lunes, 23 de septiembre de 2013

HACIA LA LIBERTAD

El trabajo durante el día había sido duro. Esa noche rendida entraba en la cocina y sentada al pie de la lumbre, recordaba a su marido fumando mientras esperaba la cena.
                                       ............................................
Todos la apreciaban y se preguntaba qué razones tenía para no emprender aquel camino.
-Se levanta la sesión -dijo poniéndose en pie.
En aquel mismo momento decidió cambiar de vida. Ya sabía lo que aquello suponía pero se había empeñado y dijo que por lo menos tenía que intentarlo.
-¿Te has enamorado alguna vez? -preguntó ella.
Él le miró atentamente; fumó, aspiró fuerte, aplastó el cigarrillo en el cenicero y guardó silencio. Después de unos instantes contestó: -Dios me libre de caer en semejante tontería. Se detuvo y miró al frente con expresión inmóvil. No pensaba en enamoramientos, él tenía otras distracciones que le mantenían fuera de su casa la mayor parte del día, decía que con eso no hacía mal a nadie. Sus hijos vivían cada uno en su casa y ya no tenía tantas preocupaciones; además después de 30 años casados, lo de enamorarse le sonaba muy lejano. No esperó respuesta, caminó hasta la puerta y se fue sin despedir. Ella se quedó sentada, a lo lejos oía los pasos que se alejaban lentamente.
De tan silenciosa la casa parecía vacía, se sentía tan mal, tan desencantada, que por salir de allí era capaz de cualquier cosa.
Sentada en la valla del jardín aprovechaba el sol invernal y miraba a su alrededor.
La casita pintada de blanco se le antojaba una pequeña jaula y sentía a la vez un tibio placer ante el calor que acariciaba su cuerpo.
-Buenos días -saludó él desde la ventana-. ¿Todavía no has puesto el desayuno?, me gustaría tomar un café.
Ella se levantó y con voz apacible y algo cansada, sin mirarle contestó:
Hoy tendrás que hacerlo tú, yo me voy.
No se hacía ilusiones, sabía que un día u otro tendría que dar explicaciones.
-A fin de cuentas cada uno debe hacer lo que más le convenga -se dijo.
 No obstante, entre tanto, dudaba como lo encajarían sus hijos y cual sería su respuesta, pero ya daba lo mismo, se iría sin decir nada a nadie.
Recordaba su infancia y adolescencia, cuando vivía con su familia. Entonces sí era feliz.
El tren la dejó en la estación. Un suave perfume llegaba desde el cercano parque, las risas de los niños le traían lejanos recuerdos y un ramalazo de nostalgia le hirió en lo más profundo.
En la cafetería los camareros iban y venían atendiendo a los clientes, en el comedor sonaba el rumor de las conversaciones y se percibía claramente el entrechocar de los platos y cubiertos. Se acercó a la barra.
-¿Que va a tomar? -preguntó la camarera sonriendo.
-Un café con leche -contestó.
La vida familiar ya no tenía ningún sentido, ahora tenía que centrarse en buscar un trabajo y no lo tenía nada fácil. Era solo una desilusionada mujer, que estaba sola y perdida en la gran ciudad. Su pequeño pueblo le estaba esperando; ya nada podía detenerle. Al fin y al cabo era el único lugar, que para ella, era un lugar único.

No hay comentarios:

Publicar un comentario