LA
GRANJA "LOS
OLMOS"
Un buen día a Risa se le ocurrió
que no volvería y se lo dijo a su hermana. A Rusa que era un poco más juiciosa
no le gustaba mucho la idea pero al final decidió acompañarla. Aquel día cuando
salieron al abrevadero intentaron escabullirse pero su madre volvió a llamarles
al orden. Risa que no se daba por vencida convenció a Rusa y al volver al
establo se rezagaron haciendo como que jugaban y poco a poco se fueron
alejando. La madre de Risa y Rusa les llamaba pero ellas que no querían volver
no le hicieron ningún caso.
El dueño de la granja tenía
muchas vacas y ni siquiera se dio cuenta de que aquellas traviesas vaquitas se
habían separado. Risa estaba feliz y le daba ánimos a su hermana, que no estaba
tan convencida de haber hecho lo correcto. <<¡Pero que narices dices! –decía
Risa–, nos tienen allí encerradas, ¿y todavía te quejas?, anímate hermana que
lo vamos a pasar de rechupete. ¿No ves que praderas tan verdes y tan hermosas?,
por aquí hay mucha agua y no tenemos que ir siempre a beber al mismo sitio, ya
ves, ni siquiera nos han venido a buscar. Rusa conocía a su hermana y no quería
dejarla sola, así que la seguía sin decir ni mu. Andando sin saber que
dirección tomar (puesto que todo lo desconocían), llegaron a un lugar que a
ellas les parecía absolutamente raro. Allí había muchas casas, algunas bajitas
con prados pequeñitos, algún arbolito, flores y algún estanque. <<Qué
sitio más raro>> –dijo Risa.
Siguieron andando y vieron otras
casas distintas a las anteriores, unas altas y otras mucho más altas, aquello
sí que parecía un panal de abejas con tantas celdas. <<¿Pero cómo pueden
subir tan arriba? –se preguntaban extrañadas. Entraron en una calle, y de una
forma absurda aparecieron coches y más coches. Risa intentaba seguir pero su
hermana procuraba detenerla, ya que los coches se la hubieran llevado por
delante.
De repente vieron como delante de ellas
bajaban dos barreras y, ¡vaya sorpresa!, los coches se pararon y apareció un artefacto mucho más grande
que el tractor del granjero, o cualquier camión que ellas habían conocido en su
pequeña granja, o que veían cuando salían de sus cuadras, además era mucho más
largo y más rápido. Atónitas miraban aquel cacharro y alguien dijo:
<<¡Han subido las barreras!>>, y todos los coches empezaron a
circular. Siguieron andando y por allí no se veía ningún animal, solo alguna
persona que llevaba un perrito atado con una cuerda. Las vaquitas estaban
perdidas en aquel lugar desconocido al cual habían ido a parar. Empezaban a
tener hambre y sed pero, por allí no había más que casas y no se veían ni
prados ni agua por ningún sitio. Como pudieron salieron de allí y entonces
vieron a lo lejos un prado muy verde, hacia allí se dirigieron pero al llegar
se dieron cuenta que estaba cerrado con vallas, no se podía entrar y además
estaban unos chicos dando patadas y corrían detrás de una gran pelota.
Desesperadas, hambrientas y sedientas no tenían más remedio que seguir buscando,
pero cuanto más andaban, más difícil era salir de aquel laberinto de pitidos,
ruido y luces que a veces se encendían y pasaban los coches y otras tenían que
parar para que pasara la gente del otro lado. ¿Y ellas cuando pasaban? Rusa
empezaba a sentir haber emprendido aquella aventura: a Risa en cambio le
brillaban los ojos de felicidad y lo miraba todo con una curiosidad desmedida.
De repente vieron como todos los coches y todas las personas se paraban,
ellas miraban asombradas como se acercaban dos rebaños de ovejas y sus pastores con
dos perros tan grandes como Sultán (el perro de la granja "Los Olmos"), detrás de
éstos, venía una gran manada de vacas y bueyes. Risa y Rusa aprovecharon la
oportunidad para pasar y colarse entre ellas. <<¿Dónde vais? –preguntó
Risa a una colega que caminaba junto a ella. <<No sé –contestó la otra
vaca–, creo que nos llevan a otro país>>. Risa se puso muy contenta, al
fin podría ver mundo. <<¿No ves hermana que suerte hemos tenido? ¡Que es
eso de estar toda la vida encerradas en una granja!>>.
Pero Rusa mucho más sensata no
las tenía todas consigo. <<¿Qué vais
a hacer en ese otro país al que os llevan?>> –preguntó Rusa a la
vaca en cuestión. <<Pues según he oído vamos a la casa de unos ricos
granjeros>> –dijo la vaca. Risa estaba encantada, cada vez veía las cosas
más claras y se alegraba de haber dejado aquel pequeño establo en aquella fea y
vieja granja; lo único que le apenaba era que ya nunca más vería a su mamá,
pero total, ya traía a su hermana y podían ayudarse si se ponían mal las cosas.
En aquella manada nadie las conocía, pero tampoco nadie las mandaba marchar, y
con ellas irían hasta donde las llevasen. Viajarían en su compañía y podrían
comer y beber siempre que las demás lo hicieran. De pronto, de entre todas las
vacas dijo una voz conocida: <<Hola Risa, hola Rusa, ¿qué hacéis vosotras
aquí?, había oído que no estabais en "Los Olmos" cuando nos han sacado de
allí>>.
<<¿Y tú por qué estás
aquí?>> –preguntó Rusa. <<Nos han sacado de la granja a todos los
animales, desde los conejos hasta el perro, desde el más pequeño hasta el más
grande>> –dijo la vaca conocida. <<Pero, ¿por qué?>> –volvió
a preguntar Rusa. <<Nuestro granjero se ha ido a vivir a otro país y allí
nos llevan a todos, ¿no has visto a las ovejas?, con ellas iba también Sultán,
el perro>> –volvió a decir la compañera.
Y dijo Rusa: <<Si que las
he visto, pero no me he fijado bien. ¿Y dónde está mi mamá?>>. <<Tu
mamá vendrá por detrás, creo que podrás verla más tarde>> –volvió a
contestar su amiga.
Rusa se alegró de que al final todo acabara bien, Risa en cambio se puso
triste, porque la rueda del destino juega contra nosotros y sin saber por qué
siempre acabamos perdiendo.