Pepi tiene cuatro
años, se pasa los días correteando detrás de sus padres por la casa, y está
aburrida porque no le hacen caso y no contestan a sus preguntas. Sus padres se
llaman Pepe y Pepa y en su barrio los llaman “los Pepes”. Siempre tienen muchas
cosas que hacer y aunque la quieren mucho le dicen que no pueden estar
pendientes de ella y contestando a sus preguntas a todas horas.
–¡Mira que es
preguntona esta niña! –decía Pepa.
–Déjale mujer, que
preguntando se aprende –decía Pepe.
–Eso si la sabes
contestar, ¡porque hace cada pregunta! ¿Mamá que son las letras? ¿Mamá, por qué
brillan las estrellas? ¿Mamá por qué el cura lleva ese vestido negro? ¡Vaya
preguntas¡ Y yo que le digo, ¡vete tú a saber! Habrá que bajar del desván todos
aquellos libros que nos dejó en herencia tu tía, a lo mejor ellos sí saben
contestar.
–Mujer, bien está
que los niños se interesen por las cosas, si no, no aprenderíamos nunca.
–Sí, pero hombre,
que le pregunte a la maestra cuando vaya a la escuela, ¿tú sabes qué contestar?,
¡pues contéstale tú!
–Vaya genio que te
gastas, la niña solo quiere aprender.
–¿Y los libros?
¿Para qué queremos todos esos librotes? Solo ocupan sitio, ¡y no sabemos ni lo
que ponen!
–Porque no los
hemos mirado; mañana bajaré alguno, seguramente son todos interesantes, ya
sabes que el tío era maestro y además muy inteligente, a lo mejor nos da
respuesta a todas esas preguntas y la niña puede aprender en alguno de ellos.
–Pues enséñale tú,
yo no tengo tiempo.
Pepi era una niña
muy preguntona, según decía su madre. Y siempre que preguntaba se quedaba sin
oír las respuestas. Ahora ya sabía el porqué, su mamá no sabia contestarlas, de
ahora en adelante solo le preguntaría a papá.
–¿Papá como se
llama esta letra? ¿Papá que carta es esta? ¿Qué número tiene este as de oros?
–decía Pepi.
–Luego te lo diré,
ahora no puedo –contestaba papá–, y la niña seguía con sus preguntas sin
respuesta. El desván le producía a Pepi una gran inquietud, había subido con su
mamá muchas veces, pero nunca le dejaba tocar nada. ¡Y había tantas cosas!
Se preguntaba si
algún día podría subir ella sola. Todos los libros estaban ordenados en su
librería y no se tocaron desde el día de su llegada, más que para limpiarlos el
polvo de vez en cuando. Las cajas cerradas eran una de las cosas que más
curiosidad le producían, aunque también había otras muchas cosas: un baúl con
ropa, una caja con herramientas y otras cajas grandes con cosas que Pepi
desconocía.
Un día que su papá
estaba fuera de casa y su mamá en sus quehaceres, pensó que ya era hora de
saber lo que contenían todas aquellas cajas y demás paquetes que a ella tanto
le atraían.
Como pudo puso una
banqueta a la puerta del desván y dio media vuelta a la llave que estaba en la
cerradura, al abrirse la puerta se sintió un poco insegura, pero pronto empezó
a fisgar en todo aquel laberinto de cajas, libros, ropas y “papelotes”. De
pronto oyó como su mamá le llamaba, ahora sí que le dio miedo a Pepi que su
mamá la encontrase, se fue del desván dejando todo en orden y volvió a cerrar
la puerta pero se prometió volver a seguir investigando, todo aquello era muy
interesante.
Sobre todo la
intrigaba una gran caja, estaba en una estantería un poco alta y no estaba
cerrada del todo; sobresalían y se veían lo que parecían unos palos unidos
entre si, lo llamaban caballete y Pepi había visto otro igual en la casa de un
pintor amigo de su padre.
A Pepi le parecía
gracioso el nombre de “caballete”. Su amigo Damián tenía una yegua y ahora
también tenía un potrillo al que llamaban caballito.
Caballito,
caballete, y le preguntaba a su papá por qué se llamaban casi igual aquel
potrillo y los palos del pintor, si no se parecían en nada.
Pepe recordó la
caja del desván con sus pinturas, algún dibujo, su caballete y sus pinceles con
los que él pintaba cuando su afición y su tiempo se lo permitían. Recordó que
era un niño, cuando con su amigo Miguel iba al campo y pintaban el río, el
campo, las espigas y hasta cualquier pájaro, incluso alguna hormiga.
Recuerda el retrato
que le hizo a su padre en su último cumpleaños, fue su último dibujo. El día
que su padre falleció, metió todas las cosas en una caja y las guardó en un
rincón de la casa donde no pudiera verlas. Su amigo Miguel intentaba distraerle
y solicitaba su compañía para salir al campo, pero él se negó en redondo y
nunca más usó los pinceles ni las pinturas. Recuerda con cariño aquel tiempo que
era hermoso, pero no lo añora. La vida lo ha cambiado, ahora vive con su mujer
y su hija y tiene que dedicarse a otras cosas más productivas. Sin embargo, hoy
recuerda la caja de pinturas y aunque a su mujer no le haga mucha gracia,
seguramente a Pepi le encantará revolver en todos aquellos recuerdos y a lo
mejor hasta ha heredado su afición junto con sus genes.
Pepi sigue pensando
en el desván, hace mucho tiempo que no ha subido, sabe que a su madre no le
gusta que ande trasteando por allí, pero ella está empeñada en saber cuales son
los tesoros que se guardan en aquellas cajas, sobre todo en la del caballete.
Piensa en ella y sabe que no llega a cogerla, tampoco quiere subirse a una
banqueta, puede que la caja pese más de lo que ella pueda permitirse y se caiga
con todo el equipo, sería desastroso. Tampoco se lo quiere pedir a sus padres y
espera con paciencia a ser un poco más mayor.
Hoy papá no ha ido
a trabajar, no se encuentra bien y tiene un poco de fiebre, mamá ha salido y
Pepi anda “danzando” alrededor de su padre. Pepe vuelve a recordar las pinturas
y le pregunta a su hija si quiere subir con él al desván, la niña está
encantada y corre detrás de su padre escaleras arriba pero no se atreve a decir
ni a tocar nada. Ve a su padre que va directamente a la caja de sus sueños, y a
punto está de dar un grito de alegría. Cuando su padre deja la caja en el suelo
la niña cree estar soñando de nuevo y le da un beso y un abrazo como nunca lo
había hecho. Papá baja la caja hasta la habitación de la niña y ésta, no se lo
puede creer, allí tiene la caja por la que tanto había suspirado. Cuando venga
su mamá le dirá cuanto había deseado tener estas cosas y también que de mayor
quiere ser pintora como su amigo Miguel.
Sabe que su mamá le
dirá que todavía es pequeña y tiene mucho que aprender. Solo tiene seis años,
hace poco que va a la escuela y ya sabe leer y hacer los números. El dibujo le
gusta mucho, su padre le da algunas lecciones y poco a poco va aprendiendo
pequeños trucos.
A Pepi ahora no le
hace falta la banqueta ni el permiso de sus padres para subir al desván, ha
revisado todas las cajas, el baúl y los
“librotes” de la librería, que en verdad son interesantes y entre ellos hay
varios de pintura.
Ya se ha hecho
mayor y ahora es ella la que a veces acompaña a Miguel al campo y se pasan
muchas tardes dibujando. Dentro de poco empezará a estudiar en la Universidad, quiere
ser profesora de dibujo y tanto sus padres como su amigo Miguel le animan y le
ayudan.
Sabe que tiene que estudiar mucho y la tarea
será dura, pero tiene mucho tiempo y como dicen sus padres, ella es muy lista y
podrá con todo.
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