuvo una niña y Leovigildo y Carola decidieron criarla ellos, ya que no tenían niños todavía. A la niña le pusieron de nombre Leovigilda en honor al padre y el hermano de su madre pero la niña fue creciendo lo mismo que los problemas. Cuando la niña tuvo siete años “sus padres” quisieron que la niña hiciera la primera comunión con los demás niños, pero el cura se negó porque la chiquilla era hija de soltera. Leovigildo se enfadó mucho con el cura, dejó de hablarle y prohibió a todos los de su casa ir a la iglesia para nada, ni siquiera a los entierros (decía), no sabía que el suyo iba a ser el primero. Un día de invierno el pobre Leovigildo se puso malo y el médico le dijo a su familia que “no había nada que hacer”, a los pocos días el hombre falleció y fue enterrado fuera del cementerio, sin misa, responso ni acompañamiento. Las chicas se quedaron solas y Carola con ayuda de sus padres llevaba las riendas de la casa. Pero la mala racha no había hecho más que empezar: los padres de Carola se pusieron enfermos y casi a la vez dejaron de existir. La pobre Carola lo pasó mal y por su chiquilla hacía cualquier cosa; un día lavando la ropa, le dio un mareo, se cayó al río y cuando la encontraron la sacaron ya muerta. Ella si tuvo entierro y acompañamiento, pero Basilisa y Leo (como llamaban a la chica), se quedaron más solas que la una. El cura se ofreció a ayudarlas y pronto los rumores, murmuraciones, cuchicheos, comentarios e insinuaciones, se convirtieron en calumnias y Basilisa intentando defenderse tuvo un encontronazo con una mala “cotilla”, se insultaron e incluso tuvieron una pelea, la pobre Basilisa se llevó la peor parte y fue a casa con la camisa echa jirones. Los mozos (tan simpáticos y cachazudos ellos), con mucha sorna le sacaron esta canción: A la pobre Basilisa / le han roto la camisa / debajo se la ven / dos campanas llamando a misa. La chiquilla desconsolada no sabía controlar la situación y pasaba el tiempo lo mejor posible. Había cumplido los catorce años y por la edad no iba a la escuela, pero seguía teniendo mucha confianza con su maestra que le aconsejaba y ayudaba en lo que podía: pero la maestra no duró mucho en el pueblo y el siguiente curso llegó una nueva. La pobre Leo andaba un poco desorientada y la mala gente envidiosa y rastrera en vez de ayudar, criticaba todo lo que madre e hija hacían, pero de alguna manera había que comer y no eran pocos los que se aprovechaban. Un día los del pueblo hicieron una comida para todo el municipio y las dos chicas se presentaron con sus mejores ropas y su mejor intención, pero algún desalmado ya les tenía preparada una trampa y con su mejor cara las invitó a comer a su lado. Entre los aperitivos había “gildas”, un chico le ofreció a Leo la más bonita y picante como un demonio. La chiquilla que no estaba acostumbrada, al primer bocado empezó a toser y corriendo salió a la calle a escupir, a la vez aprovechó para beber agua de la fuente cercana y se fue a un rincón a orinar, el sinvergüenza que le había ofrecido la guindilla con otro compañero la siguieron, y vieron como la pobre Leo no paraba de rascarse en sus partes más íntimas. Los canallas volvieron riéndose a la fiesta y contaron a todos, lo que habían visto. Al domingo siguiente rondaban a la niña con este cantar:
La pobre Leovigilda / se ha comido una gilda / le pica el chiribí / y le dicen las vecinas /.  Leo, Leo lávate / con agüita de cebolla /
y búscate un novio rico / que tenga una buena p…. /.
Ahora si que la pobre Leo no sabía que hacer, se refugió en su casa y solo salía de ella para ir a por agua y a comprar alguna cosilla cuando su madre no estaba en casa. Una de sus amigas de la escuela le tenía cariño y lástima, porque ella no era culpable de nada, y consiguió con la ayuda de sus padres, la maestra y el alcalde a la cabeza, que llevaran a madre e hija a la ciudad. A la madre la ingresaron en un centro especializado y a la chica en un colegio. A los pocos años Leo volvía para agradecer a su amiga y a todos los que le habían ayudado a salir de aquel pueblo que tan mal les había tratado.

1 comentario:

  1. Precioso relato amiga Irene.
    ¿Leyenda o realidad?
    Tanto monta, puede ser una leyenda inspirada en un hecho real o un hecho real inspirado en una leyenda.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar