LA PERRITA LUNA
Luna era una perrita encantadora:
inteligente, obediente y muy simpática, pero también un poco traviesa, atrevida
y curiosona. No le gustaba salir atada y mucho menos con bozal. Su dueña le
llevaba de paseo por el campo, le quitaba las ataduras y ella correteaba a sus
anchas husmeando todo lo que estaba a su alrededor. Un buen día Luna, corriendo
detrás de un pajarito se fue más lejos que de costumbre y su dueña la perdió de
vista. Pero Luna no estaba perdida, ella buscaba a cualquier animalito para
jugar con él y hoy que estaba sola, tenía muchas posibilidades de entablar conversación
con cualquiera.
De pronto apareció un pequeño
insecto que se entretenía dando vueltas a una bola de estiércol, que le doblaba
el tamaño. Luna se le quedó mirando embobada viendo como trabajaba aquel
dichoso bichejo. De pronto el animalillo se quedó parado y dijo:
–¿Qué miras, no ves que estoy
trabajando?
–Eso veo, pero… ¿para qué?
–Es la comida de mi familia.
¡Ah! vaya comida más rara.
El animalillo le dijo a la perrita:
–¡No te acerques mucho, si me das la vuelta me quitas el nombre!
–Y cómo te llamas, si puede saberse –dijo
Luna.
–Me llamo Escarabajo.
–¡Uy!, que nombre más feo. ¿Y quién te lo
puso?
–No lo sé, así se llaman mis padres, mis
hermanos y mis abuelos, todos nos llamamos igual.
–¡Pues vaya raros que sois!, yo me llamo
Luna, me lo puso mi dueña, dice que así se llamaba mi mamá.
–¡Anda, pues tu dueña tampoco se rompió la
cabeza pensando el nombre!
–Ya, pero el mío es bien bonito y el tuyo
no.
–¿Y cómo se llama tu familia?
–Nosotros somos perros, y a cada uno nos
ponen un nombre.
¡Ah!, pero si todos sois perros, es como
nosotros que todos somos escarabajos. ¡Mira por ahí viene la lagartija! ¿Cómo
se llamará ella? Oye lagartija, ¿tú tienes nombre?
–Pues claro, yo me llamo Clara –dijo la
lagartija y se marchó corriendo, dejando a Luna y al escarabajo con la palabra
en la boca.
–Mira por ahí viene la lombriz, ¿oye
lombriz, tú tienes nombre? –dijo la perrita.
¡Vaya pregunta más tonta!, todo el mundo
tiene su nombre. ¿Sabes?, me lo acabas de llamar; me voy que tengo mucha prisa –dijo
la lombriz.
De pronto apareció el topo, que como es
ciego, y no ve nada ni a nadie, se pregunta en voz alta:
–Dónde estará la lombriz, dónde se habrá
metido, ¡ya me he quedado sin comida otra vez!
–¿De que lombriz hablas? –preguntó el
escarabajo.
–¡A ti que te importa! –contestó el topo.
–Vaya si es mal educado el topo –dijo la
perrita.
–Si hubiera sido tu comida no dirías lo
mismo –dijo el topo.
–Claro, seguro que el topo tiene hambre,
pero no le hemos preguntado su nombre –dijo el escarabajo.
–Con bichos tan poco educados es mejor no
hablar –dijo Luna.
–¿A quién llamas mal educado, perro?, eso lo
serás tú –dijo el topo enfadado, sacando la cabeza de su madriguera.
–Mira topo, yo no soy perro, soy una
perrita, y mucho más educada que tú –dijo Luna.
–No te enfades topo, solo queríamos saber si
tienes nombre y como te llamas –dijo el escarabajo.
Hacéis unas preguntas muy raras, ¡como no
voy a tener nombre!, yo soy el topo Poto, porque así me pusieron mis padres, y
si no queréis nada más, me voy –dijo el topo y se fue tranquilamente a su casa.
–¡Mira que mariposa más bonita, escarabajo!
–dijo la perrita.
–Oye graciosa, a mi no me llames escarabajo
–dijo la mariposa, que no había visto al citado bichejo– yo soy mucho más
elegante y bonita que él.
–Oye guapa, en este mundo, cada uno es como
es, y no presumas tanto por si acaso –dijo el escarabajo.
–Sí –dijo Luna–, cada uno es como es y todos
debemos respetarnos. Ya es hora de que nos vayamos, mi dueña me llama para ir a
casa. Hasta otro día escarabajo, espero encontrarte para hablar contigo otro
rato.
–Adiós Luna, espero verte: y ya
sabes, cuando veas a uno de nosotros, no le des la vuelta, le quitarás el
nombre y seguramente la vida.
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