LOS CUADERNITOS DE NUESTRA INFANCIA AÑO 1959
Llegamos a la estación, mi madre saca los billetes y cuando montamos en el tren mi padre se va, debe hacer algunas compras y volver pronto a casa.
Es la primera vez que veo un tren, me parece un cacharro enorme, aquella máquina echando humo y haciendo un ruido ensordecedor, me asusta un poco y mi madre me da la mano. Subimos y nos sentamos en unos bancos de madera al lado de otras personas. Hay gente que viene de lejos y están comiendo, otros van mucho más lejos que nosotras y traen cestas y capazos, algunos con gallinas y conejos vivos dentro.
De pronto aparece un señor con una arquilla que va vendiendo golosinas. Saca de su bolsa unas tablillas pintadas con unos pequeños naipes; la gente le paga por ellas algo de dinero y sortea allí mismo un paquetito de almendras garrapiñadas y caramelos. El sorteo se hace sacando una carta de la baraja y el señor de la arquilla me manda a mí sacar la carta, le tocan a un señor que viene solo y lo reparte entre los más cercanos, a nosotras nos da unas almendras y se pone a hablar con mi madre.
Ella dice que llegaremos enseguida, la estación está en un pueblo distinto del que vamos y luego tendremos que andar un rato hasta el otro pueblo.
Casi de noche, llegamos a la casa-taberna: la señora nos espera y es muy maja, nos sirve la cena y ellas se ponen a hablar. Dicen que hace mucho que no se han visto, preguntan cada una por sus familiares y todos están bien. Luego nos acostamos y al día siguiente como son las fiestas, todo es música y alegría en aquel pueblo. La gente va a misa, mi madre y la otra señora se quedan haciendo cosas por la cocina, yo no conozco a nadie y me quedo con ellas pero solo hablan de sus cosas, me aburro y me bajo al salón que hace de taberna y de tienda. Vende algunas chuches y yo me fijo en una caja que tiene chicles (ninguna otra caja me llama la atención), pero está un poco alta y no llego a cogerla, de pronto veo cerca una banqueta y me subo a ella, desde allí sí llego a coger la caja y sin pensarlo más, cojo un chicle. En mi pueblo no se suelen vender y yo tengo curiosidad por ver como son y como saben. Al momento pienso que aquello no es mío y que lo he robado pero… ¡como lo voy a dejar otra vez! Y, ¿si me pillan al dejarlo?, no sabiendo muy bien que hacer y mirando a derecha e izquierda, como si de verdad fuera una ladrona, me subo otra vez a la banqueta y dejo el chicle en su sitio. ¡Menos mal que las dos mujeres siguen en la cocina! Nadie me ha visto y arrepentida se me quitan todos los miedos y las ganas de chicle. ¡Ya no tendré que confesarlo! No sé lo que me hubiera dicho el cura pero… ¿si se lo dice a mi padre?, seguro que si le pido el chicle a la señora, me lo hubiera dado de buena gana pero ya no me da envidia.
Subo a la cocina y veo como guisan carne y otras cosas, cuando terminan de hacer las comidas, salimos mi madre y yo a dar una vuelta. Hay mucha gente en la plaza y una señora que vende chucherías; se me antoja un molinillo de papel de colorines, que se mueve y da vueltas con el viento y mi madre me lo compra. Yo muy contenta no me acuerdo de ninguna golosina, vemos a los jóvenes como bailan y al ratito nos vamos otra vez a la taberna, que ahora empieza a llegar la gente, yo me quedo calladita en un rincón y desde allí veo a las personas que entran y salen, los chicos y chicas están muy guapos y pienso que cuando sea mayor algún año volveré, esta vez a pasarlo bien.
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