martes, 22 de noviembre de 2016

BAILA PEQUEÑA BAILARINA



BAILA, BAILARINA
Baila, pequeña bailarina,
baila el vals de las flores,
sorprende a las mariposas
que ignoraron tus colores.
Baila, pequeña bailarina,
de zapatillas azules,
vestida de tul y seda
puedes llegar a las nubes.
Canta, pequeña bailarina,
canta tu mejor canción,
canta y baila, bailarina,
que el mundo es tu espectador.
Sueña, bailarina, sueña,
sueña que llegaste al Cielo,
que has cumplido tus anhelos
y Dios te acoge en su seno

LA BOTELLA DEL SULTÁN



   
CUENTO


   Subir al desván de la abuela siempre me produce una sensación indescriptible. La escalera oscura aumenta mi imaginación y los fantasmas bailan delante de mis ojos, ella siempre se adelanta y enciende la luz. En el desván guarda una gran cantidad de cajas con ropa, libros y diversos objetos llegados de distintos sitios del planeta. Dice que le gusta limpiar todas aquellas antiguallas y yo al verlas siento un verdadero placer.
   Hoy la abuela ha sacado de un baúl una botella oscura, pintada con dibujos arabescos dorados y está dentro de una caja de plata. La guarda con mucho celo y la trata con gran delicadeza. Le pregunto que puede contener la botella, me dice que es un regalo que ella recibió de su padre, este del suyo y así desde mucho antes de su tatarabuelo.
   –Parece que a este antepasado nuestro, se la regaló un sultán destronado de un país muy rico, encargándole que no la abrieran nunca, y eso es lo que hemos hecho durante siglos –dice la abuela.
   ­­–¿Pero para qué sirve una botella si no se puede saber lo que contiene? –le pregunto.
   –Pues tienes razón, yo creo que ya es hora de saberlo. ¿Te imaginas que está llena de oro y nos hacemos inmensamente ricos?
   La abuela busca un sacacorchos e intenta abrir la botella, el tapón está tan pegado que no se mueve, lo vuelve a intentar y a la tercera, por fin, el tapón cede un poco, al intentarlo otra vez, el tapón se rompe dejando un pequeño orificio.
   De repente se produce algo sorprendente, de la botella empieza a salir una especie de humo y a continuación la voz de un pequeño hombrecillo que grita: <<¡Sacadme de aquí!>>.
   La abuela asustada tira la botella y olvidando mi presencia ha corrido escaleras abajo, apagando la luz y cerrando la puerta, dejándome con todos los fantasmas habidos y por haber.
   Por la claraboya entran los últimos rayos de luz del atardecer. En la penumbra recojo la botella, en la cual sigue gritando el hombrecillo.
   –¡Date prisa, acaba de abrir la botella!, ya llevo encerrado demasiados siglos y estoy muy cansado. ¡Quiero salir de aquí!... ¡Quiero salir de aquí!...
   En el momento que toco la botella, siento, dos besos sobre mi cara, todos los fantasmas se desvanecen y la voz de mi madre me recomienda: <<Anda date prisa, que ya es tarde>>.
   El reloj ha ido muy deprisa y el desayuno sobre la mesa me confirma que todo ha sido un mal sueño.

lunes, 14 de noviembre de 2016

DEPREDADORES



Un relato trágico y cruel, inspirado en un caso real. Sucedido en un pueblo rural, de la provincia burgalesa.
Camino del cementerio iba Marina: la falta de un apoyo y el cariño hacia su madre, la llevaban por aquel sendero tan recorrido últimamente.
   Con su andar fachendoso y su mirada burlona pasaba Santiago. Santi como todos le llamaban, miró a la chica de arriba abajo y con su manera socarrona de decir las cosas, dijo a Marina:
   –¡Hola chiquita!, ¿dónde va la princesa, con andares de reina?
   Marina le miró con tristeza y contestó:
   –Voy al cementerio a ver a mi madre.
   –Pero niña, ¡qué vas a hacer allí, si se va hacer de noche!
   –Voy a rezar.
   –Pero… para eso, mejor si vas a la iglesia. Mira que te puede salir “el coco” y darte un buen susto.
   –La iglesia está cerrada.
   –Dios está en todas partes y el demonio también. Ten cuidado y vete pronto a casa.
   –No te preocupes, así lo haré.
   –¡Espera niña!, ¿quieres que te acompañe?
  –Déjalo Santi, que vuelvo enseguida, pero gracias –contestó otra vez la muchacha.
   Ella continuó su camino, Santi siguió andando, y pensando en la chiquilla se dio la vuelta. Era peligroso que la  jovencita fuera de noche por aquel lugar solitario, lúgubre y oscuro.
   Marina andaba deprisa, Santi la escoltaba discretamente para no molestarla y ella sin darse cuenta, seguía el sendero cerca de su destino
   De pronto, detrás de unos arbustos, salió una sombra sospechosa que espiaba a la chiquilla. Aquella aparición fantasmal, era la misteriosa figura de un hombre. Santi alarmado vigilaba prudentemente y con cautela a la chica, sin que el endiablado sujeto reparase en él.
   Aquella maldita presencia, depredadora y diabólica, estaba a punto de alcanzar a la confiada joven que ya llegaba junto a la tumba de su madre. La chica se arrodilló y con las manos juntas rezaba.
   De repente, algo cayó sobre su espalda y sintió un manotazo que la tiró al suelo. Tras el golpe y la sorpresa, la chica se repuso y comenzó a gritar. Aquel condenado energúmeno le tapaba la boca, mientras intentaba arrancarle la ropa.
   Después de unos momentos de lucha y desesperación y cuando ya la chiquilla no podía defenderse, apareció un “ángel” que agarrando al condenado salvaje lo quitó de encima de ella y con su propio cinturón lo ató las manos.
   Aquella sabandija asquerosa, intentaba zafarse de las manos de Santi, que más fuerte que su enemigo lo tenía amarrado para llevarlo lo antes posible ante la policía. Marina se incorporó y con los ojos llenos de lágrimas, vio a su amigo que forcejeaba con el puerco repugnante, que a ella le había atacado a traición.
   La chica contó a la policía lo ocurrido y dio gracias a Dios, por haber puesto en su camino a un buen amigo, que acababa de salvarle de un gran problema.
   Marina llegó a casa acompañada de su salvador. No quería alarmar a su padre pero la chiquilla todavía con el susto en el cuerpo y la cara desencajada, no tuvo más remedio que contar a su progenitor la verdad.                                     
   Padre e hija volvieron al cuartelillo para poner la denuncia, y allí estaba aquella bestia que había agredido a la chiquilla. Su padre se puso tan furioso que hubiera sido capaz de cualquier cosa, pero el policía, más sensato, le aconsejó que fuera a su casa; la justicia se encargaría, de dar el merecido castigo a semejante individuo.  
   El padre de Marina con los puños cerrados, y apretados los dientes, hizo de tripas corazón, abrazó a  su hija, y así, abrazados fueron a su casa.
   El hombre, comprensiblemente enojado, emocionado y pensativo, andaba despacio; prometiéndose contar a su hija la verdad de aquel siniestro y amargo episodio, que había confiado no tener que contar nunca y que hasta entonces, había mantenido en secreto para ella.
   Padre e hija llegaron a la casa serios y cabizbajos; se dispusieron a cenar, pero impresionados por lo ocurrido, ninguno de los dos fue capaz de llevarse ni un pedazo de pan a la boca.
   El apenado padre, ordenó a la chica que se sentara. La orden fue tajante: en su cara se reflejaba un sentimiento de dolor, que la hija no supo como interpretar; y la muchacha, obediente, pensó que su padre tenía algo muy importante que revelarle. El buen hombre, a pesar del desconsuelo que le producía y ya mucho más sereno, se dispuso a contar a su hija un triste suceso.
   Verás, tengo que explicarte una historia muy grave que le pasó a tu abuela, mi madre, en el pueblo donde vivíamos. Es un relato trágico y cruel que no me hubiera gustado tener que decirte, pero lo sucedido me ha hecho reflexionar y recordar todas las burlas, desprecios, ofensas y humillaciones que recibimos mi madre, el abuelo y yo.
      Mi madre se llamaba Clara: cuando yo nací, ella tenía poco más de 17 años. Siempre fui un niño querido, vivaracho y juguetón, y creía que todos los niños del pueblo serían mis amigos.
   A los seis años empecé a ir a la escuela, ninguno de los niños me hizo caso, la maestra también pasaba bastante de mí y casi nadie se quería sentar a mi lado, en un pupitre que tenía dos asientos.
   Hasta entonces, yo solo jugaba con mi madre, el abuelo y los dos perros que teníamos en casa para cuidar el rebaño del abuelo.
   Cuando ya era un poco más mayor, sentía que los niños cuchicheaban y hablaban mal de mí, si me acercaba a ellos se callaban y me echaban de mala manera.
   Como no tenía amigos, un día en el recreo me acerqué a jugar con las niñas, ellas también me echaron y me llamaron mariquita. Después de aquello, en los recreos me quedaba dentro de clase leyendo algún libro de la escuela, que luego llevaba a casa con permiso de la maestra.
   Con ocho años yo quería hacer la primera comunión con los demás niños, pero el cura dijo a mi madre que las otras madres se habían negado, por ser yo hijo de soltera. Mi abuelo se enfadó mucho con el cura, dejamos de ir a la iglesia y nunca más fui a la escuela. Mi madre me enseñaba las lecciones en casa, que por cierto, ella sabía más que la maestra.
   Entonces empecé a darme cuenta de la tristeza de mi madre. Nunca la vi reír, hablar o jugar con las otras chicas de su edad, y a pesar de que era muy joven parecía mucho mayor que ellas.
   También pude ver que a mi madre y a mi abuelo casi nadie los hablaba y si lo hacían, casi siempre venía con algún insulto referente a mi madre.
   Nunca eché de menos a mi padre, pero un día le pregunté al abuelo por él. Me contestó que no sabía nada. Pregunté a mi madre, ella dijo que se había ido y no sabía dónde. No volví a preguntar, ya que no lo necesitaba. 
   Así, hasta que un día con 14 años intenté salir con los chavales de mi edad, no me dejaron quedarme y uno de ellos me llamó hijo de mala madre. Yo no entendía el porqué, si mi madre no se metía con nadie y era una bellísima persona.
   Pedí explicaciones y me contestó que mi madre era una prostituta. Le di un puñetazo, le rompí las gafas y me marché a casa.
   Por la noche vino su padre exigiendo el pago de las gafas, insultándonos a todos, diciendo que mi madre era una puta y que su hijo tenía razón.
   Faltó poco, para que aquel bárbaro y el abuelo llegaran a las manos. Al final, mi madre le pagó las gafas y aquel bruto se marchó de nuestra casa dejándonos en paz.
   Y el abuelo me decía después: <<tú no hagas caso de nadie; tu madre siempre ha sido una chica muy buena. A sus 17 años era una chiquilla inocente, alegre, muy educada y preciosa>>.
   Al día siguiente mi abuelo vino a esta ciudad, vendió el rebaño y al cabo de un mes nos vinimos todos. Alquilamos un piso, el abuelo y mi madre entraron a trabajar en una fábrica y yo fui a una escuela de Formación Profesional. Mi madre acabó de estudiar mientras trabajaba y poco a poco salimos adelante. La casa del pueblo la vendimos a los dos años y no hemos vuelto por allí.
   A los 18 años, yo ya tenía una profesión: un título de mecánica, que había sacado con una buena nota. Por aquellas fechas mi abuelo se había jubilado y mi madre seguía con su trabajo. Yo entré a trabajar en la misma fábrica y ya un poco más desahogados compramos este pisito. Así, mi madre y el abuelo, por fin, habían encontrado un poco de paz.
   Pero no dura mucho la alegría en la casa del pobre; cuando volví del servicio militar (que hice en Burgos), mi madre, después de todas las penurias pasadas, falleció de una enfermedad que venía arrastrando hacía tiempo.
   El abuelo acabó de confesarme todo este lamentable hecho y me entregó una carta escrita por mi madre. A los pocos años el abuelo también falleció y yo aquí me quedé triste y solo.
   Poco tiempo después conocí a tu madre, era burgalesa como yo. Nuestras aficiones y costumbres eran las mismas y nada más conocernos nos hicimos muy amigos, pronto nos enamoramos y nos convertimos en novios.
   Le conté mi caso y no le importó en absoluto. A los cinco años nos casamos y dos años más tarde naciste tú. Ahora, desgraciadamente, tu madre se ha ido y casi se repite la misma situación en la que tanto sufrimos. Gracias a Santi no hemos tenido que lamentar males mayores, tenemos que agradecerle lo que hizo por ti. Seguramente sabe lo que acabo de contarte, su abuela era de cerca de mi pueblo y aquí hablaba mucho con mi madre y mi abuelo.
   Pues ya sabes lo que pasó, yo pensaba que no era conveniente contártelo, no imaginaba que un día, otro animal se iba a cruzar en nuestras vidas. Pero el destino se empeña en recordarnos que en esta vida, hay cosas que se pueden repetir cuando menos lo esperamos.
   Y ahora, creo que es bueno que lo sepas, porque es necesario que te protejas y porque al fin y al cabo, es parte de la vida de nuestra familia.
   Yo tardé años en leer la carta de mi madre que me entregó el abuelo. No me atrevía a saber lo que ella, no había querido contar, por temor a vivir de nuevo toda la pesadilla.
   Y al fin, un día con tu madre, nos decidimos a conocer aquel secreto a voces, que todos lo contaban culpando a la más infeliz. Convirtiendo a una inocente en culpable y a un maldito demonio en un santo.
   Mi madre dejó escrita esta carta, que ahora yo te entrego a ti, para que sepamos toda la verdad y no hagamos caso de habladurías, ni juzguemos a nadie por las apariencias.
   La carta decía así:


   CLARA
   Clara nació una mañana de primavera, en la habitación pobre pero luminosa, de sus padres. Con un sol resplandeciente y con aromas de tomillo y romero que se colaban por toda la casa. Los rayos del sol entraban a raudales por la ventana, abierta de par en par después del nacimiento de la primogénita.
   Las abuelas que asistían a la madre entre nerviosas y emocionadas, por ser la primera nieta que llegaba a las dos familias, se sentaban, ¡por fin!, después del trabajo perfectamente realizado.
   Miraban tanto a la madre como a la niña y se preguntaban cuál sería su destino y el nombre más bonito para poner a la recién nacida. La madre mirando a la pequeña, intuyendo los pensamientos de las abuelas preguntó:
   –¿Qué os parece si la ponemos Clara?,  las dos abuelas se quedaron pensativas y una de ellas dijo:
   –Viendo el sol que entra por la ventana y el cielo que acaba de llegar, yo lo tengo claro, Clara es un bonito nombre.
   –Sí, es bonito: además será la única, en este pueblo no hay nadie que se llame así –contestó la otra abuela.
   –La llamaremos Clarita –dijo la madre. En aquel momento entraban el padre, abuelos y tíos de la criatura, gozosos por conocer al nuevo ser que se incorporaba a la familia. Después de darles un beso a madre e hija salieron de la habitación, dejando a los nuevos padres disfrutando de su bebé y cada cual se fue a su casa para que la madre pudiera descansar.
   A Clarita le esperaba un mundo lleno de emociones y de buenos presagios. Era una niña preciosa, de pelo negro, naricilla respingona y grandes ojos.
   La pequeña comenzaba a dar sus primeros pasos y toda la familia seguía su evolución. Era adorada por todos, que además estaban completamente pendientes de ella.
   Pasados cuatro años Clarita va y viene de la mano de cada uno de los miembros de su familia, pero un mal día el abuelo paterno se acostó y no se volvió a levantar.
   La chiquilla lo echa de menos y pregunta por él. La mamá le dice que el abuelito se ha ido al cielo, y la pequeña cada vez que sale a la calle mira al cielo y comenta: <<Pues el abuelo no nos verá porque el cielo es muy grande y está muy lejos>>. Y su madre le dice que sí, que les ve; y la niña salta alegre y dice que ella quiere verlo porque lo quiere mucho.
   Clarita ya tiene seis años y ha empezado a ir a la escuela. Es sorprendente lo inteligente y responsable que puede ser una niña de tan corta edad. Ha aprendido a leer y escribir muy pronto y las sumas y restas se le dan de maravilla. No es muy hábil en gimnasia y en los recreos juega con las niñas a los juegos más tranquilos.
   El otro abuelito se ha puesto enfermo, a su madre y a la abuela se las ve muy preocupadas y le cuidan mucho. De vez en cuando viene el médico y le receta medicinas, pero la madre y la abuela están tristes y ella no sabe que hacer para animarlas.
   A la chiquilla no le dejan entrar en la habitación del abuelo, pero ha entrado de puntillas y a escondidas. El abuelo tiene los ojos cerrados y no ha visto ni reconocido a su nieta.
   Y la niña al día siguiente le decía a su maestra: <<El abuelo debe estar muy malito, porque le han llevado al hospital y mi mamá se ha quedado con él para cuidarlo>>.
   A Clarita le ha dicho su mamá, que este abuelo también ha ido al cielo. La abuela esta muy triste y llora de vez en cuando. La chiquilla intenta consolarla y le dice que no llore, seguro que los abuelos están los dos juntos en el cielo y les están viendo desde allí; además, como la otra abuela y ella son mayores, irán pronto a verlos.
  Clara tiene ya ocho años y se está preparando para hacer la primera comunión. La maestra, el cura y su mamá le enseñan las oraciones y las abuelas le están haciendo un vestido blanco.
   Va pasando el tiempo, la chica tiene ya catorce años y con esa edad le toca salir de la escuela. A su madre le gustaría que siga estudiando, y están valorando las posibilidades que hay. Resulta un poco caro, no solo los estudios sino también el alojamiento, pero lo pueden intentar.
   De momento eligen un colegio de religiosas en la ciudad, éstas tienen una residencia y los padres piensan que la niña estará bien allí. Las monjas son muy disciplinadas y prometen protegerlas; tienen costumbres muy estrictas y son exigentes con los horarios, pero a todos les parece que eso es bueno para que las chicas de esa edad reciban una buena educación.
   Mientras Clara está en el colegio, la mamá le va a visitar algunas veces. En una de las últimas visitas le comenta que las abuelas han estado enfermas. Los médicos dicen, que la abuela paterna tiene una enfermedad grave. La chiquilla recuerda cuando le decía a la otra abuela, que pronto irían al cielo a ver a los abuelos y ahora que ya no es tan niña se sonroja al recordarlo.
   La jovencita está triste: sabe que sus padres trabajan mucho, para que ella tenga un futuro mejor y eso le da fuerzas para seguir estudiando. Las monjas y profesoras le dicen que tenga paciencia, dentro de poco llegarán las vacaciones y podrá ver a su familia, que la esperan con los brazos abiertos.
   La abuela empeora y la llevan a un hospital situado cerca del colegio, la niña va a verla y encuentra un panorama bastante sombrío. La abuela está mal y la madre muy decaída; pero se alegra de verlas y trata de disimular.
   La chica va todos los días al hospital, la abuela lleva allí 15 días y ya no reconoce a nadie. Sus padres se turnan para estar con la enferma, el padre ha comentado que durará pocos días y ella reza para que la abuela no sufra.      
   Dentro de unos días son las vacaciones, la chiquilla tiene exámenes y va menos al hospital, pero quiere estar con su familia y a veces lleva allí algún libro para estudiar.
   Ya pasaron las vacaciones, Clarita pasó el curso con muy buenas notas y la abuela falleció. Ha cumplido un año más y ahora le toca volver al colegio, pero está intranquila porque su otra abuela no se encuentra bien. El médico le ha visitado y ha recomendado que le hagan unas pruebas en el hospital, la gripe parece que le ha dejado alguna secuela y tendrá que cuidarse. 
   A su vez a la madre la ve un poco cansada y algunas veces cuando está sola, le ha oído quejarse, pero no dice nada, cuida de todos y sigue con su rutina como si no pasara nada. 
   Ahora Clara tiene 15 años, la chica sigue esforzándose y centrándose en sus estudios, quiere terminar pronto en el colegio para ayudar en casa. La abuela está muy mal de las piernas y casi no puede andar, la madre trabaja demasiado, su salud se está resintiendo y ahora es ella quién va al hospital para hacerse algunas pruebas médicas.
Cierto día, sus padres fueron a visitarla al colegio y le dieron una pésima noticia. La madre viene al hospital porque la enfermedad que tiene es grave y tendrá que pasar un tiempo tratándose con medicinas muy agresivas, ellos confían en los médicos y Dios dirá.
   A la abuela la llevará su otra hija a su casa, lejos de su pueblo. Saben lo que le va a costar marchar, pero no hay otra solución. Mientras, a ver como se resuelven las cosas.
   Pero las cosas fueron de mal en peor: la abuela falleció, la madre siguió confiando en médicos y medicinas, pero no consiguió curarse y Clarita se quedó sola con su padre.
   La chica tenía 16 años, estaba nerviosa y no se concentraba en sus estudios. Sus profesoras aconsejaron al padre, que la muchacha debería tomarse un año de descanso, ya tenía tiempo de retomar sus clases
   El padre preocupado, habló con su hija y acordaron volver a su casa; una vez allí, en la tranquilidad de aquel pueblecito, con ayuda de los médicos y los cuidados del padre, la chica se repuso en poco tiempo. Pero el demonio que anda suelto, echa sus redes donde menos se piensa.
   Clarita estaba mucho mejor y empezó a salir los días de fiesta con sus amigas, no tenía costumbre de hablar ni salir con chicos, y a pesar de que había vivido dos años en la ciudad, no solía salir con amigas y conocía poco las discotecas y los bares. Casi todo el tiempo lo pasaba estudiando y cuando salía del colegio le gustaba ver los museos e iglesias y pasear sola por la ciudad.
   Las monjas no le habían enseñado nada de la vida, y su madre no tuvo mucho tiempo, por lo que era una buena chica que confiaba en todo el mundo. Les decía a sus amigas que ya se encontraba bien y cuando empezara el curso volvería al colegio.
   Cierto día que paseaba con sus amigas, una cuadrilla de chicos más mayores pasó por su lado, como eran todos del pueblo se conocían de siempre y las piropearon. A Clara le hizo gracia y se echó a reír.  Una de sus mejores amigas le dijo:
   –¿Has visto como te ha mirado Godo?  
   –Será que no me reconoce. Porque hace mucho tiempo que no me ha visto.
   –Pues ten cuidado, que estos chicos mayores son un poco sinvergüenzas y se las saben todas.
   Siguieron con sus paseos su conversación y sus risas. Al cabo de un rato aparecieron los amigos de la cuadrilla. Aquellos chavales eran de su edad, habían ido juntos a la escuela, se conocían bien y a veces iban todos al bar de la plaza a jugar a cartas y tomar una gaseosa con aceitunas o cacahuetes.
   A la hora de ir a casa todos se despidieron, los chavales se quedaron y cada una de las chicas, siguió el camino hacia su casa.
   La casa de Clara estaba a las afueras del pueblo y la jovencita como siempre iba sola. En su camino encontró a cuatro chicos de los mayores. La chica no se inmutó, ella los conocía de siempre y alguno de ellos, había trabajado en alguna ocasión en la casa de sus padres. Entre ellos estaba Godo que al ver a Clara se adelantó y fue hacia ella.
   –¡Hola chica!, estos dos años de colegio te han sentado muy bien, estás muy guapa. ¿Me dejas que te acompañe?
   –No, Godo, déjalo. Estoy cerca de casa y mi padre llegará pronto. 
   –Niña, no pienso comerte. 
  –Pues hombre, cara de lobo no te veo, pero hasta otro día.
  La muchacha siguió su camino y ya en casa, esperó a su padre que llegó enseguida. Pasaron los días, Godo aprovechaba todas las ocasiones que se le presentaban para hablar con la chica. 
   La amiga de Clarita no veía al chico con buenos ojos y la decía que no se fiara, pero Clara le contestaba que era muy simpático y parecía buen chico. La jovencita fue cogiendo más confianza y no le extrañó que Godo estuviera merodeando por su casa, un día que su padre estaba de viaje.
   Al atardecer Clara salió de casa a recoger unas prendas de ropa que tenía en el tendedero. Godo apareció, la chiquilla se quedó parada y le pregunto:
    –¡Hombre!, ¿qué haces por aquí?
   –Hola guapa, he venido para hablar con tu padre.
   –Mi padre ha ido a la ciudad, no tardará en venir.
   –Ah, ya me pareció  que marchaba esta mañana, pero creí que había vuelto.
   –¿Y qué querías decirle? 
   –No te preocupes, no tiene importancia, ya se lo diré otro día. De sobra sabía el chico que Clara estaba sola, y mirando a su alrededor dijo: 
   –He traído a mi perrillo y no le veo, ¿te apetece dar un paseo mientras lo buscamos? 
   –Tengo cosas que hacer, pero… –contestó la chica. 
   –Bueno, no creo que tardemos mucho. He oído decir que vas al colegio otra vez.
   –Sí, dentro de unos días, ya me encuentro bien y quiero terminar de estudiar.
   –Supongo que te despedirás de los amigos, ¿no? 
   –Bah, no hace falta, tengo intención de venir a menudo para ver a mi padre.
   –Yo te veo muy guapa, seguro que has dejado por allí algún noviete 
   –No, no salgo mucho, a mi me gusta estudiar. 
 Mientras seguían hablando se iban alejando del pueblo, la chica al darse cuenta dijo:
   –Nos hemos alejado de la casa, se está haciendo de noche y el perro no ha aparecido.
   –No te preocupes, habrá ido a casa –dijo el chico poniéndole la mano en la cintura.
   Ella sorprendida recordó las palabras de su amiga. Quiso soltarse, pero el chico le agarró del cuello, la tiró al suelo y rápidamente se echó encima de ella.
   La chica absolutamente aterrorizada, temblaba sin poder moverse, tanto por el peso de aquel animal infame y desalmado, como por el horror y el asco que le producía aquella situación.
  Cuando parecía que aquel repulsivo violador, rastrero y despreciable se marchaba y la iba a dejar en paz, aquella alimaña inmunda no se conformó, sujetó fuertemente a la chiquilla, diciendo que ella de allí no se iba a escapar, porque venían otras visitas. 
 Efectivamente, a continuación, la chiquilla sobrecogida, atenazada y acorralada, vio como algunos de los amigos de Godo llegaban para seguir abusando de ella. Entonces la chica paralizada de pies a cabeza, se desmayó y allí quedó derrumbada e inmóvil como un animal herido.
   Cuando recuperó el conocimiento, sin saber muy bien lo que había pasado, abatida y angustiada pudo incorporarse; y completamente trastornada, rezando para que su padre no la viera, se fue a su casa.
   El padre no había llegado: ella totalmente dolorida, desalentada y llorosa, se puso el camisón y se acostó. El hombre llegó pronto, abrió la puerta de la habitación de su hija y se quedó tranquilo al verla en la cama. La chiquilla se hizo la dormida y se prometió guardar aquel secreto para siempre. Lo que había pasado era demasiado horroroso para contarlo a su padre; no, no diría nada a nadie. 
   Al día siguiente, se levantó de la cama sumamente aturdida: se encontraba mal, medio mareada, rechazaba a su padre y no se atrevía a hablar con él ni a salir a la calle.
   El hombre preguntaba a su hija si le pasaba algo, ella decía que estaba bien, pero su padre la conocía demasiado y veía que algo iba mal. Aunque no la quería agobiar, dejaría pasar unos días a ver si la chiquilla mejoraba.
   Pero la chica cada día estaba peor; dejó de arreglarse, dejó de salir con las amigas y no salía a la calle para nada. Estaba triste y lloraba por cualquier cosa, vomitaba por las mañanas, comía muy poco y no tenía ganas de hacer nada. Al final, la chiquilla enferma y muy desmejorada, se quedó en la cama; y su padre visiblemente alarmado, la acompañó al médico.
   La chica no sabía por qué vomitaba, pero los médicos después de hacerle algunas pruebas, vieron que estaba embarazada. Su padre sobresaltado, preguntó qué había pasado y cuándo la chica delante del padre y del médico confesó, por vergüenza culpó solamente a Godo. El padre escandalizado, nervioso e indignado, prometió matar a aquel miserable, degenerado y traidor, que había agraviado y machacado a su hija, deshonrando a toda la familia sin ningún miramiento.
   El médico aconsejó tranquilidad y cuidados para la chica y a su vez le propuso al padre que lo denunciara. El desconsolado padre, finalmente derrotado, fue con su hija a hacer la denuncia.
  Godo se defendió diciendo que no la había violado, que habían sido relaciones consentidas, que la chica era un poco promiscua y si iba a tener un hijo, ¡vete a saber de quién sería!
   A Clarita al oír aquellas palabras, le dio un ataque de ansiedad y tuvieron que llevarla al hospital. Y la muchacha siempre tan sincera, se torturaba repasando todo el daño sufrido, mientras intentaba descansar en la habitación de aquella clínica, tan inesperadamente visitada.
   La bajeza moral de aquel insensible y despiadado sujeto, al que ella consideraba su amigo, le causaba escalofríos. Y la chica se angustiaba con sus amargas meditaciones. ¿Cómo pudo dejarse engañar de aquella manera, cuando su amiga le había advertido varias veces? Y con horror seguía mortificándose con sus pensamientos, porque  de ahora en adelante no podría confiar en nadie.
   Aquel agresor brutal, indeseable y canalla, tramó un plan siniestro y maléfico. ¿Cómo es posible que alguien sea tan sádico y ruin, urdiendo semejante traición, para burlarse de una chiquilla confiada y honesta que no tenía ni una pizca de maldad? Parecía imposible, pero aquel vicioso y pervertido sinvergüenza, tenía bien preparada de antemano su deplorable estratagema, involucrando a otros chicos que le siguieron en su terrible y repugnante juego.
   Cuando nació el niño nadie le fue a visitar. Hicieron la prueba de paternidad a aquel “cerdo salvaje” y resultó negativa, por lo que la pobre Clarita quedó por ser una “cualquiera”.
   A aquel “monstruo depravado”, le había salido bien la jugada con la complicidad y el silencio de los amigos, y así, “el pájaro de mal agüero” quedó como un perfecto caballero.
   La chica agradecía que su casa estuviera un poco apartada del pueblo, ninguna de sus amigas la había defendido ni le había apoyado para nada, y ahora ella misma se preocupó para no ver a nadie. 
   El caso fue muy comentado por el pueblo y todos los de su alrededor, y Clarita se desesperaba pensando en lo que iba a ser su vida futura. Adiós a todas las ilusiones de niña, de terminar sus estudios, de formar una familia y de llevar una vida respetable. Ya se habían encargado otros, de deshonrarla, criticarla, desacreditarla, señalarla y enterrarla en vida. 
   Se dedicaría ayudada por su padre a criar al niño, que no tenía padre ni ninguna culpa y por lo tanto era únicamente suyo. El tiempo se encargaría de cicatrizar las heridas y poner las cosas en su sitio.
   Y Clarita acaba la carta, escrita en tercera persona, con una poesía. En ella se ve toda la frustración, tristeza y despecho, que guardó en su corazón durante toda su existencia.
DEPREDADORES
Te cortaron las alas, dulce paloma,
infeliz avecilla, sencilla y buena;
mancillaron tus rosas y su fragancia,
arrasaron tu nombre y tus esperanzas.
Como puñal entraron en tus entrañas
sin tener una pizca de humanidad,
te arrojaron a un pozo de soledades
destruyendo tu alma con su maldad.
Te lanzaron semillas envenenadas
uniéndose a tu esencia virgen y pura,
trituraron las joyas de tu corona
sumiéndote en la noche triste y oscura.
¡Como a la mies madura que va a la era,
molerías sus vidas, si trillo fueras.
Dejarías la parva desparramada,  
extendida, dispersa y desperdigada!
CLARA

   Ahora comprende Marina, la imprudencia de haber ido sola al cementerio a aquella hora, y la valentía de Santi que se arriesgó por evitarle a ella un amenazador futuro.
   Aquella lección no debería olvidarla jamás. Nunca podría pagar el favor que le había hecho aquel muchacho, que era el único amigo (que ella había conocido), de su padre y de su abuela.
   Marina se pone una meta: convencer y ayudar a su padre a cerrar las heridas, e ir con él algún día para conocer aquel pueblo, que aunque injusto, de allí descendían sus antepasados y procedían sus raíces. Y la muchacha emocionada, secándose las lágrimas, escribe y dedica a su abuela este pequeño poema.
CLARA
Fuiste una flor ultrajada,
pisotearon tu honor,
cobardes con mala sangre
que no tuvieron corazón.
No llores por ser mujer
porque tienes lo más grande,
estás llena del amor
que te da, haber sido madre.
No sufras por el pasado,
sé que truncaron tu vida;
¡la conciencia de esas bestias
no debe estar muy tranquila!
                                                       Marina 

miércoles, 9 de noviembre de 2016

MÁS HAIKUS AL TREN 4

TREN CHU-CHU
¡VAMOS MUCHACHOS
QUE EL TREN NO ESPERA!
¡JE! NI MANZANA.

TREN MADRUGADOR
LAS AVES TE SALUDAN
A TU LLEGADA.

LLEGAN LOS TRENES
BESOS, RISAS, ABRAZOS,
EN LOS ANDENES.

DÍA DE LLUVIA,
VENTANAS DE LOS TRENES
OJOS QUE LLORAN.

VIAJANDO EN TREN
DESCUBRIMOS UN MUNDO
DE FANTASÍA.

TRAS LOS CRISTALES,
LAS VENTANAS DEL TREN
UN MUNDO NUEVO.

CRISTALES ROSAS
TIENE EL TREN DE MI SUEÑO,
EN SUS VAGONES.

SE MARCHA EL TREN,
LUNA DE LA ESTACIÓN,
TE QUEDAS SOLA.

SI VIAJAS EN TREN
DE MÍ, NO TE DESPIDAS,
QUE VOY CONTIGO.

POR VER LOS TRENES
ANIDAN GOLONDRINAS
EN LA ESTACIÓN.

¡OLÉ SALERO!
LLEVAS LOS MISMOS AIRES.
QUE EL TREN EXPRESO.

DESDE MI BALCÓN
VEO PASAR CIEN TRENES
A LA ESTACIÓN.

VIAJE DE NOVIOS,
DIVINA LUNA DE MIEL
VIAJANDO EN TREN.

PASAN LOS TRENES,
PUENTECITOS DE PLATA
SON LOS ANDENES.

TRENES SEGUROS,
TÚNELES DE PANCORBO,
VOY HASTA BURGOS.

SANTA MARÍA
HUYENDO DE HERODES,
TRENES VEÍA.

VALLES Y CERROS
VAN PASANDO LOS TRENES
PUENTES DE HIERRO.
 
LOCOMOTORA,
LLEVAS ALEGREMENTE
MILES DE SUEÑOS.

TREN CERCANÍAS
POR SEGUIRTE, LA LUNA,
SALE DEL RÍO.

COMO LAS OLAS,
TRENES QUE VAN Y VIENEN,
SUEÑOS CUMPLIDOS.

CON SUS MOCHILAS,
GENTES AVENTURERAS
EN TREN SE MARCHAN.

ALTOS Y BAJOS,
FELICES VACACIONES.
VIAJEROS AL TREN.

TREN CERCANÍAS,
ACOGES EN TU VIENTRE
MILES DE VIDAS.

TRENES SIN VÍAS,
CUENTOS, HADAS, PRINCESAS,
SUEÑOS DE NIÑA.

CON LOS ANDENES
MÁS ESTACIÓN Y VÍAS,
IGUAL A TRENES.

DANZA DE NIEVE,
MIL MARIPOSAS BLANCAS
SOBRE LOS TRENES.