CUENTO
Aquel fantasma,
estaba muy orgulloso de ser fantasma. Era bromista, simpático y un poco
trasto, pero le gustaba salir solo y casi siempre dejaba su sábana en su
panteón. Aunque había sido muy rico, sólo le enterraron con una sábana y debía
cuidarla, ahora era un muerto pobre. Solía andar por las calles oscuras y le
encantaba asustar a las gentes sobre todo a los niños: <<Los niños,
sí>>, decía con una mueca en la boca que quería ser sonrisa. Le gustaba
ver escaparates pero sólo podía salir de noche y todas las tiendas estaban
cerradas. Cerca de su tumba crecía un naranjo, él sembró una noche las pepitas
de una naranja, que alguien había depositado encima de un banco de la calle,
para que algún niño pobre pudiera comer. <<Que se fastidien los
niños>>, decía y reía con su mueca maléfica. Una noche fisgando por los
escaparates vio una zapatería, su puerta estaba abierta (no le gustaba traspasar
las puertas si estaban cerradas). Como era invisible se coló dentro y estuvo
dando vueltas por la tienda buscando unas botas que le habían gustado hacía ya
muchas noches. <<A lo mejor las han vendido>>, pensó.
La dependienta daba
vueltas quitando y poniendo zapatos de un lugar a otro, y ya pensaba en asustar
a la muchacha si las botas no aparecían, cuando al poco rato apareció la chica
con las botas en la mano y las colocó en el escaparate.
El astuto fantasma
no lo pensó más y cuando la chica salió a buscar más zapatos, él cogió las
botas, se sentó tranquilamente, se las puso y se marchó tan silencioso como
había llegado.
Cuando la tendera,
volvió a entrar, vio como las botas salían solas por la puerta y quedó tan
asustada que no pudo moverse del sitio. Al rato pensó que sería su imaginación
debido al trabajo, se olvidó de las botas y siguió trabajando.
Mientras, el
fantasma andaba con sus botas por la calle tan a gusto y tan campante. ¡Pero no
sabía lo que le esperaba! Era un día de fiesta y en la plaza sonaba la música,
las calles estaban mucho más iluminadas que de costumbre y además, estaban
llenas de chicos y chicas que cantaban y bailaban alegremente, ¡pero sobre todo
había muchos niños!, esto le hizo ponerse muy contento y con su sonrisa-mueca
también se puso a bailar. ¡Aquello era mucho más divertido que asustar a los
niños! Hacía tantos siglos que no bailaba, que ahora no se daba cuenta del
riesgo que corría. Al principio las botas pasaron inadvertidas y nadie reparó
en ellas. El fantasma creyéndose invisible se acercó a un niño con la traviesa
intención de asustarle, pero sus padres andaban cerca y cuando vieron unas
botas que bailaban solas, se quedaron asombrados y no pudieron reprimir una
carcajada. <<Unas botas mágicas>> –dijeron todos admirados. De
repente el niño quiso coger las botas pero el fantasma echó a correr y las
botas corrían y corrían en todas las direcciones, ya que el fantasma estaba
acostumbrado a la oscuridad y el silencio, y allí estaba absolutamente perdido.
Una de las personas mayores corría en
dirección a las botas, todos le siguieron y entre todos lograron acorralarlas.
Un niño quiso cogerlas pero se le escapaban como si fueran peces. Las dichosas
botas eran ahora la parte principal de la diversión en aquella calle. Pronto
llegó la noticia a las demás calles y allí se reunió todo el pueblo a admirar
aquel prodigio. <<¡Unas botas mágicas!>>, gritaban todos y cada vez
llegaba más y más gente. El niño seguía a las botas pero ahora corrían más que
nadie.
Al final las botas
desaparecieron, el fantasma pudo volver a la zapatería donde las había cogido y
cuando la tendera entraba en la trastienda, él discretamente dejó las botas y
desapareció sin dejar ningún rastro. Rápidamente se fue hacia su tumba, dentro de
nada se marcharía la luna y él no podía estar en la calle cuando el sol
despertase. <<Será mejor que no vuelva a hacer tonterías>>, se dijo
así mismo, cogió su sábana y se metió en la tumba a dormir porque estaba muy
cansado.
Al día siguiente el
fantasma volvió a hacer su paseo; era una noche de luna llena, y con mucho
cuidado volvió al escaparate de la zapatería. Allí estaba todo el pueblo
comentando la noticia y miraba el escaparate de la zapatería diciendo: ¡Mirad
aquí están las botas mágicas!
La empleada de la zapatería recordó cómo las
botas salían solas por la puerta, pero pensó que en aquel pueblo todos tenían
demasiada imaginación, ella había colocado las botas la noche anterior en el
escaparate y nadie las había sacado de allí.
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