CONVERSACIONES
ENTRE AMIGAS
Luisa llega a casa, llama a su hija Marta y le cuenta
su estancia en la casa de Paquita. Ha estado un par de horas y por lo menos
tanto la una como la otra, han estado tranquilas y acompañadas, una pena que no
vivan un poco más cerca, así podrían salir juntas todas las tardes, su hija le
dice que cuando Paquita pueda caminar bien, se pueden juntar un día a la semana
en cualquier sitio intermedio, ya que con los maridos poco pueden contar:
porque entre chiquiteos, partidas y charlas de amigotes poco más hacen; sobre
todo, ahora que ya no van a trabajar. Sí, dice su madre, mal acostumbrados
están, pero a estos ya no les doma nadie, nacieron en otros tiempos y las cosas
entonces eran así, además como sus padres hicieron lo mismo, pues “lo que se ve
se aprende”, el marido de Paquita todavía no había llegado, así que la pobre
mujer casi siempre está sola. Tu padre y yo hemos estado un ratito tomando un
café en el bar. Bueno, le dice su hija, no te preocupes, ellos se arreglarán.
Te voy a dejar que tengo cosas que hacer, a ver si puedo ir yo un día a verla,
el día que quieras ir, me llamas y te acompaño, si no puedo, ya quedaremos para
otro día, pero tu puedes ir cuando quieras. Pocos días más tarde, Luisa sigue pensando, que sería una buena idea
acompañar hoy a Paquita, ésta ya está mejor y como hace bueno pueden ir al parque,
pueden pasear y como hay muchos bancos, sentarse cuando les apetezca. Le llama a
su hija y ésta le dice, que es mejor programarlo unos días antes, hoy no puede,
pero eso no quiere decir que no vaya ella. Sin dejar el teléfono Luisa llama a su amiga y quedan a una hora determinada en el parque. Cuando Luisa llega, su
amiga está esperando sentada en un banco, pero no está sola: una vecina mayor
como ellas la acompaña; mientras, vigila a dos niños de unos cuatro y seis
años. Los niños, chica y chico son sus nietos, y la niña muy juiciosita,
ayudando a la abuela, vigila también a su hermanito.
Después de saludar a las
dos mujeres Luisa se sienta con ellas, y mientras los niños juegan a su
alrededor la vecina comienza una conversación poco agradable: dice que su
hija (la madre de los niños), se acaba de separar y ella ahora la está echando
una mano, yendo a buscar a los niños a la escuela. La chica trabaja y entre una
cosa y otra, su pobre hija está un poco agobiada, menos mal que los chiquillos
no son demasiado traviesos y la niña sobre todo, es muy responsable. Además con su marido no puede contar mucho, siempre ha andado a lo suyo y no se preocupa
de nada.
–Sí, dice Paquita, estos hombres de antes son todos
parecidos, los hijos y la casa eran cosa de la mujer, ellos traían el jornal y
les parecía que las mujeres no hacíamos nada.
–Pues claro, volvía a decir la vecina: ¡madre mía, con
lo bien que me hubiera venido que me echara una mano! Pero había demasiados
bares, y entre lo que bebían y lo que gastaban, la madre y los hijos pagábamos
el pato. Aunque por desgracia eso tiene mal arreglo, menos mal que ellas por lo
menos se pueden divorciar. Que no les falte el trabajo y el jornalillo. Bueno chicas,
siento haberos fastidiado la tarde, pero de verdad, necesitaba hablarlo con
alguien y desahogarme un poquito. Gracias por haberme escuchado, sobre todo a
Luisa: tú Paquita ya sabes bastante de lo mío. No me gusta hablar de esto, pero
de verdad estoy que no puedo más, a los hijos les dices y pasan de todo, y
ahora con esto otro, pues ya todo se me va quedando dentro. Bueno chicas ya voy,
veo que viene mi hija a recoger a los niños, que paséis bien la tarde.
Las dos amigas se quedan un poco perplejas ante tales
confesiones, y Paquita comenta que ella sabe bastante de los problemas de su
vecina, pero que ésta nunca lo había dicho, y se alegra de saberlo y haberla
escuchado, se ve que la pobre mujer está muy agobiada y a esta buena señora la
aprecian todas las vecinas.
–Luisa comentaba: a veces es difícil saber lo que pasa
en una casa de puertas adentro y saber quien es el culpable.
–Y su amiga seguía diciendo: él parece un hombre bastante
normal y no es mal vecino, pero como les de por beber, ya se fastidió; y luego
que digan que eso de chiquitear es una costumbre social, deberían desaparecer
la mitad de los bares: como las farmacias tenían que ser, uno en cada barrio.
Las dos amigas pasean un rato y Luisa pregunta a su
amiga:
–¿Ya leíste la hoja del periódico que te dejé el otro
día?
–Sí, hija: –dice Paquita–, pero chica que lo arreglen los políticos que para eso les pagan
buenos dinerales.
–Sí, nosotras ya, que no nos falte la pensión de los
maridos y a cuidarnos. ¿Qué te parece un chocolatito? –pregunta Luisa–,
vamos a ese bar de enfrente.
–Sí, y luego decimos mal de ellos –dice Paquita.
–Bueno, es que son demasiados los que hay –dice Luisa.
Y las dos chicas se quitan el mal sabor de boca que
les ha dejado la vecina, con una buena taza de chocolate; ya no les importa coger
algún kilillo, a lo mejor algún día se apuntan para ir a bailar, a las dos las
apetece y se lo están pensando.
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